Cuarenta y cinco

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Hunter se giró en redondo. Tras marcar el número que correspondía al «hermano mayor», casi de inmediato oyó sonar un móvil muy cerca de él. Todavía tenía pegado a la oreja el teléfono de Casper. Y de pie casi justo enfrente de él estaba un miembro de las Sombras, sosteniendo en la mano un teléfono que estaba sonando. Era aquel simplón que siempre hacía lo que le decían, Obediencia. Hunter se apresuró a sacar el arma de la sobaquera que llevaba a un costado y apuntó directamente a la cabeza de Obediencia. Este levantó un dedo para indicarle que aguardase un momento mientras él contestaba al teléfono.
—Hola, ¿quién es, por favor? —preguntó.
—Yo, so gilipollas —respondió Hunter, y cortó la llamada.
Obediencia, con expresión perpleja, también colgó. El local entero estaba pendiente de ellos, sin entender qué estaba ocurriendo.
—Éste, amigos, es Kid Bourbon —anunció Hunter señalando a Obediencia y dirigiéndose a la multitud expectante.
Dante, que estaba al lado de Obediencia, se alzó como portavoz de todos:
—¿Estás loco?
—No, estoy hablando muy en serio. El teléfono que tengo en la mano tiene grabado dentro el número de móvil de Kid Bourbon. Acabo de marcarlo, y ha contestado este jodido memo. Él es Kid Bourbon. Lleva una temporada viviendo entre nosotros, urdiendo un plan para matarnos a todos.
En eso, Fritz dio un paso al frente para salir en defensa de su amigo, preparado para enfrentarse físicamente con Hunter si se diera la necesidad. Un vampiro siempre ha de estar dispuesto a pelearse por cualquier miembro de su clan, y Fritz era el amigo más leal que un vampiro pudiera desear.
—¡Y UNA MIERRRDA! —ladró en las narices de Hunter salpicándole sólo con un poquito de saliva.
—Oye, yo no soy Kid Bourbon —dijo Obediencia con una calma impresionante—. Y este teléfono no es mío. Se lo estoy guardando a otro.
Hunter quitó el seguro de la pistola y continuó apuntando con ella a la frente de Obediencia, justo al centro del infortunado tatuaje que decía «GILIPOLLAS».
—No se te ocurra mentirme.
—No estoy mintiendo.
—¡ES VERRDAD! —intervino de nuevo Fritz en ayuda de su amigo—. ¡SU MADRE DE DIJO QUE NO DEBÍA DECIRR MENTIRRAS, Y COMO SIEMPRRE HACE LO QUE LE DICEN, TÉCNICAMENTE TIENE QUE ESTARR DICIENDO LA VERRDAD!
—Entonces, ¿de quién coño es ese teléfono? —preguntó Hunter estirando el brazo para acercar un poco más el arma al rostro de Obediencia.
—No puedo decirlo. El propietario me hizo jurar que guardaría el secreto. —Tienes tres segundos para decírmelo, ¡o te atravieso la puta cara de un disparo! —¿Sabes? —terció Dante—, me recuerdas a ese personaje de Barrio Sésamo que...
—Cállate, gilipollas —rugió Hunter apuntando la pistola en dirección a Dante. Éste levantó los brazos y dio un paso atrás. Enseguida se recordó a sí mismo que Kacy no vería bien que empleara otra vez el insulto que más le gustaba de Barrio Sésamo, y que no era su vida la que corría peligro, sino la de Obediencia. En realidad, no hacía ninguna falta que metiera baza sin necesidad, sobre todo teniendo en cuenta que Obediencia había estado a punto de cargárselo a él antes de que interviniera Hunter. Además, Fritz y Silencio sin duda alguna saldrían en defensa de su colega.
—¡ESPERRA! —chilló Fritz como si le hubieran dado pie—. ¡SI LE HACES ALGO A OBEDIENCIA, TE ASEGURRO QUE LAS SOMBRRAS TE PERSEGUIRREMOS Y NOS VENGARREMOS!
—¿Ves esto? —repuso Hunter señalándose los pies. El izquierdo estaba dando golpecitos contra el suelo—. Soy yo, temblando de miedo. Perseguidme todo lo que queráis, me importa un rábano. Podría mataros incluso con las manos atadas a la espalda. Ah, eso me ha dado una idea...
Se sacó unas esposas del interior de la chaqueta y se las arrojó a Silencio, el cual las atrapó con ademán tranquilo con la mano izquierda.
—Tú, lengua floja, esposa a tu amigo Obediencia.
Silencio fulminó a Hunter con la mirada durante un segundo, pero después obedeció y le puso las esposas a Obediencia por delante, y no por detrás, a fin de proporcionarle al menos un poco más de comodidad. Hunter desamartilló la pistola y se la guardó una vez más en la sobaquera. Acto seguido agarró a Obediencia, lo obligó a darse la vuelta y lo empujó en dirección a la puerta de la calle del Abrevadero.
Para Fritz, la lealtad era una virtud suprema. Al ver que Hunter ya no empuñaba la pistola, procedió a ejecutar su maniobra. Arremetió contra el detective y le lanzó un puñetazo. Su puño derecho cortó el aire a una velocidad cegadora, apuntado hacia la mandíbula de su enemigo. Pero últimamente Hunter estaba hecho de un material más duro, y vio venir el golpe incluso antes de que lo propinara el otro. Se salió de la trayectoria del puño con la facilidad de un niño. Su represalia fue rápida. Dejó de aferrar a Obediencia durante una mínima fracción de segundo y golpeó a Fritz en el estómago con un gancho de tal ferocidad que el alemán salió volando por los aires, como a un par de metros del suelo, y fue a caer diez metros más allá. La multitud se partió en dos como si estuviera atravesándola una bola de fuego, con lo que Fritz no halló obstáculo alguno en su recorrido. Se movió tan deprisa que bien podría haber terminado en la calle, si no hubiera sido por la pared del otro extremo del bar, contra la que acabó estrellándose. El impacto lo hizo rebotar violentamente hacia atrás y aterrizar sobre una mesa a la que estaban sentados tres miembros del clan femenino de las Punk. La mesa se rompió por la mitad y Fritz cayó al suelo, arrastrando consigo las bebidas que estaban tomando las chicas.
Silencio no esperó a que lo invitasen. Embistió a Hunter y se agarró a él en un abrazo de oso, desde atrás. Se le marcaron los músculos de los brazos por el esfuerzo de estrujar con toda su alma el pecho de aquel Cerdo Mugriento, pero no sirvió de nada. Hunter contaba últimamente con una fuerza muy superior, y se zafó fácilmente de él. Una vez liberado de su abrazo, se volvió hacia él y soltó una risita burlona, y a continuación lo agarró por la garganta y lo arrojó en la misma dirección en la que había arrojado a Fritz. Silencio siguió la misma trayectoria que el alemán: se estrelló contra la pared y después cayó al suelo a los pies de las tres Punk, encima de su amigo Fritz, que en aquel momento estaba intentando incorporarse.
Dante estaba tremendamente nervioso, porque al no estar presentes ni Vanidad ni Déjà-Vu todo el mundo pensaría que le correspondía a él hacer el movimiento siguiente. Por suerte para él, apareció Chip a su espalda, vestido con su habitual atuendo negro de karate. Cogió a Dante del brazo, el cual su dueño ya estaba poniendo en tensión para intentar propinar un puñetazo a Hunter, y le susurró en el oído:
—No es el momento. Sé inteligente.
Esta vez, Dante reconoció aquella voz. Se dio la vuelta y miró fijamente a Chip a través de las rastas y del velo pintado que le cubrían buena parte de la cara. Justo lo que había pensado. Le caía bien aquel tío, y además se fiaba de él —más o menos—, por eso Chip se había ganado el derecho de decirle lo que tenía que hacer. Por lo menos en una ocasión.
De modo que Dante bajó el puño que ya tenía preparado y dio un paso atrás. Aun cuando estaba replegándose sin prestar su apoyo a los miembros de su clan, era muy poco probable que nadie lo reprendiera por ello. Hunter había demostrado ser un tipo duro de pelar. En aquel momento, todos los vampiros del Abrevadero estaban profundamente preocupados de ver que aquel personaje tan desagradable y prepotente había adquirido semejante nivel de poder. Daba la impresión de que en Santa Mondega las cosas estaban a punto de ponerse feas, y no sólo aquella noche.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora