Sesenta y cinco

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—¡EH, TÚ, GILIPOLLAS! —rugió una voz potente por encima del estruendo de la lluvia y del viento.
Kacy notó que Swann experimentaba una sacudida y que la aferraba con menos fuerza, que disminuía la presión que ejercía con su cuerpo en la espalda de ella. A continuación sintió la punta de una bota que le propinaba una patada en el trasero. Era evidente que el grueso de la bota y de la fuerza de la patada había alcanzado a Swann entre las piernas, desde atrás. Justo en los cataplines. Justo donde ella acababa de hacerle una herida con la bombilla rota. Lo oyó gemir de dolor y a continuación caer de rodillas detrás de ella, al tiempo que la soltaba. Fuera cual fuese la causa de la turbación de Swann, Kacy no necesitó una segunda invitación, de modo que al instante aprovechó la oportunidad para ponerse fuera de su alcance.
Detrás de Swann, preparándose para propinarle a éste una segunda patada en los huevos, se alzaba un vampiro de aspecto temible. Temible para la mayoría de la gente, quizá, pero en opinión de Kacy también poseía cierta vulnerabilidad que lo volvía adorable. Era Dante, todavía reconocible aunque ahora pareciera ser una criatura de la noche en toda su dimensión. Cuando el infortunado agente intentó recobrar el equilibrio apoyándose contra el taxi, Dante volvió a empotrarle la bota del pie derecho en los testículos, que ya estaban hinchados y rotos. Swann llevaba un pantalón vaquero con unos calzoncillos ajustados debajo, pero éstos no eran de hierro, y por lo tanto el dolor fue el mismo que si no llevara nada encima. Instintivamente se llevó las manos a la entrepierna para protegerse la zona, que rápidamente estaba hinchándose y comenzando a sangrar, al tiempo que hacía un esfuerzo para no vomitar. Entonces vio, horrorizado, una mano que se introducía en un pequeño hueco que tenía bajo el hombro derecho, entre el pecho y el brazo. Dicha mano extrajo su pistola de la funda que la contenía.
—¡Mierda! —Ésta fue la última palabra que atinó a pronunciar, pero se perdió entre la lluvia y el viento. En cambio, no sucedió lo mismo con el disparo que siguió un segundo después, que fue lo bastante sonoro para que lo oyese todo el que estuviera a un kilómetro del hotel.
Kacy desvió el rostro, pero demasiado tarde. De manera que vio cómo salían volando los sesos de Swann por la frente de éste y se esparcían por la puerta del taxi. Seguidamente, su cuerpo cayó hacia delante y chocó contra el suelo, para después empezar a deslizarse lentamente hacia la alcantarilla. La lluvia lavó la sangre con la misma rapidez con que ésta había brotado de la herida.
El vampiro de ojos oscuros en que se había convertido Dante contempló aquel cuerpo sin poder disimular el asco que le provocaba pensar en lo que el agente especial tenía pensado hacer con la mujer a la que él quería.
Para Kacy, el hecho de ver a su amado erguido sobre el cadáver empapado del hombre que pensaba violarla y matarla fue algo abrumador. No fue capaz de ocultar la alegría que la embargaba. Todo el horror vivido en los últimos minutos desapareció súbitamente, más deprisa que la sangre del agente especial Swann.
—¡Cariño, te quiero! —chilló, abriendo los brazos para aferrarse a su héroe, que había regresado. Pero, ante su consternación, Dante dio un paso atrás.
—Apártate de mí —le dijo con una voz intimidatoria—. Ya no soy humano. No te acerques, porque te mataré, estoy seguro.
—¿Qué? —exclamó Kacy al tiempo que extendía un brazo en el intento desesperado de tocarlo por lo menos, pero él retrocedió otra vez.
—Hablo en serio. No te acerques. Siento un impulso irreprimible de morderte. No lo digo en broma, estoy sediento de sangre. Quédate ahí. Peto tiene en su poder el Ojo de la Luna; se lo pediré y con ello supongo que recobraré la normalidad. Entonces podrás abrazarme todo lo que quieras. Pero hasta ese momento, tendrás que esperar.
—¿Peto está aquí? —preguntó Kacy.
—Sí, en el hotel. Tomó el ascensor mientras yo subía por la escalera a buscarte.
—¿Llevaba un uniforme de policía como tú?
—Sí. ¿Lo has visto? Kacy asintió con tristeza.
—Todo excepto la cabeza.
—Repítelo.
—Estaba en el vestíbulo, pero le faltaba... la cabeza. Había sangre por todas partes. La gente era presa del pánico.
—¡Mierda!
Dante dio media vuelta y subió a la carrera los escalones de la entrada, cruzó las puertas y entró en el vestíbulo del hotel. De inmediato vio por sí mismo lo que le había descrito Kacy. El cuerpo sin vida de Peto empapaba la moqueta con la sangre que manaba profusamente del desagradable muñón que antes había sido el punto de unión entre la cabeza y el cuello. La piedra azul y su cadena de plata habían desaparecido, así como el Santo Grial. La única persona que quedaba a la vista era la joven del mostrador de recepción, que a todas luces había sufrido una conmoción y estaba sentada y mirando con expresión ausente el cadáver que yacía sobre la moqueta. Dante, olvidando que ahora era un vampiro hecho y derecho, se volvió hacia ella y le preguntó con voz siseante:
—¿Dónde está la piedra azul?
La muchacha despertó de su estado de hipnosis y volvió ligeramente la cabeza hacia Dante, el cual la miraba fijamente desde el otro lado del vestíbulo enseñando un par de colmillos afilados como cuchillos y todo cubierto de sangre. En realidad, no era lo que ella necesitaba ver en aquel preciso momento, así que no tardó en desmayarse. Al caer se golpeó la cabeza contra la pared que tenía detrás.
En aquel momento apareció en el vestíbulo, a la espalda de Dante, la figura de Kacy, cansada, despeinada y ojerosa.
—¡Venga, cariño, vámonos de aquí! — suplicó.
Dante se volvió hacia ella. A pesar de los colmillos, a pesar del rostro surcado de venas, de los ojos enrojecidos y de la camisa empapada por la lluvia y cubierta de sangre, sin saber por qué, consiguió transmitir la sensación de ser una criatura totalmente desamparada. Entonces comprendió que el que hubiera matado a Peto se había escapado con el Ojo de la Luna. Estaba jodido. Iba a ser vampiro para toda la eternidad, muy probablemente. Y en aquel momento Kacy se le presentaba como su primera comida. No hay nada que más ansíe un vampiro que darse un festín con un miembro atractivo del otro sexo, así que para Dante, Kacy era tanto como la cena de Navidad.
—Cielo, aléjate de mí — le siseó en tono urgente —. Aléjate todo lo que puedas. Me están entrando deseos de matarte, de beber tu sangre. No me obligues. ¡Lárgate de una vez!
A Kacy se le hundió el semblante y puso cara de echarse a llorar de nuevo.
—¿Cómo? — tragó saliva. En todo el tiempo que habían pasado juntos, Dante jamás había dejado de desearla. Aquél era un sentimiento al que no estaba acostumbrada, y al que no quería acostumbrarse.
—Lo digo muy en serio — repitió Dante, ceñudo —. Aléjate de mí todo lo que puedas. — Calló un instante y luego agregó —: Lo siento. — Al decir esto empezó a sentir deseos de llorar también, comprendiendo lo que le estaba pidiendo a su novia. No tenía más ganas de separarse de ella que ella de él, pero tenía que apartarla de sí. Era lo único que podía hacer. El bien de Kacy era más importante que su deseo de beberse su sangre. Y en aquel momento, mientras todavía pudiera ejercer control sobre dicho impulso, que iba intensificándose muy deprisa, tenía que desembarazarse de ella —. Te quiero, Kacy, y siempre te querré, pero márchate ya. Aléjate de mí. No podemos estar juntos, te mataré, o peor aún, te convertiré en un vampiro como yo. Y hazme caso, no resulta nada agradable. Kacy dio un paso hacia él. Dante vio que tenía los ojos rebosantes de lágrimas, causadas por el dolor de oírle a él decir que la rechazaba. Aquello no hizo sino incrementar su malestar.

—Dante, cariño, ¿es que no has aprendido nada? — preguntó Kacy con mirada suplicante.
—¿Qué quieres decir? — contestó él con una voz que empezaba a quebrarse, señal del dolor que estaba intentando disimular.
—Quiero decir — dijo Kacy haciendo un esfuerzo para sonreír — que me des un mordisco, so tonto.
Dante se quedó petrificado. ¿De verdad le estaba pidiendo Kacy que la transformara en un miembro de los no muertos como él? ¿De verdad lo amaba tanto como para permitirle que la matase y la condenase a un infierno eterno?
—¿Estás... estás segura, Kacy? Me refiero a que...
—Calla — ordenó Kacy sorbiéndose las lágrimas, que fluían más rápidas que nunca —. Cierra la boca, ¿quieres? Soy tuya desde el momento en que gritaste: «¡Eh, tú, gilipollas!»
Nada más decir aquello supo que había logrado romper la barrera de Dante. La expresión de sus ojos lo traicionó, y Kacy tuvo la seguridad de que en ellos apareció fugazmente una lágrima. Desapareció con un parpadeo, pero de todos modos la vio. Dante aún la deseaba, y no podía ocultarlo por más que se esforzase.
—Te quiero, Kacy — dijo.
—Lo sé. Así que ven a por mí antes de que cambie de opinión. Dante fue hasta ella, la rodeó con los brazos y la miró a los ojos. —¿Te importa que te bese primero?
—Más te vale.
Minutos después ambos eran criaturas de la noche, destinadas a pasar sus eternas vidas de muertos vivientes buscando la preciada piedra azul que llaman el Ojo de la Luna.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora