A Stephanie Rogers le habían encargado la misión más emocionante de toda la carrera que venía desarrollando en la policía. La verdad era que en un principio le pareció un ejercicio aburrido. Leer un libro, compilar una presentación basada en los hallazgos y ofrecer sugerencias a los detectives de las altas esferas acerca de por dónde empezar a investigar dichos hallazgos. Pero aquel libro no era un libro corriente, y aquella comisaría de policía no era la normal en una ciudad que ya en sí misma se salía bastante de la normalidad.
Lo que había estado leyendo la oficial Rogers era un libro sin nombre de un autor anónimo. El mismo libro que habían leído innumerables personas antes que ella, todas las cuales ahora estaban muertas. Todas asesinadas. No había ni un solo superviviente. El éxito de su tarea dependía de lo que descubriera en el interior de las páginas de dicho libro. Se esperaba que hallara las razones de los asesinatos. Pues bien, ya había terminado la tarea encomendada. Había sido un proyecto único, y además clasificado dentro del máximo secreto. No le dieron permiso para hablar de él con nadie que no fuera el selecto grupo de elegidos que le habían encargado la misión.
Y ahora estaba presentando sus hallazgos a aquel grupo tan selecto. Tres detectives encargados de resolver el gran misterio de El libro sin nombre, de la conexión que lo unía con los asesinos y, naturalmente, de la relación que guardaba con Kid Bourbon, de fatídico recuerdo.
Desde el día mismo en que le encargaron la misión, le habían recalcado que debía presentar todo cuando hallase, por ridículo que pudiera parecer. Lo cual suponía un alivio para ella porque lo que había encontrado era, francamente, de lo más absurdo y completamente increíble.
El capitán De la Cruz y los detectives Benson y Hunter estaban sentados cada uno en una mesa distinta de la sala de reuniones. Era una sala que daba la impresión de ser un aula. A un costado tenía una hilera de ventanas, todas con las persianas bajadas. La pared de enfrente carecía de ventanas, a excepción de un cristal de pequeño tamaño insertado en la puerta situada a la izquierda del podio de lectura, que ocupaba la cabecera de la estancia. Delante del podio había doce pupitres colocados en filas de tres.
Michael de la Cruz estaba sentado en la pequeña silla de plástico de la primera fila que se encontraba más cerca de la ventana. Era un latino atractivo, siempre iba bien acicalado y tenía un gusto impecable para vestir. Seguramente era el oficial más engreído del cuerpo, pero su cuidado aspecto constituía un ejemplo excelente de lo meticuloso que era en todos los aspectos de la vida. A aquel tipo le importaban los detalles menores.
Desde luego le importaban más a que su colega Randy Benson, un individuo desaliñado de aspecto poco limpio que estaba sentado en un pupitre de la tercera fila. Todavía vivía con su madre, y se rumoreaba que nunca había tenido novia. Stephanie daba crédito a dichos rumores, porque estaba claro que aquel perdedor desaseado, canoso y aficionado a las camisetas marrones sin mangas, tenía un fusible roto, probablemente a causa de alguna profunda frustración sexual. Era un hombre que repelía en todos los sentidos posibles. Y además era tremendamente velludo. Si alguna vez, Dios no lo quisiera, llegara a verlo sin la camiseta puesta, estaba segura de que descubriría que llevaba un peinado afro en el pecho.
El tercer oficial, Dick Hunter, se había ubicado en el pupitre central de la última fila. Stephanie no le conocía bien.
Sólo llevaba unos ocho meses formando parte del cuerpo, era otro de los nuevos fichajes traídos de fuera para rellenar los huecos que habían quedado tras la masacre del año anterior. Era un sudafricano de cabello ralo y de color castaño claro, y en general parecía poseer cultura y capacidad verbal en dosis iguales. Si acaso era un poco tímido, pensaba Stephanie.
Por espacio de treinta minutos, los tres escucharon lo que les contó Stephanie acerca de los hallazgos efectuados, y ni una sola vez la interrumpieron ni ofrecieron el menor indicio sobre lo que estaban pensando. A Stephanie le costó trabajo discernir si aquellos tres oficiales de treinta y tantos años la estaban tomando en serio o no, de modo que cuando llegó al resumen ya se sentía un tanto violenta y pensando que ojalá no le hubieran encargado aquel proyecto.
—Bien, resumiendo —empezó, despertando por fin un poco de interés en Michael de la Cruz. Había abrigado la esperanza de impresionarlo, más que nada porque tan sólo seis meses atrás había vivido un tórrido romance con él y tenía esperanzas de volver a catarlo. Aquel hombre era un tiranosaurio sexual. Un verdadero demonio.
Cuando oyó que ella anunciaba que estaba a punto de pasar al resumen, el latino se enderezó como si en aquel momento empezase a prestar atención. Stephanie hizo todo lo que pudo para fingir que no se había dado cuenta, pero durante un instante perdió la concentración. Hizo una ligera pausa para no liarse al comenzar con el resumen. Se había vestido con la ropa de trabajo más elegante y más sexy que tenía, especialmente para la ocasión: un traje gris intenso con raída que no le llegaba a las rodillas y una blusa blanca que enseñaba justo un poquito de escote, y, sin embargo, ninguno de aquellos perdedores le había hecho el menor cumplido al respecto. Lo más que había recibido fue una mirada libidinosa de Benson, pero aquello no era una novedad; Benson era capaz de lanzar miradas libidinosas a una mujer que llevara puesto un saco de basura, con tal de que alcanzara a ver un poco de carne.
Como no deseaba, por diversas razones, establecer contacto visual con ninguno de los detectives, clavó la mirada en una pantalla de ordenador colocada en la mesita auxiliar que había junto al podio y procedió a resumir la presentación.
—El libro sin nombre es fundamentalmente un conglomerado de relatos distintos y posiblemente de hechos recogidos en un solo volumen. En su mayor parte, apenas tiene sentido. La gramática y la ortografía son absolutamente horrorosas, y el autor es obviamente un idiota, lo cual explica que no haya firmado el libro con su nombre. —Se oyó una risa cortés procedente de De la Cruz que le calmó un poco los nervios. Se permitió una breve sonrisa y después continuó—. Aunque eso también podría deberse a que posiblemente haya más de un autor. Pero los datos más sobresalientes son éstos. —Señaló un tablero blanco que tenía a la espalda, en el que había aparecido la primera diapositiva de una presentación que había montado en el ordenador. Era una fotografía de Archie Somers—. El detective Archibald Somers, persona muy respetada en este departamento hasta que desapareció misteriosamente, en realidad era el Señor de los No Muertos, Armand Xavier.
Notó cómo se le encogía el estómago a medida que iba calando en ella la enormidad de lo que estaba diciendo, como si fuera el efecto de un envenenamiento. Los tres oficiales intercambiaron miradas entre sí. Ninguno de ellos dejó ver nada, pero claro, tampoco tenían necesidad. En opinión de Stephanie, estaba claro que pensaban que era idiota. «No sirve de nada parar a estas alturas», se dijo, y pasó a la segunda diapositiva.
—Esta mujer, a la que se conoce como Jessica Xavier, era su esposa y la responsable de transformarlo en un miembro de la comunidad de los no muertos poco después de que él descubriera el Santo Grial y bebiera la sangre de Cristo, que le hizo inmortal... obviamente.
Procuró por todos los medios dar la impresión de no creerse las tonterías que estaba soltando, por si acaso los otros estaban pensando en reírse de ella. Pero, una vez más, no obtuvo reacción alguna de su público.
Diapositiva número tres. El retrato de un hombre encapuchado cuyo rostro quedaba oculto en sombras.
—Según se cree, este hombre, Kid Bourbon, mató a Archibald Somers, o Armand Xavier, como ustedes prefieran, y a su esposa Jessica el año pasado, durante el eclipse. Los tres hijos de ambos... —pasó a la cuarta diapositiva, una foto de Santino, Garlito y Miguel, los tres gánsters muertos, todos abatidos a tiros en el Tapioca— también fueron asesinados por Kid, probablemente, pero sus cadáveres fueron recuperados y se ha verificado que están muertos.
Diapositiva número cinco. Una foto de El libro sin nombre, tomada probablemente de un grabado antiguo.
—Este libro, el que he estado leyendo e investigando, se afirma que fue confeccionado con material de la Cruz en la que crucificaron a Jesucristo. Ello quiere decir que no pueden tocarlo los no muertos, pues en ese caso morirán. Un poco lo mismo que Supermán y la kriptonita, imagino. —Una vez más, no se elevó ninguna risa de entre el público. «¡Mierda!»—. Este libro identifica sin lugar a dudas a Archibald Somers con Armand Xavier, motivo por el cual él está empeñado en matar a todo aquel que lo lee. Pero, como es natural, no podría destruir el libro, porque el hecho de tocarlo le acarrearía la muerte a él.
Diapositiva número seis. Un fotograma de Indiana Jones y la última cruzada en el que se ve a Harrison Ford sosteniendo en la mano un cáliz de madera.
—El cáliz de Cristo. El libro no dice nada de su paradero, aparte de que las últimas personas que lo han visto son Armand Xavier y su amigo Ishmael Taos, un monje que, según creemos, era el padre de Kid Bourbon.
Diapositiva número siete. Una foto de un monje que pretendía ser Ishmael Taos, pero que en realidad era Chow Yun Fat, en la película El monje.
—Según afirma El libro sin nombre, al beber del cáliz de Cristo, o Santo Grial, como también se lo conoce, se obtiene la inmortalidad. —Calló unos instantes—. Bueno, no del todo. —Los tres detectives parecían mostrar un poco más de interés, igual que cuando ella tocó aquella misma parte anteriormente, en la presentación—. Beber la sangre de Cristo otorga la inmortalidad, pero Xavier y Taos ya la habían bebido hace unos cientos de años, y no dejaron nada sobrante para nadie más. Si uno bebe la sangre de Xavier o de Taos, o de sus descendientes, también puede conseguir la inmortalidad, sólo que en menor grado. Si se bebe la sangre de un vampiro empleando el cáliz, el efecto es muy similar, salvo que quien recibe dicha sangre pasa a formar parte de la comunidad de los no muertos. En mi opinión, lo que en realidad dice el libro es que al beber sangre del cáliz, uno adquiere la fuerza del propietario de dicha sangre, sea quien sea. Así que si uno bebe la sangre de Einstein, supongo que se convierte en un genio, o algo así. Pero también se sugiere un detalle que sospecho que no se ha probado nunca. Si uno bebe una mezcla de la sangre de los descendientes de quienes bebieron la sangre de Cristo, sangre de vampiro y sangre de un mortal, lo más probable es que no sólo se vuelva inmortal, sino también todopoderoso. No sólo se convierte en el rey de los no muertos, sino en el rey o señor de todo. Será más poderoso que Somers, Jessica, Kid Bourbon o Ishmael Taos. De hecho, más poderoso que todos ellos juntos. El as de más valor de todos, si así se quiere.
Dicho aquello, técnicamente la presentación quedó terminada. Stephanie miró a los tres hombres buscando alguna reacción... una reacción positiva, esperaba. Para alivio suyo, De la Cruz comenzó a aplaudir.
—Stephie, te has superado a ti misma. Esto es fantástico.
—¿De verdad?
—Del todo. Es exactamente lo que estábamos buscando.
—En tal caso, debería decir que hay una cosa más que no he incluido en la presentación. La parte mejor.
Benson y Hunter se enderezaron en la silla. ¿De verdad era posible que Stephanie Rogers tuviera algo, alguna información mejor de la que ya les había proporcionado?
De la Cruz se levantó y habló en nombre de todos.
—Adelante —dijo al tiempo que se reunía con Stephanie junto al ordenador. Ella respiró hondo.
—He descubierto lo que le sucedió a Ishmael Taos —dijo, sonriente.
De pronto intervino Hunter desde la fila del fondo:
—Dale espacio, déjala hablar.
—Ishamel Taos fue asesinado poco después del eclipse. Le cortaron la cabeza en su alojamiento.
—¡Uf! —exclamó De la Cruz haciendo una mueca de dolor y frotándose el cuello.
—Sospecho que lo asesinó Kid Bourbon, el cual, tal como ya he sugerido, era hijo suyo. Kid lo mató a él y a casi todos los demás monjes de la isla de Hubal, y seguidamente desapareció, junto con un preciado objeto, la piedra azul conocida como el Ojo de la Luna.
Los tres detectives se miraron entre sí. Sin saber por qué, de pronto a Stephanie se le pasó por la imaginación que a lo mejor ya estaban enterados de aquello. Que probablemente estaban burlándose de ella fingiendo sorpresa. Pues si aquél era el caso... había llegado el momento de sorprenderlos todavía más.
—¿Ya lo sabían? —les preguntó.
—Lo sospechábamos —respondió Benson al tiempo que se levantaba de su pupitre y se frotaba un poco la entrepierna para recolocarse los genitales.
Hunter, a imitación suya, se levantó también. Cogió su maletín, el cual había depositado a su lado en el suelo, y se preparó para marcharse. Pero el oficial de más graduación, el capitán De la Cruz, les indicó por señas a ambos que aguardasen un momento. Conocía a Stephanie lo suficiente para saber que tenía algo más que decir, algo importante.
Y, en efecto, Stephanie tenía algo más que decir. Procuró fingir indiferencia, pero el tono de su voz delató lo impresionada que estaba consigo misma.
—¿Alguno de ustedes sabe quién es Kid Bourbon? —preguntó con una pizca de íntima satisfacción—. ¿O dónde vive?
—No. —De la Cruz negó con la cabeza—. Nadie sabe esas cosas. Y sospecho que nadie las sabrá nunca. Stephanie sonrió. Era un gran momento para ella. —Pues creo que yo sí las sé.

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El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...