Diecisiete

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Dante y Kacy habían tenido un trayecto sumamente desagradable en la parte de atrás de una furgoneta de seguridad. Los dos habían sufrido la indignidad de que les esposaran las manos a la espalda y les cubrieran la cabeza con un saco negro atado al cuello. Cuando la furgoneta se detuvo por fin, los jóvenes amantes fueron sacados de la misma y separados el uno del otro. Dante no tenía idea de qué había sido de Kacy, y su bienestar era lo primero que ocupaba su pensamiento cuando, después de lo que se le antojó una caminata interminable guiado al menos por un agente, le retiraron el saco de la cabeza.
Miró en derredor y descubrió que estaba sentado frente a una mesa, en un elegante despacho de forma ovalada. No había ventanas, pero la moqueta azul, el blanco luminoso de las paredes y el bello mobiliario de caoba le dieron la impresión de que aquél era el despacho o la sala de reuniones de alguien que ganaba mucho dinero. Dicha persona, muy probablemente, era el individuo que estaba sentado enfrente de él. Un individuo de cráneo liso, traje elegante y gafas de sol, el señor E.
—¿Esto es la Casa Blanca? —preguntó Dante.
—Sí, así es —respondió el señor E con el rostro inexpresivo—. Y yo soy el verdadero presidente de Estados Unidos. El que usted ha visto en televisión no es más que un actor.
Dante no estaba convencido del todo.
—¿Es cierto? —preguntó con cautela.
—No. —El señor E negó con la cabeza. El tal Dante Vittori no le decepcionó. Hacía honor a su fama: el perfecto cabeza de turco—. ¿Se le ocurre por qué se encuentra aquí?
Dante se encogió de hombros.
—¿Tiene algo que ver con la venta de vídeos pirata?
El señor E se frotó la frente con la mano izquierda. No tardó mucho en darse cuenta de que conversar con Dante iba a resultar frustrante; desde luego, ya estaba empezando a irritarlo el hecho de estar sentado frente a un individuo de inteligencia tan escasa. El señor E se enorgullecía de su aguda capacidad mental, y no deseaba que se ensuciase.
De pie detrás de Dante se encontraba Robert Swann. El señor E le hizo una seña con la otra mano. De inmediato, Swann torció la cabeza de Dante un poco hacia la izquierda para que viera un gigantesco televisor de plasma que había en la pared. Acto seguido, pulsó un botón del mando a distancia que tenía en la mano y ladró una orden:
—Observe esto. Sin duda le servirá para comprender la difícil situación en que se encuentra.
Dante vio la reconstrucción en vídeo de lo sucedido en el Tapioca durante el eclipse y después del mismo. El actor que lo representaba a él no se le parecía en absoluto, pero al ver y rememorar los hechos sonrió y afirmó para sí con la cabeza, aprobando la habilidad que mostraba aquel tipo con la pistola. El actor fue muy eficaz en la tarea de hacerle un sinfín de agujeros en el cuerpo a Jessica, la reina de los vampiros.
—Es genial, ¿a que sí? —dijo Dante sonriendo con satisfacción cuando finalizó la película.
—No tanto —replicó el señor E moviendo negativamente la cabeza—. Eso va a llevarlo a la silla eléctrica, amigo. Ahí hay un centenar de cadáveres. Hasta ahora no se ha juzgado a ninguno de los asesinos, y mucho menos se los ha condenado por los crímenes cometidos.
Dante, descubriendo la oportunidad que se le presentaba para fastidiar, la asió con ambas manos.
—Pues a mí no me parecen cadáveres. Me parecen más bien maniquíes. No creo que matar un maniquí sea un crimen, ¿no?
El señor E lanzó un suspiro de frustración. No se daba cuenta de que Dante estaba tirándole de la cuerda.
—Es una reconstrucción, idiota. Los maniquíes han sido colocados en la escena para ilustrar los hechos. No íbamos a utilizar cadáveres de verdad, ¿no le parece?
—Uno de ellos se parece a Kim Cattrall.
—Por Dios, ¿este tío es auténtico? —preguntó el señor E mirando a Swann en busca de apoyo.
—Se está cachondeando de nosotros —sugirió Swann desde su sitio, detrás de Dante—. Yo diría que quiere ir a la silla. Si quiere que le diga mi opinión, esos chistes de mierda que hace son una prueba de culpabilidad. Seguro que mató él a toda esa gente, y no sólo a la chica agonizante. Es fácil que lo juzguen también por todos los otros muertos.
Dante reconoció que se había acabado lo de hacer chistes.
—Oigan, yo no los maté a todos. Fue ese pirado de la capucha. Debió de disparar como doscientos tiros en dos minutos. Yo sólo disparé al vampiro psicópata que estaba tirado en el suelo. Además, es imposible asesinar a alguien que ya está muerto, y todo el mundo sabe que los vampiros ya están muertos.
Swann dio una palmadita a Dante en el hombro.
—Puede ser, amigo, pero no hay pruebas que demuestren que no fuiste tú el que mató a varias de las otras víctimas, ¿verdad? Y no hemos descartado la posibilidad de que estuvieras actuando como cómplice de Kid Bourbon.
—Pues —contestó Dante al tiempo que apartaba la mano de Swann y se volvía para fulminarlo con la mirada— yo creo que el vídeo que acabáis de enseñarme demuestra con toda claridad que yo estaba en el cuarto de baño con el candelabro y el profesor Ciruela. Si eso es todo lo que tenéis en mi contra, me largo ya de aquí, gracias.
El señor E dirigió una mirada a Swann. Ambos intercambiaron una expresión que Dante no alcanzó a ver, y que decía: «Está claro que es nuestro hombre. Tiene huevos.»
—Dante —dijo el señor E poniendo una sonrisa todo lo encantadora que le fue posible—, ¿qué le parecería trabajar de incógnito para el gobierno de Estados Unidos, en una misión secreta que sólo usted es capaz de llevar a cabo?
Dante dejó de mirar a Swann con agresividad y se volvió hacia el señor E. Durante unos instantes guardó silencio, como si estuviera reflexionando intensamente.
—No, gracias. Tengo que irme a casa.
—Perdone, pero no va a irse a casa. Por lo menos durante una temporada. Lo espera la cárcel y luego la silla eléctrica, o también puede llevar a cabo la misión que le proponemos y obtener el perdón total del presidente.
—¿Perdón?
—Exacto, el perdón.
—No, lo que quiero decir es: «Perdón, no le he oído bien.» Estoy sordo del oído derecho.
—Oh, disculpe. —El señor E habló como si lo sintiera de verdad—. Lo que he dicho es que...
—Ya sé lo que ha dicho. No estoy sordo en serio, idiota.
El sentido del humor que tenía Dante no servía de nada con un tipo como el señor E. Lo dejó desconcertado, por no decir algo peor.
—Escuche, joven. ¿Su respuesta es «sí» o qué?
—¿Mi respuesta a qué?
—¿Acepta llevar a cabo esta misión y trabajar de incógnito para el gobierno? —¿En qué consiste la misión? ¿En buscarle a usted una peluca nueva?
El señor E suspiró otra vez más, incapaz de disimular su fastidio, no tanto por aquel comentario en sí como por la pueril intención que llevaba detrás. Así y todo, empezó a hablar, despacio y con un cuidado exagerado:
—Queremos que se haga pasar por vampiro y se infiltre en una despiadada banda de no muertos que opera en Santa Mondega. Estamos convencidos de que es posible que tengan en su poder el Ojo de la Luna. Tenemos motivos para creer que el joven monje de Hubal llamado Peto, que se encontraba con usted en el Tapioca durante el eclipse, ha regresado a Santa Mondega trayendo consigo el Ojo y está utilizando los poderes de dicha piedra para ocultarse entre los vampiros.
—¿Y por qué cojones iba a querer él hacer algo así?
—Está buscando a Kid Bourbon. El año pasado Kid mató a todos los monjes de Hubal, con la excepción de Peto Solomon, el joven monje que conoció usted. Este escapó con el Ojo y está planeando cobrarse venganza de Kid Bourbon de alguna manera. Y aunque eso no representaría gran cosa, nosotros necesitamos conseguir esa piedra, porque es muy probable que si Peto y Kid se encuentran el uno con el otro Kid termine haciéndose con ella, y no podemos permitir que ocurra tal cosa.
—¿Por qué no?
—Es demasiado complicado de explicar a una persona como usted, señor Vittori. Usted mézclese con los vampiros, encuentre a Peto, encuentre la piedra y tráiganosla. Sospecho que si Peto está disfrazándose de vampiro y lo ve a usted, se le acercará. Técnicamente, usted es lo más parecido a un amigo que tiene en esa ciudad dejada de la mano de Dios. Cuando nos haya entregado el monje y la piedra, o únicamente la piedra, usted y su novia podrán irse con total libertad.
Dante lanzó una carcajada que duró menos de dos segundos, hasta que advirtió, por la expresión del señor E, que éste estaba hablando completamente en serio.
—Debe de pensar que soy un verdadero imbécil —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. El señor E y Swann intercambiaron otra breve mirada. Dante se reclinó en el asiento y cruzó la pierna derecha por encima de la izquierda—. No pienso hacerlo por nada del mundo. Búsquese a otro gilipollas —añadió.
—No. No existe esa posibilidad —respondió Swann—. Si no aceptas la misión, créeme, yo mismo me encargaré personalmente de que tú y tu novia lo paséis pero que muy mal. Piensa en lo peor que podría sucederos, y te aseguro que, aun así, ni siquiera se acerca a lo que yo os tengo preparado.
—No sé, yo soy capaz de imaginar cosas bastante horribles —replicó Dante con indiferencia.
—¿Como cuáles?
—Pues en cierta ocasión me tragué tres películas de Nicholas Cage en un solo día. Eso sí que fue duro.
—Muy gracioso. Esto será peor de lo que seas capaz de imaginar. Dante soltó una exclamación ahogada.
—¿Una sesión triple de Chris Tucker? A Swann se le agotó la paciencia.
—Imagínate a tu chica en manos de varios de mis hombres, y aun así todavía no te acercarás siquiera. Otro comentario graciosillo por tu parte, y daré la orden incluso aunque hayas dicho que sí a la misión que te estamos ofreciendo.
—Vale, vale. Ya me lo has dejado claro. Acepto. Joder, tío, podrías tener un poco de sentido del humor, ¿no?
Swann volvió a apoyar la mano en el hombro de Dante y apretó hasta que a éste le resultó un poco incómoda.
—Puede que, después de todo, este tío no sea tan corto —dijo elevando las cejas.
El señor E afirmó con un gesto.
—Llévatelo y empieza a inyectarle el suero. Le vendrá bien disponer de unos días para ir acostumbrándose a los efectos antes de que lo metamos en harina.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora