Seis

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En la misma noche.

Olivia Jane Lansbury, viuda de esta parroquia, era una mujer orgullosa. También era una de las residentes más acaudaladas de Santa Mondega. La casa que había heredado de su finado esposo veinte años antes constituía uno de los rasgos más sobresalientes de la localidad. Se encontraba en la cima de una escarpada colina, al borde de una elegante urbanización, y desde dicha ubicación dominaba a todas las demás. Con sus no menos de veinte dormitorios, habría reunido los requisitos necesarios para ser una casa de huéspedes, salvo que Olivia no necesitaba explotarla como negocio; ya era lo bastante rica sin tener que alquilar las muchas habitaciones que tenía a su disposición. Por lo general había sólo dos dormitorios que estaban siempre ocupados: el suyo y el de la hijastra que había adoptado, Beth.
Su marido, Dexter, había muerto de un balazo en el cuarto de baño en la noche de bodas. La investigación inicial llevada a cabo por un detective local, Archibald Somers, indicó que la única persona que pudo efectuar el disparo era la propia Olivia Jane. En cambio, poco después de que Olivia Jane ofreciera una recompensa de cincuenta mil dólares por cualquier información que condujera a la identidad del asesino, Somers fue informado por uno de sus contactos de que el asesino era de hecho un pescador de la zona. El inteligente detective asumió personalmente el caso y siguió la pista a dicho pescador. Tras extraerle una confesión mediante una paliza, se vio obligado a dispararle por resistencia a la autoridad, intento de evadir la captura y obstrucción de la labor de un agente de policía que cumplía con su deber. Caso cerrado. Bien hecho.
En Santa Mondega no había nadie que entendiera de verdad por qué Olivia Jane había adoptado a Beth. A todas luces, no tenía tiempo para ocuparse de ella. En los primeros años hubo un trasiego de niñeras que llegaban y se marchaban, pero desde el momento en que Beth fue lo bastante mayor para asistir al colegio, su madrastra la educó en solitario y le impartió clases en casa. Rara vez permitía que la niña saliera del domicilio, y ponía mucho cuidado en cerciorarse de que jamás se mezclara con otros niños de su edad. Hasta hacía poco.
Justo dos meses antes, al parecer cambió de actitud e inscribió a su hijastra en uno de los colegios de la zona, incluso la animó a que acudiera al baile de Halloween.

Esto resultó tan impropio de ella que Beth se sintió al mismo tiempo sumamente sorprendida y más que suspicaz. Aun así, enseguida aprovechó aquella oportunidad de relacionarse con gente de su misma edad.
Tenía razón en sentirse suspicaz. El motivo que albergaba Olivia Jane para hacer salir al mundo a su hijastra tenía que ver con un plan que había puesto en marcha quince años antes. Y dicho plan iba a realizarse por fin. Era el momento de festejar.
Sus invitados llegaron todos juntos al amparo de la noche, y cuando Olivia Jane oyó el timbre de la puerta sintió una enorme oleada de emoción que le recorrió todo el cuerpo. Se miró una vez más en el espejo de cuerpo entero que había junto a la puerta de la calle y se preparó para la velada que la aguardaba. Había pasado más de una hora rizándose el pelo, denso y rubio, para conseguir un estilo que la hiciera parecerse a Marilyn Monroe. Remató dicho look con un vestido de color rosa sin hombreras que se ceñía a su figura. «No está mal para una mujer de cuarenta y tantos», pensó para sus adentros.
Al abrir la puerta se encontró con un hombre alto que iba vestido con una túnica larga y blanca y que llevaba el rostro cubierto con una máscara de oro en forma de carnero, con unos cuernos retorcidos que le llegaban a la altura de las orejas. Detrás de él había otras doce personas: seis hombres vestidos de modo idéntico y seis mujeres ataviadas con túnicas de tono escarlata y máscaras lisas de color blanco.
—Saludos, señora Lansbury — dijo el individuo alto con voz estentórea.
—Adelante — dijo Olivia Jane sonriente, al tiempo que invitaba a los visitantes con un gesto a que pasaran al caldeado recibidor.
Los trece invitados fueron entrando de uno en uno, saludando a la anfitriona con la cabeza al pasar por su lado y maravillándose por lo que iban viendo. Había un detalle en cuanto a la decoración en el que había insistido Olivia Jane para el interior de su casa: que todas las paredes, los techos y las alfombras fueran de color rojo vivo, el mismo que el de las túnicas que vestían sus invitadas. Un paseo por el edificio en su totalidad habría confirmado el carácter impresionante aunque siniestro de dicha decoración. Sin embargo, las actividades previstas para aquella noche no dejaban tiempo para una visita guiada, y ninguno de los invitados pensaba solicitarla. Todos y cada uno de ellos estaban deseosos de que dieran comienzo los festejos de la velada.
Olivia Jane los condujo al salón, un espacio enorme e imponente cuyo techo se elevaba nada menos que hasta nueve metros de altura y cuyo suelo estaba cubierto por la consabida moqueta roja. Estaba decorado con un mobiliario cómodo y de color rojo que incluía dos mesas de comedor llenas de botellas de vino y platos de deliciosos manjares. Diez minutos después, todos los invitados se habían despojado de las túnicas y retozaban ruidosamente entregados a una orgía, desnudos a excepción de las máscaras. Se recrearon en toda clase de actividades sexuales teniendo como fondo una suave música clásica, y tan sólo se interrumpían ocasionalmente para comer y beber.
La anfitriona no tenía necesidad de haber dedicado tanto tiempo a arreglarse el pelo y escoger el atuendo; el vestido quedó hecho trizas en un momento de frenética lujuria en las manos de un tipo corpulento, al tiempo que otro la agarraba del pelo y la obligaba a bajar la cabeza, desprovista de la máscara, a la altura de su ingle. La iniciación de Olivia Jane al culto satánico de sus invitados no había hecho más que empezar. Tras las dos horas de orgía vendría el acontecimiento principal de la noche, justo después de las doce. Que ella fuera aceptada a formar parte de aquella secta dependía de que durante la hora de las brujas ofreciera una joven virgen en sacrificio.

Estaba previsto que Beth llegara a casa a las doce en punto.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora