Peto estaba solo en su apartamento, tras pasar otra noche más en el Abrevadero, entre los no muertos. Aún no había recopilado ninguna información acerca de Kid Bourbon; en cambio, curiosamente, había visto a aquel joven, Dante Vittori, al que había conocido el año anterior. En la última ocasión en que estuvo en Santa Mondega, Dante se ofreció a ayudarlo a él y al otro monje que lo acompañaba, Kyle, a encontrar el Ojo de la Luna. Técnicamente, cumplió con su parte del trato, pero en el último momento se volvió contra él y le apuntó a la cabeza con un arma justo cuando él estaba a punto de disparar a Kid Bourbon. Si hubiera logrado matar a Kid, sin saberlo habría salvado la vida de todos sus hermanos de Hubal, que fueron brutalmente asesinados poco después.
Así y todo, Peto tenía la sensación de que Dante era buena gente. Así se lo había dicho Cromwell, y en aquellas cosas la opinión de éste parecía pesar mucho. Peto recordó que el año anterior, después del eclipse, Dante le dijo que se marchara del Tapioca llevándose el Ojo de la Luna y prometiéndole que ya se encargaría él de Kid Bourbon. Pero, según lo que descubrió más tarde, Dante no había hecho nada parecido. En lugar de ello, se había sumado a Kid en la tarea de acribillar con un centenar de balazos el cuerpo tendido en el suelo de la joven que iba disfrazada de Catwoman.
La sensación que le inspiraba Dante se confirmó cuando vio la. imagen de una mujer que guardaba un intenso parecido con Jessica, la Catwoman, en el libro que le prestó Bertram Cromwell. Dicho libro, que se titulaba Mitología egipcia, contenía una reproducción a toda página de un retrato de ella, y le atribuía el nombre de Jessica Gaius.
Ahora que por fin había hallado algo en el libro que mereciera la pena leer, Peto se preparó un café y se acomodó en la única cama que había en su lóbrego apartamento sin calefacción. Desnudo salvo por el Ojo de la Luna, que le colgaba del cuello, se metió bajo la sábana de algodón con la cabeza apoyada contra el tablero. No tenía sentido quitarse en ningún momento aquel preciado amuleto; cualquier merodeador nocturno que pretendiera matarlo o herirlo mientras dormía vería frustrado su intento siempre que él llevase la piedra encima. Los poderes curativos de ésta eran, sencillamente, extraordinarios. (Y también especialmente útiles para que su portador se despertara sin resaca después de una noche de alcohol.)
El suave resplandor que emanaba del Ojo cuando éste se encontraba a la vista era lo bastante potente para permitirle continuar leyendo, incluso después de que hubiera apagado la luz de la mesilla de noche. De modo que, tumbado en la cama con el café y el preciado Ojo, leyó otro poco más acerca de Jessica. Lo que descubrió resultó sumamente interesante. Y también sumamente turbador.
Según aquel texto, árido y un tanto académico, Jessica era hija de Ramsés Gaius, el gobernante de Egipto cuyos restos momificados habían desaparecido, robados o huyendo por su cuenta, de la sala egipcia del Museo de Arte e Historia de Santa Mondega. Tal como le había explicado Cromwell, Gaius no sólo había sido el dueño del Ojo de la Luna, sino que además llegó a dominar el pleno uso de sus poderes.
Absorto en la lectura, Peto se enteró de que Gaius había sido el monje principal de un templo egipcio del siglo I d.C. Desde aquella posición de inmenso poder lo controlaba todo, incluido el nombramiento del faraón. El pueblo lo conocía como la «Luna» porque solamente salía de noche.
De joven, Gaius perdió un ojo en una pelea. Años después descubrió una piedra azul, escondida en una de las grandes pirámides, que antiguamente había sido propiedad de Noé. Varios siglos antes, el gran patriarca del Antiguo Testamento se había servido de aquella piedra para controlar, entre otras cosas, la altura de las aguas durante el Diluvio Universal. Cuando Gaius comprendió el poder que tenía aquel trozo de roca, no se lo colgó del cuello, como habían hecho muchos antes que él, sino que se lo colocó en la cuenca vacía del ojo, y así fue como pasó a llamarse el «Ojo de la Luna».
Mediante aquel Ojo, Gaius aprendió a orquestar muchas cosas. Su facultad más impresionante era la capacidad de controlar objetos inanimados con la mente, «como un maniquí de Beethoven», se dijo Peto para sus adentros. Y aquello tampoco fue todo, porque, empleando el Ojo para la magia negra, también creó una versión personal y corrupta de El libro de los muertos de los antiguos egipcios. Tomando la premisa básica de dicho libro, que consistía en registrar por escrito los rituales necesarios para pasar sin tropiezos a la vida del más allá, creó el Libro de la Muerte, su arma más poderosa. Cada vez que sospechaba que un miembro de su consejo pretendía traicionarlo, simplemente escribía en una de las páginas del libro el nombre de dicha persona, junto con una fecha. Y el destino se encargaba de que la vida de aquella persona acabara en la fecha exacta que había indicado. Todas las víctimas morían de distinta forma. Unas eran asesinadas, otras simplemente caían fulminadas de un ataque al corazón, o bien fallecían plácidamente durante el sueño. La existencia del Libro de la Muerte le garantizaba a Gaius su posición de verdadero gobernador de Egipto, con independencia de quién fuera el faraón, cuyo nombramiento, en cualquier caso, era decidido por él mismo. A modo de salvaguardia, confió el libro a un súbdito leal, el cual lo guardaba bien oculto y bajo llave.La caída de Gaius se asemejó a la de muchos tiranos. Al igual que muchas personas que acaparan un enorme poder, se volvió paranoico y comenzó a desconfiar de los que lo rodearan, según refería el libro del profesor Cromwell. Se enemistó con su hija Jessica cuando ésta reconoció, y él enfatizó, que jamás podría llegar a gobernar Egipto, ya que él había alcanzado la inmortalidad gracias a que siempre llevaba encima el Ojo de la Luna. Gaius no moriría nunca, y por lo tanto nadie lo sucedería nunca, así que Jessica no vería cumplido jamás su deseo de sentarse en el trono de Egipto. Enfurecida, huyó del país y desapareció durante varios años.
Mientras ella estuvo ausente, dos de los primeros seguidores de Gaius, Armand Xavier e Ishmael Taos, regresaron de su búsqueda del Santo Grial. Afirmaron haber bebido la sangre de Cristo, y por lo tanto haber adquirido una inmortalidad similar a la que tenía Gaius gracias al Ojo. Esta noticia le sentó sumamente mal al gobernante egipcio, sobre todo cuando ambos hombres le exigieron una parte de su poder.
Con el fin de desembarazarse de los dos, Gaius hizo planes para escribir sus nombres en el libro. Pero Xavier y Taos ya se lo esperaban, de modo que una noche, mientras Gaius dormía, se colaron en sus dependencias privadas y, mientras uno lo sujetaba, el otro le extrajo el Ojo de la cuenca. Acto seguido, lo envolvieron igual que una momia y lo enterraron debajo de su propio templo con una piedra barata de color verde en la órbita vacía para humillarlo del todo.
Finalmente Gaius, el monje egipcio, murió de hambre en el interior de la tumba en que lo habían enterrado. Sin embargo, siempre había sabido que llegaría el día en que alguien habría de engañarlo, y se había fabricado una póliza de seguros. Haciendo uso de uno de los muchos poderes del Ojo de la Luna, creó una maldición que fue conocida más tarde, por las pocas personas que se enteraron de la historia con el correr de los siglos, como la «Maldición de la Momia». En caso de que alguien lo asesinara y le robara su preciado Ojo, un maleficio se encargaría de hacerlo resucitar en el momento en que su asesino encontrara la muerte a su vez.
Peto bebió el último sorbo de café. «Mmm. Bien, pues eso acaba de suceder ahora», reflexionó. Armand Xavier e Ishamel Taos habían sido asesinados por Kid Bourbon poco después del pasado eclipse. Y a continuación la momia que se exhibía en el museo había cobrado vida y se había escapado. «Esto podría ser grave —pensó el monje—. Esa momia va a lanzarse en busca del Ojo de la Luna. Y eso significa que va a venir a por mí.»
Por lo que sabía, tras realizar un estudio intensivo de las películas de Hollywood en el tiempo que había pasado fuera de la tranquila isla de Hubal, situada en el Pacífico, la momia era el Padre de los No Muertos. No era un personaje que a uno le conviniera tropezarse en la vida, y menos aún tenerlo siguiéndole los pasos.
Al principio, la prosa envolvente y las construcciones enrevesadas de Mitología egipcia estuvieron a punto de matarlo de sueño; pero a medida que fue leyendo, la historia del Ojo de la Luna fue enganchándolo, y ahora ya estaba totalmente despierto. Prosiguió la lectura unos pocos minutos más hasta que finalmente decidió dormirse. En el libro ya no había nada más que destacar, y lo decepcionaba no haber encontrado más información respecto de lo que les ocurrió a Taos y a Xavier tras la momificación de Gaius.
Pero no pudo dormir bien después de todo lo que había leído. Tenía la mente inquieta. ¿Qué habría sido de Jessica? ¿Estaría muerta a estas alturas? Y en tal caso, ¿se reuniría con su padre Ramsés Gaius, ahora que él volvía a ser libre? Una cosa de la que estaba seguro era que ambos se lanzarían en pos del Ojo de la Luna.
Y también estaba seguro de otra cosa más. Una vez que hubiera llevado a cabo la misión de encontrar a Kid Bourbon y de hacer uso del Ojo para curarlo de las maldades cometidas, iba a largarse de aquella ciudad cagando leches.
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El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...