Toro no estaba contento precisamente. Tenía escasa tolerancia con su medio hermano, en el mejor de los casos. Casper era corto y no tenía gran cosa que ofrecer en lo que a conversaciones interesantes se refería, únicamente comentarios infantiles. Sí, Toro entendía que el chico no estaba del todo bien de la cabeza. En el fondo le daba lástima, pero había ocasiones, como ésta, en las que no podía evitar pensar que el muy cabrón lo tenía bien merecido.
Los padres de Toro se habían separado temporalmente muchos años atrás, y durante dicha separación, Russo, su padre, había estado viviendo una temporada con una puta. La puta se quedó embarazada y el resultado fue Casper. Un retrasado mental hijo de una furcia. El padre de Toro siempre sospechó que la puta, María, lo había engañado con lo del embarazo, y la dejó tirada al poco de nacer el niño. Por desgracia para él, la ley estaba de parte de María, de manera que, tras hacerse una prueba de paternidad, tuvo que empezar a pagarle una pensión de manutención todas las semanas, e incluso de vez en cuando hacer de canguro de aquel error llamado Casper.
Y ésta era una de dichas ocasiones. Ni Russo ni su hijo Toro, de quince años de edad, tenían paciencia para aguantar a Casper, con aquel carácter tan excitable y aquellos momentos de hiperactividad. Estaban sentados en el cuarto de estar, delante del agradable fuego de la chimenea y disfrutando de una partida de ajedrez. Los dos llevaban puestos pijamas gemelos y batines de color granate, preparados para acostarse, así que cualquiera que los interrumpiese sería mal recibido. Sobre todo si el que interrumpía era alguien tan exasperante como Casper.
Y, sin embargo, allí estaba, sentado a su lado en su propia casa, diciendo no sé qué de que tenía que quedarse con ellos hasta que fuera a buscarlo su hermano mayor JD. Lo que decía era aún más ilógico que de costumbre, y tanto Russo como Toro estaban convencidos de que aquello tenía algo que ver con JD, al que ambos despreciaban por igual. JD era un alborotador, carecía de disciplina y con frecuencia infringía la ley saliéndose siempre con la suya, y además era un cabrón realmente duro. Incontables veces había vencido a Toro al echar un pulso, cosa que fastidiaba mucho a éste, porque era muy fuerte para su edad y nunca le había ganado nadie. JD contaba con una ligera ventaja porque era un año mayor que él, pero llegaría un día en que eso no iba a servirle de nada, y cuando llegara aquel día Toro triunfaría sobre él, echando pulsos o en lo que fuera. Ya llegaría el día. Seguro.
Casper llegó empapado. Había venido hasta su casa luchando contra la tormenta, y ahora estaba todo tembloroso, tiritando, hablando sin parar de vampiros, paredes pintadas de rojo, Elvis y curas armados con escopetas. Lo típico de aquel pobre gilipollas.
Al cabo de unos veinte minutos, Russo y Toro consiguieron entre los dos tranquilizar al chico y sentarlo en una alfombra delante de la chimenea. Casper se quedó allí sentado, con los vaqueros y una sudadera verde, todo empapado por la lluvia, y abrazándose con fuerza las rodillas para acercarlas al pecho. O tenía escalofríos a causa de la mojadura, o era que estaba temblando de miedo por algo. Puede que fueran ambas cosas.
Russo dirigió una mirada a Toro, que se había negado en redondo a acudir a casa de María a ayudar a JD. Su hijo era una versión más joven y más atractiva de sí mismo, pero con el pelo más abundante y los dientes más blancos.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó.
—En que este crío está como una cabra. En que se supone que JD debería estar cuidando de él, pero ha decidido largarse a dar una vuelta y dejarnos al chico de paquete a nosotros. Cojonudo.
—Es lo más probable. Esa María, la muy zorra, seguro que está follándose a alguien para sacar dinero mientras JD se dedica a robar coches. Y nosotros, aquí, pringando con este jodido retrasado mental. —Russo estaba tan irritado que no se molestó lo más mínimo en disimular que no sentía absolutamente nada hacia Casper.
Toro coincidía con él.
—No sé por qué no lo echas a la calle de una patada en el culo. María dice que es hijo tuyo, pero venga, podría ser de cualquiera. Míralo bien, no se parece a ti en nada. Es demasiado enclenque y ñoño para ser uno de nosotros.
En aquel momento oyeron que llamaban con energía a la puerta de atrás. Toro le indicó a su padre con un gesto que no se moviera del sillón.
—Ya voy yo —dijo, suspirando.
Atravesó el cuarto de estar y entró en la cocina tirándose del pantalón del pijama, que llevaba pegado al culo. La puerta trasera se encontraba al fondo de la cocina, y por el cristal de la misma distinguió una figura oscura y con capucha.
—¿Quién es? —voceó desde este lado de la puerta.
—¿Está Russo en casa? —respondió una voz ronca desde afuera. —¿Quién lo pregunta?
—Tú déjame entrar.
—¿JD? ¿Eres tú?
—¡Abre la puta puerta, vamos!
Toro reconoció vagamente la voz de JD, aunque le sonaba distinta. Poseía un tono áspero que resultaba poco característico de ella, y no precisamente amistoso. Giró la llave en la cerradura y abrió la puerta.
—¿Está Russo? —preguntó la voz desde debajo de la capucha.
—¿Vienes a buscar a tu hermano? Porque nos está volviendo locos. No deja de hablar igual que un crío de dos años. —Calló unos instantes y olfateó la estela que iba dejando JD al pasar por su lado y en la cocina—. Joder, tío, ¿has bebido? ¡Hueles que apestas!
JD no hizo caso y fue derecho al cuarto de estar. Allí vio a su hermano pequeño sentado delante de la chimenea, secándose. Por una vez, Casper no le prestó ninguna atención, absorto como estaba en sus propios pensamientos. Russo se hallaba sentado en un sillón al otro lado de Casper, con cara de estar seriamente enfadado. A JD le importó un carajo.
—Russo, necesito un favor —dijo. No sonó como una petición, sino como una orden.
Russo se levantó del sillón y tensó su musculado cuerpo para una posible confrontación. Para ser un hombre de cuarenta y pocos años, se encontraba en muy buena forma física; únicamente su incipiente calvicie delataba la edad que tenía. Avanzó hacia JD rezumando agresividad en cada movimiento. Su lenguaje corporal era de lo más elocuente: no estaba de humor para aguantar más memeces, y además captó enseguida el olor a alcohol que despedía el aliento de JD.
—Se te han acabado los favores, JD. Coge a Casper y lárgate de aquí cagando leches. No se te ocurra volver a hacerme esta jugada. Tengo dos empleos, y no me queda tiempo para cuidar de tu puto hermano cada vez que a tu madre y a ti se os pone en las narices que es demasiada carga para vosotros.
—Mi hermano no es una carga.
—Es una puta carga, lo sabes perfectamente. Y yo no tengo ni tiempo ni paciencia para cuidar de él. Según lo veo yo, en general he cedido ya demasiado por ese chico en todos estos años, porque antes tu madre me daba lástima, pero los dos os estáis pasando de la raya. Ya no tengo tiempo para cuidar de un puto retrasado mental. Sácalo de aquí y no vuelvas a decirle que venga. Y eso se lo puedes decir también a la furcia de tu madre, por mí se acabó. ¿Estamos? —Dio un paso hacia JD con actitud amenazante y agregó—: Vete, llévate a tu hermano y lárgate de una puta vez. Para siempre.
Toro, que seguía en la cocina, escuchaba atentamente y con una sonrisa en la cara. Ya era hora de que su padre les cantara las cuarenta a aquellos dos gilipollas. Pero, a pesar de la provocación de Russo, JD contestó en tono tranquilo y considerado.
—No lo entiendes, Russo. Ha sucedido una cosa. Necesito que Casper se quede a vivir con vosotros una temporada. En este momento no te lo puedo explicar.
Russo empujó a JD en el pecho.
—El que no lo entiende eres tú. ¿Es que no puedes dejarnos en paz? ¿Pero qué cojones te pasa? Eres un borracho, y tu hermano un retrasado mental. Que te largues de una puta vez. Fuera.
—Russo, no lo entiendes.
—¿Qué parte de «largarte de una puta vez» no has entendido? —¡Maldita sea! ¿Quieres escucharme un momento?
—¡He dicho que fuera! —Russo se volvió hacia Casper—. Y tú, Casper, vuelve a ponerte la puta chaqueta. Te vas a casa. —Sin embargo, el pequeño no dio señales de oírle, y continuó con la mirada fija en las llamas—. Casper. ¡Eh! ¡Eh, tú! ¡Retrasado! —Esta última palabra la pronunció de un modo que sonó especialmente humillante.
Toro, en la cocina, estaba sirviéndose un vaso de leche del frigorífico. Aquélla era una discusión en la que era mejor no participar. Aunque, a decir verdad, estaba interesante. Cuando estaba abriendo el cartón de leche para verter una cantidad en un vaso grande que aguardaba sobre la encimera, oyó la respuesta de JD. Su voz había adquirido un tono siniestro que no le conocía de antes.
—Si vuelves a llamar retrasado mental a mi hermano, te juro por Dios que te tumbo.
—¿Qué?
—Que te tumbo. Y va en serio.
—¿Me estás amenazando, mierdecilla?
Toro sonrió para sí. Si JD adoptaba un tono de amenaza al hablar a su padre, lo más seguro era que terminara llevándose la somanta de palos que tanto se merecía. Su padre llevaba años hablando de inculcarle un poco de disciplina. Sería una paliza que se habría buscado el propio JD sólito. Russo era ex boina verde y un maestro en el combate cuerpo a cuerpo. Si después de todos aquellos años decidía sacudirle una paliza a JD, iba a ser rápida y muy dolorosa.
Si JD contestó algo, desde luego Toro no le oyó. «¡Ja! —pensó—, lo más probable es que ahora mismo esté cagándose patas abajo y dando marcha atrás.» Oyó a su padre dejarle las cosas claras a JD por última vez:
—Venga, fuera de aquí. No eres bien recibido. La verdad es que no has sido bien recibido nunca, ni tu hermano tampoco.
De nuevo se oyó la voz de JD, una vez más con aquel deje áspero y siniestro. —Casper, ponte la chaqueta. Nos vamos.
Por fin parecía haber captado el mensaje. Se acabó lo de jugar a hacerse el duro.Toro terminó de llenar de leche el vaso y fue hasta el cubo de basura de tapa basculante que había en un rincón, para tirar el cartón. Oyó que su padre lanzaba todavía una pulla más a Casper, sólo para reventar a JD y recordarle quién mandaba.
—¡Vamos! Date prisa, por Dios, jodido retrasado mental.
Toro tiró el cartón de leche al cubo de la basura, y el ruido que hizo eclipsó el fuerte crujido procedente del cuarto de estar. Todavía estaba sonriendo para sus adentros cuando regresó a la encimera para coger el vaso de leche. Pero antes de llegar a levantarlo estuvo a punto de caerse al suelo por el empellón de Casper, que pasó junto a él corriendo como un descosido y salió por la puerta de atrás. El crío llevaba en la cara una expresión de terror, como si hubiera visto una aparición. Algo le había causado un susto de muerte, porque no hizo el menor intento de cerrar la puerta al salir ni de esperar a JD. Salió disparado y dejó la puerta abierta de par en par. Enseguida se coló una racha de viento y de lluvia.
Toro bebió un trago largo de su vaso de leche. Un instante después, la figura encapuchada de JD vino andando desde el cuarto de estar y pasó por su lado chocando deliberadamente con su brazo y haciendo que derramase parte de la leche. Todavía llevaba el rostro oculto en los pliegues de la capucha. «Gilipollas», pensó Toro mientras le decía adiós a JD con la mano y una sonrisa.
—Adiós —dijo en tono sardónico—. Hasta luego. Vuelve cuando quieras.Para fastidio suyo, JD no hizo el menor intento de cerrar la puerta al marcharse, así que depositó la leche en la encimera y fue a cerrarla él mismo para que no siguiera entrando la lluvia ni el viento.
Con la puerta cerrada, la casa quedó sumida en un silencio sepulcral. En el cuarto de estar ya no se oía nada, y Toro había esperado a medias que su padre hubiera salido detrás de JD, despotricando contra él. Después de aguardar unos segundos, lo llamó.
—¿Quieres tomar algo, papá? Ya se han ido.
No hubo respuesta.
—¿Papá?
Nada.
Toro cogió de nuevo el vaso de leche, salió de la cocina y entró en el cuarto de estar. Entonces vio una escena tan desagradable que ya no dejaría de atormentarlo hasta el fin de sus días. Sólo tenía quince años. Nunca había visto la muerte tan de cerca, pero allí la tenía. Y el protagonista era su padre. El vaso de leche se le resbaló de la mano, le rebotó en el pie y cayó al suelo.—¡Dios santo! ¡Papá! ¡Joder, no!
Su padre yacía en el suelo tendido de espaldas. Tenía el cuello roto y la cabeza vuelta hacia un lado. La lengua le colgaba por fuera de la boca y los ojos se le habían vuelto hacia arriba, de tal modo que únicamente se les veía lo blanco.
Una vez que a Toro se le pasó la conmoción inicial de ver el cadáver de su padre lo que sintió fue cólera. El odio que había sentido desde siempre por JD le estalló igual ue un volcán en el fondo del estómago y se le esparció por todo el cuerpo. Igual que un poseso, se lanzó como una flecha contra la puerta trasera, giró la llave y abrió de un tirón. El cielo nocturno no le mostró otra cosa que un intenso aguacero y un viento huracanado que azotaba la casa. Gritó a la oscuridad para cerciorarse de que su voz llegase lo más lejos que pudiera transportarla el viento:
—¡Tú, hijo de puta! ¡Te voy a matar, JD! ¡Espera y verás!
—Luchó por reprimir las lágrimas de tristeza y de rabia que intentaban abrirse paso para desbordarse de sus ojos—. Un día, cuando creas que todo está olvidado, estaré esperándote, nenaza de mierda. Eres un muerto andante. Te voy a matar. ¡Acuérdate de lo que te digo! ¡Puede que Dios te perdone algún día, pero entonces te estaré esperando yo! ¡Jodido cabrón hijo de puta!
Como si sólo pretendiera ventilar su rabia, Toro continuó un rato aullando al viento y a la lluvia. Quería recordar aquel sentimiento, quería estar seguro de que la próxima vez que JD se cruzara en su camino iba a reaccionar como correspondía.
Matando a aquel jodido cabrón.
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El Ojo de la Luna
Mystery / ThrillerQuiero compartir este maravilloso libro, que es la secuela de "El libro sin nombre". Después de este libro, le siguen "El Cementerio del Diablo" y "El libro de la Muerte". Ya los he leído todos y quiero compartirles este, ya que nadie más lo ha pub...