Treinta y nueve

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Tras el breve coqueteo con el peligro que había provocado la reaparición de Kid Bourbon, Sánchez había salido disparado hacia el Tapioca, a toda pastilla. Entró en tromba por la puerta como un poseso, sudando y jadeando sin resuello. Pero su bar no estaba precisamente como a él más le gustaba. Para su consternación, en una de las mesas situadas justo en el centro del local había un clan de seis hombres lobo y una furcia. Los hombres lobo formaban una panda de desaliñados, al igual que la mayoría de los de su clase. Estaban todos sucios y sin afeitar, y eran bastante más peludos que el cliente medio. Y eso que el cliente medio del Tapioca por lo general era bastante peludo, pero aquellos licántropos llamaron la atención de Sánchez. Aparte de la furcia, eran los únicos clientes que había en el bar, seguramente porque los que había antes se habían largado al verlos entrar a ellos.
Sánchez reconoció primero al líder del clan. Era MC Pedro, aquel inútil que iba de estrella del rap. Un idiota de primera fila (como la mayor parte de los hombres lobo, a decir verdad), felizmente ignorante de la mierda de raps que componía, en lo referente tanto a la música como a la letra. En esta ocasión había venido vestido exactamente como correspondía a un aspirante a rapero, con una camiseta amarilla de los Lakers de tamaño gigante que llevaba estampado el número 42. Tenía a la furcia sentada en las rodillas, lo cual no resultaba muy agradable de ver. La fulana en cuestión iba de lo más estridente con un vestido de color escarlata que dejaba muy poco a la imaginación y con el pelo negro azabache todo alborotado, lo cual sugería que ya había prestado varios servicios en el aseo de caballeros que había al fondo del local. Sánchez se puso pálido al ver aquel perdedor, su puta y sus amigos perdedores como él, todos sentados en su bar.
—¡Eh, me parece que ya os dije que no se os ocurriera volver por aquí! —les chilló con más valentía de la que él mismo esperaba.
—Oye, tío —respondió Pedro levantándose de la mesa, con lo que la furcia se cayó de sus rodillas y acabó en el suelo. Fue hasta Sánchez con un bamboleo arrogante que resultaba especialmente tonto porque la enorme camiseta de baloncesto le colgaba más abajo de las rodillas del pantalón negro y holgado que llevaba y no era lo bastante ancha para dejar sitio a las largas zancadas que intentaba dar su dueño. Cuando estuvo a poco más de medio metro, en un intento de impresionar a sus camaradas e intimidar a Sánchez, se lanzó a cantar uno de sus infames raps—: ¿Pasa algo contigo, mamón hijo de puta? ¿A qué viene tanta, coña, si todavía no hay luna? Venimos a beber, a ver si te enteras. Somos mucho para ti, nenaza puñetera. Déjanos en paz a mí y a mis amigos. No me calientes más, mira lo que te digo.
A Sánchez no le gustaba el rap ni cuando era del bueno, así que cuando era tan malo como aquél y encima no tenía sentido, le revolvía el estómago. El tal MC Pedro, ¿habría oído música de rap que no fuera la de MC Hammer y Vanilla Ice? Seguro que no.
Cuando, al cabo de unos instantes, aquel imbécil hombre lobo rapero le puso una mano en el hombro de una forma ligeramente intimidatoria, Sánchez podría haberse cabreado de verdad. No tenía tiempo ni paciencia para aguantar aquellas chorradas. Normalmente, la actitud amenazante de Pedro le habría puesto un poquito incómodo, dado que él era un cobardica, pero en esta ocasión no surtió el efecto deseado; Sánchez tenía cosas más importantes que resolver. En aquellos momentos Kid Bourbon se dirigía hacia allí, y lo más probable era que todos aquellos lobitos mariconazos acabaran muertos si el hombre más temido de todo Santa Mondega decidía echar un vistazo allí dentro y soltar un bufido.
—Tengo que subir un minuto al piso de arriba —dijo Sánchez apartando a Pedro y encaminándose hacia la escalera que había al fondo y que conducía a la planta superior—. Para cuando vuelva, quiero que os hayáis largado todos.
—Cómo no —sonrió Pedro—. Una sola cosa vas a tener que escuchar. Me oirás a mí pidiendo otra ronda más.
Sánchez estaba horrorizado, y no sólo por el rap, sino por la noticia de que aquellos hombres lobo pensaban pedir otra ronda de bebidas. Por desgracia, no le quedaba tiempo para discutir; tenía que hablar con Jessica antes de que se presentara Kid.
Trabajando detrás de la barra en aquella aciaga noche se encontraba una empleada relativamente nueva que se llamaba Sally. Era una chica muy atractiva, aspirante a ser una «vigilante de la playa», sólo que tenía un poco más de carne encima de los huesos de la que debía tener en realidad una socorrista. En general se ponía escotazos para exhibir el generoso busto que tenía, y aquel día no hizo ninguna excepción: llevaba un escueto y ajustado top de color rojo y escote vertiginoso a juego con un pequeñísimo pantalón corto de cuero negro. Aquel atuendo era similar al que llevó a la entrevista que le hizo Sánchez antes de darle el empleo. No poseía experiencia como camarera y era bastante atontada, pero tenía lo que había que tener para tratar con los clientes, y a éstos les gustaba. Y mucho. Sánchez se detuvo un momento detrás de la barra para susurrarle una serie de instrucciones a toda prisa en el oído derecho a la vez que le miraba el escote. Dichas instrucciones Sally ya se las conocía de sobra, aunque no le gustaba mucho cumplirlas. Sánchez, después de asegurarse de que ella hubiera entendido con precisión lo que tenía que hacer, subió escopetado escaleras arriba, a la habitación en la que descansaba Jessica.

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