Sesenta y seis

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Ramsés Gaius estaba sentado ante la mesa de su despacho oval con una expresión de satisfacción en la cara. Por lo que parecía, todo se había desarrollado conforme al plan. Lo único que tenía que hacer ahora era esperar a que sus dos sumos sacerdotes regresaran con la mercancía que tanto ansiaba él.
Justo pasada la medianoche llegó el primero. Se oyeron unos golpes en la puerta. No fueron demasiado fuertes, de hecho resultaron más bien suaves desde cualquier punto de vista, pero fueron perfectamente audibles.
—Adelante —respondió Gaius.
La puerta se abrió hacia dentro, empujada por un mercenario contratado que hacía guardia fuera. Era uno de los muchos policías de uniforme, miembros del clan de los Cerdos Mugrientos, que habían desertado de De la Cruz y compañía en el momento de mayor necesidad. Gaius era un líder de mucha más categoría, y todos los no muertos se sentían honrados de poder servirle.
El guardia sostuvo la puerta del despacho de Gaius, y seguidamente entró la esbelta figura de su nueva suma sacerdotisa y única hija, Jessica, vestida con su tradicional atuendo negro. Bajo el brazo derecho traía un paquete envuelto con un grueso paño de color marrón. El guardia cerró la puerta tras ella y se quedó fuera, y Jessica, en cuanto oyó el chasquido de la cerradura, inclinó la cabeza a modo de saludo a Gaius.
—Padre, tengo en mi poder el Ojo de la Luna y el Santo Grial — anunció al tiempo que volvía a alzar el rostro para mirarlo a la cara —. Y la cabeza del monje que tenía ambas cosas.
Acto seguido, y sin poder ya disimular una enorme sonrisa de vampiro, tomó el paquete envuelto que llevaba bajo el brazo y se lo lanzó a Gaius por el aire. Éste lo atrapó al vuelo con las dos manos justo cuando estaba levantándose de su asiento, y lo depositó sobre la mesa, frente a sí. Tomó uno de los picos de la tela y lo desenvolvió con cuidado. Dentro se encontraba la cabeza de Peto, el último de los monjes de Hubal, deformada y ya un poco marchita. Gaius acarició con la mano las rastas ensangrentadas que la cubrían.
—De modo que se ocultaba en el clan de los Terrores. Deberían recibir un castigo por no haberlo descubierto. Si después de todas las muertes de hoy queda vivo alguno de ellos, cerciórate de que muera antes de que yo tenga que volver a verlo.
—Será un placer — sonrió Jessica. A continuación se llevó ambas manos a la nuca y se desabrochó una fina cadena de plata que le colgaba del cuello. De ella pendía el Ojo de la Luna. Vio cómo se le iluminaba el semblante a su padre cuando lo dejó sobre la mesa, delante de él. Después se metió la mano derecha por el escote (del cual se veía bastante, en la profunda V que formaba la túnica negra de karate) y extrajo una reluciente copa dorada. El Santo Grial. Lo agitó ante las narices de Gaius, al tiempo que sonreía de oreja a oreja —. Bueno, ¿y qué es lo que tienes para mí? — le preguntó —. ¿Sabes algo de los dos cabrones que me cosieron a balazos durante el eclipse?
—Los dos deben de estar muertos, querida. Sólo estoy esperando a que me lo confirmen de forma definitiva.
—¿En serio? ¿Y cómo ha muerto Kid Bourbon?
—Acabó con él tu nuevo socio, Toro. — Señaló la puerta —. Debe de ser éste. — Al momento se oyeron dos golpes —. Pase — ordenó Gaius.
La puerta se abrió de nuevo y entró Toro, seguido de sus tres camaradas de la Compañía de las Sombras. Traía bajo el brazo un paquete envuelto en un paño marrón, igual que Jessica. Sin pronunciar palabra, se lo pasó a Gaius. El recientemente nombrado Señor Oscuro lo atrapó al vuelo, lo depositó sobre la mesa y comenzó a desenvolverlo con mucha más impaciencia que el paquete que había traído su hija. Este era el que más ansiaba, y no pudo disimular la avidez que sentía por ponerle los ojos encima.
El paño, rígido a causa de la sangre que lo había empapado, cayó al suelo y Gaius lo apartó de un puntapié. Otra cabeza seccionada que había sido envuelta en tela, sólo que ésta descansaba ahora en las grandes manos de Ramsés Gaius. La sostuvo en alto frente a Jessica, Toro y los tres secuaces, aguardando a ver cómo reaccionaban.
—Bien —dijo haciendo una inspiración profunda que indicaba satisfacción—. La cabeza, de Kid Bourbon, hijo de Taos. Ahora ya no parece tan peligroso, ¿verdad?
Los otros rieron cortésmente. Gaius miró fijamente el ojo que quedaba en la cabeza cubierta de sangre que tenía en las manos. El cabello, oscuro y tupido, y apelmazado debido a los cuajarones, cubría una buena parte del rostro, pues estaba pegado a la frente. Gaius lo apartó hacia un lado y esbozó una sonrisa de desprecio al contemplar la cara de Kid muerto. Al cabo de unos segundos volvió de nuevo la vista hacia Toro y sus secuaces, conteniendo a duras penas el placer que sentía.
—Gracias, Toro. Tienes asegurado tu puesto de Sumo Sacerdote. Celebraremos nuestra victoria esta noche, con una fiesta.
—Gracias, señor —respondió Toro inclinando la cabeza en un gesto de respeto.
Jessica, que se encontraba a su espalda, se dirigió a Toro empleando su tono de voz más sexy:
—Eh, soldado, ¿qué tienes pensado para la próxima media hora?
Toro recorrió de arriba abajo con la mirada la atractiva figura de Jessica.
—Pues los chicos y yo vamos a tomar una ducha. Para quitarnos toda esta sangre, y eso.
—¿Sabéis una cosa? —dijo Jessica mirando a los tres compañeros de Toro—. A mí tampoco me vendría mal ducharme. ¿Os importa que os acompañe, chicos?
Al instante se elevó un alegre coro de exclamaciones de aprobación entre el grupo de soldados, los cuales se apresuraron a moverse en dirección a la puerta.
Mientras Jessica y los cuatro soldados coqueteaban, Ramsés Gaius había aprovechado la oportunidad para quitarse aquel ojo verde que de nada le servía y sustituirlo por la piedra azul, el Ojo de la Luna, mucho más estética. Ésta, en cuanto halló su verdadero hogar en la cuenca vacía, empezó a refulgir levemente por dentro. Gaius volvió a sentirse completo.
Con una sonrisa satisfecha, contempló cómo su hija desplegaba todos sus encantos con los miembros de la Compañía de las Sombras. Toro, en particular, daba la sensación de estar profundamente prendado de ella, tal como Gaius había esperado. Asintió con un gesto de aprobación cuando el jefe de la Compañía tomó a Jessica de la mano y ladró una orden a uno de sus hombres:
—Navaja, abre la puerta. Las señoras primero.
Navaja obedeció y abrió la puerta para que pasara Jessica contoneando las caderas, para disfrute de los cuatro soldados. Cuando todos comenzaron a desfilar tras ella, Gaius voceó:
—Hay una cosa que quisiera saber —dijo, mirando de nuevo la cabeza de Kid Bourbon, que descansaba sobre su mesa—. ¿Por qué tiene tatuada en la frente la palabra «GILIPOLLAS»?

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