Sesenta y uno

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Kacy estaba temblando como una hoja. Empuñar una pistola era algo que en el mejor de los casos la ponía nerviosa, y pensar que a lo mejor iba a tener que dispararla la aterrorizaba todavía más. ¿Dónde demonios se habría metido Dante? «Ya debe de estar cerca, no puede andar muy lejos», reflexionó. Y tenía razón. Fuera cual fuese el apuro en que se encontrasen ambos, siempre era mejor afrontarlo juntos. Cada uno por su lado era vulnerable; en cambio, cuando estaban juntos, el valor y la tenacidad de Dante combinados con la sensatez de ella formaban un tándem perfecto para hacer frente a cualquier problema que se encontraran por delante. Unidos, formaban un equipo formidable.
Kacy había dejado a Swann en el segundo cuarto de baño de la suite, bañado en sangre y con el pantalón a la altura de los tobillos. Ahora, mientras avanzaba con cautela por el pasillo de la tercera planta, la dominaba la paranoia y una terrible sensación de ansiedad. Estar sola le causaba pánico. Todas las decisiones iba a tener que tomarlas ella, sin que pasaran primero por otra persona, y cuando dichas decisiones se referían a cosas simples, como girar a la derecha o a la izquierda, pero tenían consecuencias gigantescas, como vivir o morir, eran decisiones que no deseaba tomar. Alguien saldría de una de aquellas puertas o aparecería frente a ella, al doblar una esquina, o, peor aún, a su espalda. Con una lógica irracional, producto de la angustia y la aprensión que la invadían, decidió no utilizar el ascensor, sencillamente porque se cagaba de miedo de sólo pensar en que al abrirse las puertas del mismo pudiera encontrarse cara a cara con un vampiro o con un policía corrupto. Lo mejor sería dirigirse a la escalera que bajaba al vestíbulo. «Actúa con naturalidad, como si no pasara nada», se dijo a sí misma.
Y de pronto, en cosa de un segundo, su mundo volvió a recuperar la paz. En el otro extremo del pasillo apareció Dante. Se notaba a las claras que había subido la escalera corriendo, porque llegaba un poco falto de respiración y estaba empapado. Además, por razones desconocidas, venía vestido con un uniforme de policía, con una camisa azul toda mojada por la lluvia que parecía tener grandes lamparones de sangre. Pero aquello no le preocupó demasiado; simplemente indicaba que sin duda Dante había conseguido meterse en una de aquellas legendarias y ridículas refriegas suyas de las que, sin saberse cómo, siempre salía ileso.
El semblante de Kacy se iluminó con una enorme sonrisa que no pudo controlar.

El mero hecho de ver a Dante sonriéndole a su vez bastó para borrar todos sus miedos en un instante. Tal vez Dante no fuera el hombre más duro del mundo, y desde luego que no era el más inteligente, pero era su hombre. Siempre estaba al lado de ella en mitad de una crisis, dispuesto a hacer lo que fuera, por más osado o absurdo que fuera, con tal de protegerla a ella, la mujer que amaba. Y aquél era uno de los muchos motivos por los que lo amaba ella.
—Oh, Dios, qué alegría para los ojos —exclamó pasillo adelante, en dirección a él. Dante estaba todavía a sus buenos treinta metros, pero era una distancia que se podía cubrir en segundos. Bajó la pistola y echó a andar hacia él. Se sentía un poco más débil que apenas unos momentos antes, simplemente porque la descarga de adrenalina que le había provocado la agresión de Swann estaba empezando a disminuir. Todo iba a salir bien. Dante echó a trotar hacia ella con una ancha sonrisa en la cara.
—¡Venga, vámonos de aquí enseguida! —chilló.
Kacy se guardó la pistola en la parte de atrás de los vaqueros y abrió los brazos de par en par.
—¡Abrázame, cielo! —exclamó, radiante. Dante apretó el paso, deseoso de lanzarse a los brazos de su chica igual que se ve en las películas cursis.
Y en eso...
¡BAM!
Justo al pasar por delante de un pasillo lateral, saltó de éste una figura vestida con un ceñido mono de leopardo y lo empujó contra la otra pared. Era Roxanne Valdez, y se encontraba en pleno modo chupasangre. A Kacy le dio la impresión de que todo se movía a cámara lenta. Contempló horrorizada cómo se desarrollaban los acontecimientos. Vio cómo cambiaba la expresión de Dante de la alegría a la sorpresa, y después a un terror extremo. Valdez lo había golpeado con la velocidad de un tren expreso. La cabeza se estrelló contra la pared del pasillo con tanto ímpetu que fue un milagro que no se quedase seco en el sitio. La fuerza de aquella vampiro —agente especial era a todas luces colosal, y al haber tomado a Dante del todo por sorpresa, los intentos de éste por desembarazarse de ella resultaron totalmente fútiles.
Kacy, aturdida y como en trance, contempló cómo Valdez abría la boca y dejaba al descubierto unos tremendos colmillos que hundió en un costado del cuello de Dante. Siguió un crujido horroroso, y seguidamente Kacy vio que brotaba sangre del cuello de su amado. Dante tenía el cuerpo entero aprisionado contra la pared, de manera que apenas podía hacer fuerza o tomar impulso con los brazos para oponer resistencia. Peor aún, para cuando Valdez echó la cabeza atrás para permitir que la sangre que había bebido le bajara por la garganta, Dante ya parecía incapaz de seguir forcejeando. Poco a poco la sangre fue desapareciendo de su rostro y se le empezaron a doblar las rodillas, mientras miraba a Kacy con expresión vacía y casi como pidiéndole perdón.
Kacy chilló por fin:
—¡dante!
Tuvo la sensación de haber estado una eternidad contemplando aquella escena antes de que su boca le permitiera emitir aquel inevitable grito de desesperación.
El chillido llamó la atención de Valdez, enloquecida por la sangre. Soltó a su víctima y posó su malévola mirada en Kacy. El cuerpo de Dante, maltrecho y ensangrentado, resbaló hasta el suelo y fue dejando un ancho reguero de color rojo en la pared hasta que por fin se desmoronó sobre la moqueta, igual que una muñeca de trapo que nadie quiere.
Valdez dio un paso hacia Kacy con la mirada fija en ella, acaso por considerarla apropiada para el postre. Todavía le goteaba de la boca un hilo de sangre de Dante que le manchó el traje de leopardo. Kacy se quedó petrificada, y durante un segundo las dos mujeres se miraron fijamente la una a la otra. Entonces el vampiro pasó a la acción y arremetió contra la inocente que la miraba con los ojos desorbitados.
Aquello terminó por despejar el cerebro de Kacy. Obedeciendo a una reacción instintiva, sacó la pistola que se había guardado en la cinturilla del pantalón. Manoteó nerviosamente hasta agarrarla con firmeza y acto seguido, con manos temblorosas, apuntó al chupasangre que venía hacia ella. Entonces, por motivos que ni siquiera ella conocía, cerró los ojos, volvió la cabeza y disparó a ciegas.
¡BANG!
Por espacio de unos segundos se oyó únicamente el silencio ensordecedor que siguió al estampido. Entonces, Kacy, poniendo la misma mueca que una persona que espera que le lancen una tarta a la cara, abrió un ojo, después el otro. Sobre la moqueta, a menos de un metro de donde estaba ella, yacía un cadáver ensangrentado y humeante: los restos del agente especial Roxanne Valdez.
Dante continuaba derrumbado en el suelo del pasillo, contra la pared, como quince metros más adelante. Miraba a Kacy con ojos de cachorrillo, pero tenía la cabeza apoyada en el suelo en medio de un charco de sangre que iba haciéndose cada vez más grande, extendiéndose sobre la moqueta. Estaba sangrando por la boca, pero la causa principal de que la mancha de sangre fuera cada vez más ancha era el torrente que le brotaba de la tremenda herida del cuello.
A pesar del entumecimiento que la invadía, el cerebro de Kacy pensaba a toda velocidad. Dejó la pistola de Swann en el suelo, junto a los restos de Valdez, que ahora se habían incendiado, y corrió al lado de Dante con toda la fuerza que logró imprimir a sus piernas, aunque parecieran de gelatina. Se arrodilló y puso una mano encima del agujero que Dante tenía en el cuello en un intento de contener la hemorragia, al tiempo que con la otra le levantaba la cabeza y se la giraba hacia ella.

—Cielo, no me dejes —logró decir. El mero hecho de pronunciar aquellas palabras bastó para provocar el llanto que era inevitable desde el momento en que Dante cayó. Pasó los dos minutos siguientes arrodillada a su lado, acunándole la cabeza y suplicándole que no se fuera. Que no la dejara completamente sola en un mundo lleno de odio, rencor y maldad. Pero Dante no pudo responderle, ya había perdido la voz cuando ella llegó a su lado. Lo único que pudo hacer fue mirarla con una expresión de impotencia, esperando que ella leyera en aquella mirada que lamentaba profundamente haberlo estropeado todo justo al final. Había caído al saltar la última valla del recorrido, después de haber superado con éxito la prueba de haberse infiltrado en un antro de vampiros durante tres noches.
Kacy, sollozando, vio que Dante ponía los ojos en blanco, señal de que había dejado de luchar por vivir, pero continuó acariciándole el pelo y limpiándole la sangre de la cara. Si estaba partiendo hacia la otra vida, deseaba que estuviera bien guapo y que causara buena impresión. Desolada como estaba, mientras le recomponía el rostro le vinieron a la memoria todos los momentos felices que habían vivido juntos. Rememoró algunas de las tonterías que había hecho Dante desde que ambos se conocieron. Recordó el día en que se presentó en su casa con un montón de DVD del Capitán Garfio sonriendo como si le hubiera tocado la lotería. O aquel en que hizo que se sintiera violenta por haber llamado hijo de puta al profesor Cromwell. O cuando robó un Cadillac amarillo para impresionarla cuando ya tenían a media ciudad intentando matarlos. O cuando, disfrazado de Terminator, la arrastró hasta un lugar seguro en medio del tiroteo que hubo en el Tapioca el año anterior, durante el eclipse. Y, sobre todo, rememoró el día en que se le declaró, hacía ahora menos de una semana. Dante había sido lo mejor que le había ocurrido en la vida.
Dante llevaba muerto un minuto entero cuando de pronto algo distrajo a Kacy.
—¡Jodida puta! —exclamó una voz desde el otro extremo del pasillo. Era el agente Swann, y ya estaba agachándose para recoger su pistola del sitio en que la había dejado Kacy—. Ahora sí que lo vas a lamentar.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora