Cuarenta y siete

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Peto dio una calada al cigarrillo y contempló la matanza que se extendía a su alrededor. El Abrevadero era un auténtico espectáculo de escombros y sangre. Había extremidades y otras partes corporales tiradas por el suelo y encajadas entre las mesas y las sillas, seccionadas del cuerpo de sus propietarios por las ráfagas de disparos de Kid Bourbon. A aquellas alturas se veían varios vampiros que ya eran poco más que cenizas y polvo. Era tanto el humo y el vapor que se elevaban de los pedazos de carne esparcidos por el suelo que el local ya estaba empezando a oler igual que una ciénaga. Peto, reflexionando sobre lo que había sucedido, expelió el humo de los pulmones y volvió a centrar la atención en el hombre que estaba sentado con él a la barra, Kid Bourbon.
—Hay una cosa que tengo que saber: ¿mataste tú a Kyle? ¿O fue otra persona? —le preguntó. Kid estaba sentado a su derecha, pero con Dante en medio, aunque resultaba obvio que Peto se dirigía a Kid. Sobre el mostrador descansaban tres vasos de bourbon, dos vacíos y el otro medio lleno. Tenían al lado dos vasos de cerveza, todavía casi intactos.
—¿Quién coño es ese Kyle?
—Era mi mejor amigo. Lo mataron en el Tapioca, durante el eclipse.
En eso intervino Dante:
—Me parece que a Kyle le disparó Gene Simmons o fredie Krueger. La policía le cargó la responsabilidad a Kid, probablemente porque les resultó cómodo.
—Sí —respondió Kid encogiéndose de hombros al tiempo que daba una calada a su cigarrillo—. Me han endosado cientos de asesinatos que en realidad no puedo reconocer haber cometido. Si uno se cree todo lo que dicen, soy responsable de haberme cargado a todo el mundo, desde Liberty Balance hasta Nice Guy Eddie.
—¿Quién? —preguntó Peto.
—No importa.
Dante decidió sacar a colación un asuntillo que venía preocupándolo un poco. —Pero sí que te has cargado ahora a los miembros de las Sombras, ¿verdad? —Verdad.
—¿No eran amigos tuyos?
—Yo no tengo amigos.
—No entiendo por qué —terció Peto.
—Lo creas o no, ha sido por decisión propia. —Ya.
—Oye, imbécil, si trabo amistad con una persona, esa persona se convertirá en el objetivo de los vampiros, los hombres lobo y toda esa basura. He tenido que alejarme de todas las personas que me importaban. Pero por lo visto no me he alejado bastante, porque resulta que ahora ha muerto mi hermano pequeño. Lo han matado para atraparme a mí. Y vosotros podéis consideraros afortunados de que no os tenga por amigos, porque los dos acabaríais muertos en menos de una semana.
—¿Ha muerto tu hermano? —exclamó Dante impulsivamente.
—Sí, lo han matado ese cabrón de Hunter y cuatro de sus amigos. Todavía quedan dos por sufrir antes de que dé por terminado el trabajo. Así que si quieres saber si era amigo de esos vampiros, te contesto que no. Los odiaba a todos ellos. He estado esperando a que se presentara aquí el imbécil que tiene el Ojo de la Luna, a ver si puedo librarme de esta sangre de vampiro que me está contaminando las venas. Es posible que así pueda llevar una vida normal. Y entonces, sólo entonces, estudiaré la posibilidad de tener amigos.
—¿De modo que ni siquiera te caían bien los otros miembros de las Sombras? — persistió Dante, innecesariamente.
Kid lo miró con aire divertido. Decidió responder de todos modos a su pregunta, aunque no sin antes expeler una nube de humo de tabaco a la cara de aquel joven tan inquisitivo.
—Esos tíos, si hubieran descubierto que estabas fingiendo, te habrían matado en un abrir y cerrar de ojos. Por cierto, ¿cómo te las has arreglado para engañarlos? Yo te calé al instante, tío. Relucías igual que un puto faro.
—Gracias a un suero que estoy tomando. Me lo ha proporcionado uno del Servicio Secreto. Me baja la temperatura de la sangre y me ayuda a hacerme pasar por vampiro. Aunque por lo visto esta noche no estaba funcionándome muy bien. —Se estremeció al recordar lo que había dicho Obediencia de servirles a Fritz y a él para cenar.
—¿Trabajas para el Servicio Secreto?
—Sólo mientras tienen de rehén a mi novia.
—¿Quieres que los liquide? —preguntó Kid en tono de naturalidad.
—No me importaría —repuso Dante, y agregó a toda prisa—: pero a ella no, claro.
—Claro. Tengo otros dos vampiros más que matar, y después podemos ir a por ellos. ¿Y qué me dices de ti, monje? ¿Cómo has conseguido infiltrarte tan bien? Me has engañado incluso a mí.
—¿Lo dices en serio? —replicó Peto rascándose una de las heridas de bala, ya casi curadas, que tenía en el pecho, justo debajo del hombro izquierdo—. He aprendido unas cuantas cosas sobre el uso del Ojo de la Luna. Es una piedra muy poderosa, ¿sabes? Tiene algo más que poderes curativos.
—Me alegro de saberlo —dijo Kid al tiempo que apagaba el cigarrillo en el mostrador de la barra y expulsaba la última nube de humo por las fosas nasales—. Esta noche, después de que terminemos aquí, voy a pedirte esa piedra y a utilizarla para curarme unas cuantas dolencias que tengo. Una de ellas, no poco importante, es la que me lleva a transformarme en un puto vampiro de forma aleatoria, en el momento menos oportuno.
—Supongo que te costará trabajo controlarte —inquirió Dante.
—Bueno, además de un pequeño problema con la bebida y de varios temillas que tengo con los accesos de cólera, lo cierto es que no es precisamente un lecho de rosas.
Kid apuró el último trago que le quedaba del bourbon y arrojó el vaso hacia atrás. Fue a estrellarse contra el suelo, a su espalda. Seguidamente se puso otro cigarrillo entre los labios. Dino, que se encontraba en la trastienda, reapareció tras la barra al oír el ruido de cristales rotos.
—¿De verdad era necesario hacer eso? —protestó.
—¿Cuál es tu color preferido? —le preguntó Kid metiendo la mano en su gabán. —El azul. ¿Por qué?
¡BANG!
Kid había sacado un enorme revólver niquelado, había apuntado con él a Dino y le había abierto un agujero en medio de la cabeza. El impacto produjo una rociada de sangre que salpicó a Dante y a Peto, los cuales retrocedieron horrorizados. El cuerpo del propietario del bar permaneció en posición vertical durante uno o dos segundos más de lo que permitían las leyes de la física, principalmente porque Dino tenía los pies muy grandes y antes del disparo estaba erguido y con la espalda recta. Pero tras pasar unos instantes con la vista perdida en el bar y luciendo un enorme orificio en mitad de la frente, se le doblaron las rodillas y se desplomó de espaldas. Cayó justo sobre un estante de vasos que acababa de ordenar minutos antes.
—¡Dios! —chilló Peto—. ¿Qué problema tiene el color azul?
—Ninguno. —Simplemente quería distraerlo mientras apretaba el gatillo—. Kid dio una calada al cigarro—. ¿Cuál es tu color preferido?
Peto guardó silencio unos instantes.
—¿Te importa que te lo diga más tarde?
—Claro que no. —Kid escondió de nuevo el revólver—. Bien, en mi opinión, ha llegado el momento de largarse de aquí. Por las pintas que tenéis, no os vendría mal hacer una pequeña visita a Domino's.
—Genial —dijo Dante levantándose de la banqueta—. Tengo ganas de asesinar una pizza. —Las matanzas y el caos siempre le daban hambre (y el sexo también).
—No es una puta pizzería, sino una tienda de ropa. Para cambiaros de ropa.
No le faltaba razón. Los dos estaban cubiertos de sangre. Aunque en realidad no había sido culpa suya. De hecho, todo era culpa de Kid. Así y todo, seguramente no había necesidad de decirlo.
Kid se dirigió hacia la puerta del bar, y Peto y Dante lo siguieron. Tan sólo hizo momentáneamente un alto para sacar de nuevo el revólver. Esta vez apuntó a la gramola y le hizo un agujero gigantesco que la atravesó de parte a parte. Aquello fue suficiente para que la vieja Würlitzer dejara de reproducir la canción de The Clash titulada «Luché contra la ley».
Ya en el exterior del local, se encaminó hacia un estilizado deportivo negro que estaba aparcado en el bordillo de enfrente. Las calles carecían de iluminación, de manera que ahora que el cielo ya estaba totalmente oscuro costaba distinguir de qué coche se trataba, aunque el bulto del capó sugería que el motor que guardaba dentro era más bien tirando a potente. La única luz que había era la procedente de la luna, azul y despejada, pero ésta se hallaba oculta en parte tras un nube gris de tormenta. Por fin, cuando Kid abrió la puerta del conductor, Dante descubrió qué coche era.
—¿Es un Interceptor V8? —preguntó.
—Pues claro. Mola, ¿eh?
—Y que lo digas. Yo, una vez tuve un DeLorean, ¿sabes?
—«Dios —pensó Dante—. Kid Bourbon y yo unidos por algo así... ¿Quién lo iba a pensar?»
—Me alegro por ti.
—Pero lo estrellé contra un árbol. Siniestro total. —¿Haciendo un 88?
—Pues sí. ¿Cómo lo has adivinado?
—Era una posibilidad remota. Venga, cierra la boca y sube.
Dante se pidió el puesto de copiloto, de modo que se apropió del asiento del pasajero obligando a Peto a meterse con calzador en el poco espacio de que disponía el estrecho asiento de atrás. El monje había aprendido mucho desde que salió de Hubal, pero todavía había ciertas costumbres que lo pillaban desprevenido. Algunas veces tenía el convencimiento de que la gente inventaba cosas nuevas como reclamar el asiento del copiloto cuando le venía bien, sólo para aprovecharse de él. Mascullando un poco, se sentó en el estrecho espacio de la parte de atrás del coche situándose entre los dos asientos delanteros, para sacar el máximo partido posible al espacio que había para las piernas.
Cuando el coche salió a todo gas por aquella calle desierta en dirección a Domino's, oyó a su espalda un leve golpeteo. Sonaba como si proviniera del interior del maletero. Y al golpeteo siguió una voz amortiguada.
—¿Tienes a alguien dentro del maletero? —preguntó Peto a Kid. —Pues sí.
—¿Puedo preguntarte quién es?
—Pues no.

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