Cincuenta y ocho

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Robert Swann era un hombre tremendamente fuerte. Y también estaba magníficamente entrenado en lidiar con un prisionero que forcejease. Y en lo referente a prisioneros que forcejeaban, Kacy era bastante floja. No tuvo que esforzarse mucho para arrastrarla hasta el dormitorio en el que había pasado las últimas noches. Con una agresividad considerable, la arrojó como si fuera una muñeca de trapo sobre una de las dos camas, la que tenía más cerca. Kacy cayó de espaldas encima del edredón de plumas anaranjado y su cabeza se hundió suavemente en la almohada blanca colocada bajo el cabecero. El lado derecho de la cama estaba pegado a la pared, lo cual quería decir que la única forma de escapar que le quedaba sería rodar hacia su izquierda y salir por el espacio, de menos de un metro de anchura, que separaba las dos camas. En medio de dicho espacio, arrimada a la pared, había una mesilla con un espejo encima. Sin embargo, antes de que Kacy pudiera hacer ningún intento de bajarse de la cama, Swann se echó encima de ella y la aprisionó con su musculoso corpachón. Aquello la dejó sin aire en los pulmones, de modo que descubrió que ni siquiera podía gritar. Al ver el rostro libidinoso de Swann bajando hacia ella con la lengua fuera y los ojos salidos, volvió la cabeza hacia un lado. Así logró evitar que pudiera besarla en la boca; en cambio, lo alentó a que le lamiera aquel lado de la cara con su lengua húmeda y babosa.
Swann movió las manos deprisa; una de ellas agarró el pecho izquierdo de la chica, la otra se deslizó en dirección a la entrepierna. Kacy sintió unas fuertes arcadas, pero, sin saber cómo, logró contenerse, pues sabía que si perdía el tiempo en vomitar no podría ofrecer resistencia. La única parte de su persona que no estaba aprisionada por el cuerpo jadeante de Swann era el brazo izquierdo, de modo que lo estiró hacia la mesilla intentando encontrar algo que pudiera emplear como arma. Lo que encontró fue una lamparilla de noche. No era un arma muy buena que digamos, pero era la única que tenía a mano. La agarró por la base y golpeó con todas sus fuerzas la cabeza de Swann. La lámpara se estrelló contra el oído de su agresor y la frágil pantalla de color naranja salió despedida. El porrazo apenas causó efecto en Swann; éste se limitó a incorporarse un poco sin dejar de aprisionar a Kacy, sujetándole la cintura con las rodillas. La recorrió con la mirada de arriba abajo, recreándose ya en la idea de ver su carne desnuda, y sin perder tiempo asió la sudadera gris que llevaba la chica y procedió a sacársela por la cabeza. El movimiento de retirarle la prenda obligó a su presa a levantar los brazos hacia atrás, con lo cual la lamparilla se le cayó al suelo. La bombilla se hizo añicos con un fuerte estrépito.
Mientras Kacy luchaba por sacar la cabeza y los brazos de la sudadera para poder forcejear, Swann se apresuró a aprovechar aquella oportunidad para desabrocharse el cinturón y bajarse la cremallera de los pantalones. Lo hizo todo a una velocidad increíble, aunque Kacy no se percató de ello: aún tenía la cara atrapada dentro de la sudadera cuando Swann se bajó el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos. Ya tenía el pene en erección, de modo que lo único que le quedaba por hacer para poder usarlo era desgarrar el vaquero y las bragas de la chica. Fue directamente a por el estrecho cinturón de cuero negro que cerraba los vaqueros y comenzó a pelearse frenéticamente con la hebilla. Manoteaba de forma parecida a un colegial, de tan falto de práctica que estaba, y para cuando consiguió abrir la hebilla y se disponía a abrir la cremallera de los vaqueros, Kacy ya había logrado liberar el brazo izquierdo de la manga de la sudadera. Cuando lo golpeó, Swann reaccionó con demasiada lentitud; estaba tan embobado por la visión de aquella piel del vientre, tan suave, y tan excitado pensando en cómo sería el resto del cuerpo, que no se había fijado en que su víctima estaba palpando el suelo con la mano izquierda. Kacy había conseguido agarrar el extremo metálico de lo que quedaba de la bombilla y atacó con él a Swann cuando éste se arrodilló por encima de ella, a la manera de un boxeador cuando propina un gancho. Sólo que no apuntó al mentón, sino directamente a la entrepierna.
—¡AAARRRGGGHH! —chilló Swann a todo lo que le dieron de sí los pulmones cuando los dientes de sierra del cristal de la bombilla se le clavaron en los genitales y le rasgaron parte del escroto. Se llevó las manos a las ingles y se agarró la herida, esperando no haber sufrido daños permanentes. Kacy soltó la bombilla rota y trató de zafarse, cosa que le resultó más fácil de lo que había esperado, porque Swann, retorciéndose de dolor, perdió el equilibrio y cayó de costado fuera de la cama, al suelo, sin dejar de lanzar alaridos y de agarrarse los testículos. Kacy se bajó a toda prisa la ropa de la mitad superior del cuerpo y se puso de nuevo la sudadera en un segundo. Luego se abrochó la hebilla del pantalón y saltó de la cama.
Se disponía a salir corriendo del dormitorio cuando de pronto reparó en el arma de Swann, que éste tenía guardada en una sobaquera bajo la axila izquierda. Aquel sucio saco de escoria estaba arrodillado en el suelo, de espaldas a ella y con el culo peludo en pompa, de modo que, aprovechándose de la situación, se lanzó sobre él y aferró el arma. La extrajo de la sobaquera y después apuntó con ella a la nuca de su agresor.
—¡No se te ocurra moverte! —le chilló.
Pero Swann apenas la oyó, porque estaba demasiado absorto en inspeccionarse los testículos y en gemir de dolor.
¿Qué hacer? Kacy pensó en todas las películas de policías y series de televisión que había visto. «Golpéale con la pistola en la nuca», se dijo a sí misma. Entonces cogió el arma de otra forma y aquello fue exactamente lo que hizo.
¡ZAS! Justo en la nuca de Swann. El violador en serie lanzó un grito de dolor y luego retiró una mano de los genitales y se tocó en el punto en que lo había golpeado Kacy. Entonces volvió la cabeza y la miró.
—¡Serás zorra! —se mofó.
Kacy ya no aguantó más. El porrazo en la nuca no había conseguido dejarlo sin conocimiento, sólo sirvió para enfurecerlo más.
Que se jodiese. Había llegado el momento de largarse de allí.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora