Desde su posición de sometimiento tirada en la moqueta roja del recibidor, Beth levantó las manos para defenderse, al tiempo que giraba la cabeza y cerraba los ojos. La campana del reloj de la iglesia continuaba sonando en el pueblo, y se oía por encima del estruendo del viento y de la lluvia. La joven, que ya venía de aguantar una noche que había sido una verdadera montaña rusa, volvía a encontrarse en una vía de bajada. Chilló a pleno pulmón al sentir cómo se hundía el filo de la daga de oro a través de la suave piel de su mejilla derecha, cortando la carne a su paso, hasta que notó que la punta de la misma le arañaba los dientes. La hoja le desgarró siete centímetros de la cara antes de retroceder, cuando estaba justo a punto de alcanzar la comisura de la boca. Beth abrió los ojos, pero los tenía llenos de lágrimas de dolor, de manera que le fue casi imposible distinguir dónde se encontraba el puñal. Agitando las manos con desesperación, abrigó la esperanza de hacer presa en el brazo de su madrastra antes de que ésta la acuchillase de nuevo.
Vio el destello que emitió el oro cuando la daga se abatió por segunda vez sobre su cara, y de forma instintiva se valió del brazo derecho para intentar desviarla. Al mismo tiempo, y en gran parte de modo casual, logró asirse a la túnica roja que llevaba puesta su madrastra. Entonces tiró de ella con todas sus fuerzas y sintió que, a resultas de dicho tirón, la otra perdía el equilibrio. Olivia Jane cayó de bruces sobre su aterrorizada hijastra, y el forcejeo entre ambas terminó por fin. La campana de la iglesia dejó de sonar, y durante unos instantes lo único que se oyó fue el repiqueteo de la lluvia en el exterior. Entonces, el líder de la secta, el individuo alto y tocado con una máscara de carnero, habló en nombre de los miembros de su clan, que se habían apiñado detrás de él en el recibidor para contemplar el sacrificio.
—¡Olivia Jane! —entonó solemnemente en medio del repentino silencio—. ¿Te encuentras bien?
La aludida, muy despacio, se levantó con movimientos lentos y torpes del cuerpo de su hijastra y quedó tendida de espaldas sobre la moqueta roja. Ya no volvió a moverse. Tenía la daga de oro alojada a un costado del cuello, de cuya herida rezumaba un hilo de sangre que le caía sobre el hombro y se le perdía entre el pelo. A su lado, Beth, presa del pánico y con la cara llena de sangre, miraba fijamente a aquellos enmascarados adoradores del diablo que ocupaban su casa. Le bastó un solo vistazo más a la forma ensangrentada y agonizante de su madrastra; con una velocidad nacida del terror más puro, se incorporó de un salto y salió disparada por la puerta, que había quedado parcialmente abierta durante todo aquel calvario. Una vez más se internó en la lluvia, cubierta por la sangre de su madrastra y también por la suya propia, que manaba de la horrible herida que le habían hecho en la cara. Su único pensamiento fue el de dirigirse hacia el embarcadero, esperando hallar consuelo en los brazos de JD, la única persona del mundo de la que creía poder fiarse.
El hombre de la túnica blanca que le había entregado la daga de oro a Olivia Jane fue hasta la puerta y se asomó por ella, y vio a la angustiada joven corriendo colina abajo en dirección al mar. Entonces se quitó la máscara y la estrujó entre las manos. Sus facciones hoscas y propias de un individuo de mediana edad estaban contraídas en un gesto de frustración cuando se volvió hacia los otros doce miembros del clan.
—Bien, será mejor que limpiéis este estropicio —dijo en tono autoritario—. Yo voy a tener que ir a arrestar a esa chica.

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El Ojo de la Luna
Mystère / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...