Cuarenta y dos

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Dante llegó al Abrevadero justo a tiempo. Al acercarse a la puerta de entrada, vio que el fornido portero, tío Les, estaba preparándose para cerrar y no dejar entrar ya a nadie.
—Eh, tú, el nuevo —exclamó el gorila al ver que Dante venía andando por la calle desierta en dirección a su local—. Si quieres entrar, más te vale mover el culo. Hoy cerramos temprano.
Dante se quitó las gafas de sol envolventes y echó a correr al trote para demostrar al portero que estaba moviendo el culo, tal como éste le había dicho.
—¿Qué pasa, tío? ¿Hay una fiesta privada o algo así?
—No. Se avecinan problemas. Por lo visto, ha vuelto a la ciudad Kid Bourbon. Si es verdad lo que dicen, viene buscando camorra.
Dante llegó a la entrada y penetró en el bar. A continuación, tío Les echó el cerrojo por dentro.
—Gracias, tío. ¿Así que esta noche puede que se cierre temprano? —preguntó Dante, esperanzado.
—O que se convierta en una encerrona. Literalmente hablando —replicó el gorila.
Tras echar un vistazo a la zona de la barra, Dante advirtió que aquella noche el local estaba de lo más animado, abarrotado de vampiros. Al parecer, todos estaban enterados de la mala noticia de que había vuelto Kid Bourbon y habían decidido congregarse en un solo sitio. «La unión hace la fuerza», supuso. O eso, o es que adoraban Halloween.
En un rincón del bar distinguió dos de los familiares chalecos de las Sombras. Los vampiros que los vestían eran Fritz y Obediencia, lo cual fue un alivio porque eran los dos con los que resultaba más fácil llevarse, simplemente porque eran los que hablaban más, aunque uno de ellos fuera un tanto gritón. Se encaminó hacia donde estaban ellos oyendo la melodía que tocaban Las Psíquicas a su izquierda, en el escenario. Estaban interpretando bastante decentemente el tema «Perdedor», de Beck.
Mientras se abría paso por entre la multitud hacia aquellos colegas no muertos cuyo respeto se había ganado en las dos noches anteriores, no pudo evitar darse cuenta de que estaba atrayendo varias miradas de extrañeza. Iba tarareando el estribillo de la canción que cantaban Las Psíquicas —«Soy un perdedor, así que ¿por qué no me matas?»— y atribuyó dichas miradas al hecho de que aquellos vampiros estaban admirados de lo chulo que le quedaba el chaleco nuevo. Daba gusto sentirse aceptado por los demás.
Después de pelearse con el gentío, llegó por fin a donde estaban Fritz y Obediencia, que se encontraban de espaldas a él, y tiró a Fritz del chaleco.
—Qué hay, tíos, ¿a alguien le apetece otra copa? —preguntó.
Fritz se dio la vuelta y le sonrió. Obediencia hizo lo mismo, pero enseguida las sonrisas de ambos se transformaron en miradas ceñudas. Las gafas de sol no dejaron ver la expresión de desconcierto que tenían en los ojos.
—¿QUÉ COÑO ES ESO? —chilló Fritz con gesto pensativo, mirando fijamente a Dante.
—¿El qué? —respondió Dante, confuso—. ¿Tengo la palabra «gilipollas» escrita en la frente o algo así?
El mismo se río de su chiste y dio un empujón de broma a Obediencia, que estaba justo detrás del alemán. Pero no se río ninguno de los dos. En lugar de eso, Obediencia dio un paso al frente, extendió la mano y cogió a Dante de la cara para estrujarle las mejillas. Y tomarle la temperatura.
—Fritz, ¿estás pensando lo que yo estoy pensando? —le preguntó a su colega en tono glacial.
—¡pues clarro! ¡yo también estoy pensando lo que estoy pensando!
Dante captó un toque de hostilidad en Obediencia y lo achacó a que el chiste había sido muy malo.
—Oye, tío, perdona, ha sido una broma.
Obediencia le soltó la cara, pero al momento lo aferró del brazo izquierdo y lo atrajo hacia sí. Luego, sin miramientos, le subió la manga de la camisa y le examinó el brazo de arriba abajo. Después se lo retorció un poco, provocándole una mueca de dolor, e hizo una seña a Fritz para que echara un vistazo.
—Fritz, aquí nuestro colega se ha estado pinchando algo en el brazo. Fíjate, tiene marcas de pinchazos en las venas.
Fritz observó detenidamente el brazo de Dante y vio varias marcas en el punto en que Swann había inyectado el suero cada noche. Dante se percató de que estaba de mierda hasta el cuello y de que se imponía pensar rápidamente en algo.
—Joder, tío, no es nada malo —farfulló—. No es más que caballo.
Obediencia soltó una risita de burla.
—Yo más bien diría que te has estado metiendo algo de forma regular. Estas marcas son muy recientes. Y no creo que te hayas pinchado tanta heroína en estos días de atrás. Tiene que ser otra cosa.
—Que no, que es heroína —protestó Dante—. Es que es muy adictiva, ¿sabes?
—Y también el suero que les inyectan a los agentes secretos que pretenden colarse entre los vampiros —rugió Obediencia, empezando a enseñar los colmillos. Tanto él como Fritz se dieron cuenta de que los habían engañado. Dante era un impostor desde el principio. Obediencia, de modo particular, estaba que echaba humo por aquella traición. Por culpa de Dante llevaba un ridículo tatuaje de color verde en la frente, y obviamente lo cabreó mucho el hecho de descubrir que su nuevo camarada en realidad no era uno de ellos.
Por fin Fritz expresó en voz alta lo que ya era evidente y dejó que Dante (y de paso todo el público presente en el Abrevadero) se enterase de que el juego había tocado a su fin.
—¡NO ES UN PUTO VAMPIRRO! ¡ES UN AGENTE SECRETO! ¡SCHWEINHUND! —ladró el alemán con más furia que nunca.
Obediencia apretó un poco más fuerte el brazo de Dante. No estaba dispuesto a aflojar la mano y permitir que se le escapase aquel topo que había actuado de incógnito.
—Puede que no sea uno de nosotros —gruñó—, pero nos va a servir muy bien de cena.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora