Cincuenta

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La figura negra de Kid Bourbon permaneció inmóvil, sosteniendo a la altura de la cintura, en actitud relajada, la escopeta de cañones recortados. El arma apuntaba hacia las puertas del ascensor, a la espera de que se abrieran y dejaran ver la cara de Michael de la Cruz. Dante, nervioso, observaba la escena desde donde se encontraba, detrás del mostrador de Bloem, preparado para agacharse en cuanto se iniciara un tiroteo. Por fin se oyó un leve sonido metálico y después, tal como estaba previsto, se abrieron las puertas automáticas. A Kid se le tensó el dedo con que apretaba el gatillo, pero cuando se abrió el ascensor enseguida se vio que no había nada a que disparar. La cabina se hallaba vacía. ¿Adonde había ido De la Cruz? Se suponía que debía subir en el ascensor y recibir al instante una lluvia de disparos en el pecho. La cosas no estaban saliendo de acuerdo con el plan.
Mientras Kid miraba ceñudo su imagen reflejada en el espejo del interior del ascensor, Dante y Peto decidieron que lo más seguro era reunirse con su socio, y se colocaron a uno y otro lado de él.
—¿Dónde coño se ha metido? —preguntó Dante a la vez que escudriñaba el interior de la cabina buscando algún rincón en el que pudiera ocultarse el detective.
—En el sótano —contestó Kid al tiempo que se metía en el ascensor.
Dante y Peto intercambiaron sendos encogimientos de hombros y lo imitaron. De nuevo se situaron a uno y otro lado de él. La imagen de Kid Bourbon de pie, escopeta en ristre, con dos agentes de uniforme haciendo de guardaespaldas, no era precisamente la que deseaba promover el departamento de policía, pero era la que habría visto cualquiera que pasara por allí.
Cuando se cerraron las puertas del ascensor, Kid pulsó el botón «S» para bajar al sótano. Los tres aguardaron en silencio a que la cabina comenzara a descender. Kid iba armado hasta los dientes. Llevaba todo un arsenal sujeto al cuerpo, bien oculto bajo la ropa dentro de fundas, bolsillos y sobaqueras. Dante y Peto empuñaban una porra cada uno. Dado el historial que tenía Kid en lo que a asesinar enemigos se refería, seguramente lo mejor era que todas las armas de fuego las portara él. Tal vez sólo pudiera disparar dos a un tiempo, pero conseguiría más guardándose para sí las armas de repuesto que prestándoselas a sus compañeros.
Los tres tenían la vista fija en las puertas del ascensor, listos para reaccionar a lo que pudieran encontrarse a la salida cuando llegaran al sótano. ¡BANG!
El estruendo de un disparo efectuado dentro de la pequeña cabina resultó ensordecedor. A Dante se le antojó similar a lo que debía de ser la explosión de una bomba. Inmediatamente siguió un penetrante alarido y un fuerte estrépito. Entonces, de repente, como salida de ninguna parte, apareció una bota de color marrón que le propinó a Dante una patada en plena cara.
Kid había disparado la escopeta hacia arriba, y ahora estaba cargándola de nuevo. La ráfaga de perdigones había abierto un tremendo agujero en la trampilla de servicio que tenía el ascensor en el techo. Aquella carga de plomo la había atravesado y se había incrustado en el pie de De la Cruz, que estaba encima agazapado y sin hacer ruido. Ahora que el tirador de la trampilla había quedado hecho añicos, ésta quedó abierta, y por el hueco resbaló la mitad inferior del cuerpo de De la Cruz. Un pie colgaba alrededor de la cara de Dante, pero el otro se agitaba sin control de un lado al otro. Estaba perdiendo todos los dedos y toda la bota que lo cubría antes. Lo que quedaba de él era un muñón ensangrentado que estaba esparciendo materia de color rojo y bañando con ella todo el ascensor y el rostro de Kid.
En el hueco de la trampilla se había atascado el trasero del infortunado De la Cruz. Tenía todavía la mitad superior del cuerpo por encima del techo de la cabina, e intentaba con todas sus fuerzas izarse y desenganchar la mitad inferior. Chillaba y maldecía, colgado precariamente del grueso cable que estaba unido al techo. De pronto llegaron al sótano y el ascensor se detuvo.
Al abrirse las puertas, tanto Dante como Peto se bajaron de la cabina de un salto. El panel secreto del vestuario estaba abierto, pero no había gran cosa que ver, aparte de una curiosa estancia ubicada al fondo de la zona de las duchas, en la que se distinguía una mesa sobre la que descansaba una copa de oro. Por lo demás, el vestuario se hallaba vacío, de manera que los dos volvieron a centrar la atención en lo que estaba sucediendo dentro del ascensor, en el que Kid estaba intentando hacer bajar a De la Cruz por el hueco de la trampilla tirando de sus pantalones. Sin embargo, el detective estaba aferrado con toda su alma al cable del ascensor, con sus largos dedos de vampiro cerrados con fuerza en torno al mismo. Rápidamente estaba transformándose en una criatura de la noche, ¿pero no sería ya demasiado tarde?
En un movimiento poco digno, Kid consiguió bajarle a De la Cruz el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos. Pero su dueño no bajó al mismo tiempo. La única esperanza que le quedaba consistía en poder zafarse de las garras de Kid e intentar salir de allí trepando o saltando.
Kid se dio cuenta de que debía aprovechar la oportunidad ahora que podía, así que apuntó al objetivo que se le ofrecía. Sin preocuparse de las consecuencias, orientó la escopeta hacia la raja del culo del detective y después, tras titubear tal vez medio segundo, empotró las dos boquillas entre las nalgas del infortunado vampiro penetrando tanto como le fue posible. Los alaridos de De la Cruz cesaron de pronto, sin duda sustituidos por una expresión de pánico y de terror y por unos ojos abiertos como platos.
¡BANG!
El estampido no fue tan sonoro como el anterior. Al fin y al cabo, esta vez Kid contaba con un silenciador de gran tamaño y con forma de culo acoplado a un extremo de la escopeta.
¡SPLAT!
Sangre, intestinos, heces, trozos de maíz, órganos internos, esquirlas de hueso; el ascensor entero quedó rociado de toda aquella masa sanguinolenta. Una buena parte de ella cayó sobre Kid y salpicó hasta el vestuario, incluso alcanzó a Dante y a Peto. Los restos de De la Cruz se escurrieron por el hueco de la trampilla y fueron a caer en el suelo con un ruido sordo. Kid retiró la escopeta y la sacudió para que se desprendieran los colgajos que empezaban a resbalar por los cañones en dirección a su mano. El tufo fue abrumador, pero aún peor era contemplar toda aquella materia esparcida por todas partes. Como de costumbre, el encapuchado permaneció impasible. Se quitó un pedazo de maíz del hombro izquierdo y acto seguido salió del ascensor con toda naturalidad y apoyó el extremo de la escopeta bajo la nariz de Peto. El monje retrocedió, asqueado.
—¡Aparta! ¡No quiero oler eso!
Kid dejó atrás a sus dos compañeros y se dirigió hacia la estancia secreta que había al fondo de las duchas; se había fijado en la mesa de madera que había dentro. Normalmente, dicha estancia estaba oculta tras la pared de las duchas, pero en aquel momento no se veía el panel corredizo, y no había nada que le impidiera acceder a la mesa.
—Cuatro menos. Queda uno —dijo, más para sí mismo que para los otros—. Entonces habremos terminado el trabajo y podremos irnos a casa.
—Amén —dijo Dante al tiempo que barría un pequeño fragmento de materia de color marrón que se le había adherido al hombro y que fue a aterrizar en las gruesas rastas de Peto. El monje, chasqueando la lengua, se apresuró a quitárselo de encima.
—Pero el que queda va a ser el más difícil de todos —siguió diciendo Kid sin mirar atrás para ver si los otros le estaban prestando atención—. Los dos primeros no eran más que dos hombres lobo de mierda. Y ahora han caído los dos lugartenientes. El único que queda es nuestro nuevo Vampiro Jefe. El nuevo Señor Oscuro. No sé hasta qué punto será duro de pelar, y aquí es donde puede que precise de vuestra ayuda. En alguna parte de esta comisaría hay un libro capaz de matar a ese jefe de los chupasangres. Es un libro que no tiene nombre, y fue fabricado con madera de la cruz en la que crucificaron a Jesucristo. Es capaz de acabar con cualquier no muerto, sin contemplaciones. El único problema es que yo no puedo tocarlo porque ahora
mismo llevo sangre de vampiro en las venas. —Por fin se volvió—. ¿Os importaría subir a la planta de arriba y buscar en todos los despachos hasta que deis con él?
—En absoluto —contestaron Dante y Peto al unísono—. ¿Y qué vas a hacer tú? — inquirió Dante.
—Yo voy a quedarme aquí a esperar a que regrese ese cabrón hijoputa de Benson. Venga, daos prisa, porque si regresa y me veo obligado a enfrentarme a él yo solo, puede que lo único que consiga sea patearle el culo durante unos segundos antes de que la cosa se complique. Si de verdad es el nuevo jefe de los chupasangres, si no tengo el libro, cada vez que yo lo tumbe resucitará.
—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Dante.
—Eso quiere decir que subas cagando leches al piso de arriba y te pongas a buscar el puto libro, imbécil.

El Ojo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora