Beth estaba sentada en uno de los cómodos, pero claramente mugrientos, sillones de color verde oscuro que tenía Annabel de Frugyn en la caravana. La mujer se había percatado de que el viento gélido y la lluvia habían dejado helada a la joven, de modo que puso agua a hervir para preparar unas tazas del mejor té que tenía.
El hervidor de agua se hallaba en una encimera que había detrás de ella, en el lado de la caravana que hacía las veces de cocina. Dando la espalda a Beth, Annabel vertió el agua caliente en sus dos mejores tazas y removió el contenido durante unos momentos, después volvió y tomó asiento frente a la joven y le entregó una taza. Contenía un té sumamente flojo, pero más inquietante todavía era el detalle de que llevaba una foto de John Denver. La razón de que el té fuera tan flojo era que Annabel siempre se negaba a utilizar más de una bolsita al día. En este día en concreto ya había tomado unas cuatro tazas, de modo que aquella ciruela seca disfrazada de bolsita de té en realidad no había prestado mucho sabor que digamos al agua caliente.
Annabel se puso cómoda en el sillón de enfrente y depositó su taza (decorada con una foto de Val Doonican) en la mesilla que había entre ambas.
—Volverá, no te preocupes —le dijo a Beth para tranquilizarla.
—¿Tanto se me nota? —preguntó Beth.
—Prácticamente lo llevas pintado en la frente, querida. Pero es el hombre adecuado para ti. Se ve perfectamente. Tengo olfato para estas cosas. Me dedico a revelar el futuro.
—¿De verdad? —Beth se animó—. ¿Podría revelarme el mío? —De pronto la asaltó un pensamiento—. Pero no tengo dinero —añadió con gesto tímido.
La mujer vestida de negro sonrió.
—Naturalmente. Extiende las manos. Voy a leértelas. —Muy bien.
Beth dejó la taza de John Denver sobre la mesa de manera tal que entabló una guerra de miradas con Val Doonican. A continuación extendió las manos para que se las examinara Annabel.
Fuera, la lluvia había arreciado y repiqueteaba con más estruendo sobre el tejado de latón de la caravana. Al parecer, ésta carecía de luz eléctrica, y la única iluminación procedía de las velas repartidas de forma intermitente por una repisa que recorría las paredes, todas emitiendo una parpadeante llama de un verde fantasmal. La única ventana que había se encontraba justo detrás de Beth, y con mucha frecuencia la cara pálida y verrugosa de Annabel se iluminaba con el resplandor de los relámpagos. Uno de dichos relámpagos estalló justo en el momento en que tomaba las manos de Beth y le sonreía con su boca semidesdentada.
—Ah, percibo grandes cosas para ti, Beth, querida mía —dijo tras una larga pausa.
—¿En serio? ¿Como cuáles?
Annabel la miró de arriba abajo y afirmó con la cabeza.
—Sí, sí, has recorrido un camino muy largo para llegar hasta aquí. No eres natural de Santa Mondega, ¿verdad?
—No, así es. Mi padre se trasladó aquí con la familia a las pocas semanas de nacer yo.
—Vino de Kansas, me parece.
—En realidad, de Delaware.
—Calla. No me interrumpas si no es para coincidir conmigo. Me haces perder la concentración.
—Perdón.
—Bien —prosiguió Annabel—. Así que echas de menos tu casa, ¿verdad? Y deseas volver a ella, aunque no sabes cómo.
Beth frunció el entrecejo. ¿Estaba hablando en serio aquella mujer? Que ella fuera disfrazada de la Dorothy de El mago de Oz no quería decir que fuera de Kansas ni que pensara que no existía ningún sitio como el hogar. No pudo evitar una sensación de alivio al pensar que todo aquello terminaría pronto y que JD volvería a buscarla. Aquella viejecita que leía el futuro, francamente, era un chiste. Y no sólo eso, por lo visto era tan tonta como para creer que ella no había visto El mago de Oz. Así y todo, la dejó continuar de todas formas.
—En cuanto a tu amigo, también está buscando algo. El camino que sigue terminará cuando encuentre su alma. Beth elevó una ceja.
—Querrá decir su cerebro.
—¿Qué?
—En El mago de Oz el espantapájaros buscaba un cerebro. —¿Qué es El mago de Oz?
—¿Está de cachondeo? —Beth estaba tan atónita, que su sorpresa se impuso a los buenos modales.
Annabel se recostó en su sillón, un tanto ofendida. —¿Quieres que te diga el futuro o no?
—Perdone. Continúe, por favor.
—Gracias. —El tono de voz de la vidente llevaba una pizca de suspicacia. No estaba acostumbrada a que la desafiasen de forma tan directa—. La senda que elijas no tiene importancia, querida, porque siempre llegarás al mismo punto de destino. Todos los caminos conducen de nuevo a lo que para ti es el hogar. Bajo la luz de una luna insomne, ese muchacho estará contigo siempre.
Beth volvió a elevar una ceja. «Se le ha ido la pinza —pensó—. Esta vieja cacatúa está completamente chocha.»
—¿Qué quiere decir eso, exactamente? —preguntó, ya ansiosa de acabar de una vez con todas aquellas tonterías. Pero en vez de contestar, la mujer vestida de negro de repente sufrió un ligero sobresalto, como si alguien le hubiera pinchado el culo con un alfiler.
—Hay alguien en la puerta —susurró.
—¿Cómo?
Antes de que la mujer pudiera responder, se oyó un fuerte golpe en la puerta de la caravana.
—Es para ti, Beth —dijo Annabel en voz baja.
—¿Perdone?
—Por lo que parece, la bruja malvada ha dado contigo. Deberías contestar a la puerta.
Beth sintió que la envolvía un manto de pánico.
—¿Ha venido mi madrastra? Annabel asintió con la cabeza.
—Ha venido para llevarte a casa.
—Oh, no. Le he prometido a JD que iba a esperarlo. ¿No podríamos fingir que no estamos?
Por encima del estruendo de la lluvia sonaron tres golpes más en la puerta, propinados por un puño. Seguidamente, Beth oyó la voz que siempre le había puesto los pelos de punta.
—¡Beth! ¡Por Dios, sé que estás ahí dentro! Te he visto por la ventana. Vas a venirte conmigo a casa ahora mismo. Espera a que te ponga la mano encima, maldita...
Beth se puso de pie y fue hacia la puerta, preparándose para la agresión física y mental que estaba a punto de sufrir por parte de su iracunda madrastra.
Al alargar la mano para asir la manilla, una acción que sin ninguna duda iba a iniciar el torrente de malos tratos, oyó que Annabel hacía un último comentario en voz baja:
—Beth, tienes las manos manchadas de sangre.
Fue una frase de lo más extraño, incluso viniendo de aquella vidente, pero obtuvo la reacción deseada. Beth se miró las manos. No había sangre. Así que las miró por el otro lado. Ni una sola gota.
Se volvió para mirar con expresión interrogante a aquella mujer tan extraña y desagradable.
—No la veo —dijo.
—Pero la verás, querida. La verás.
ESTÁS LEYENDO
El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...