Ángel, no pude dejar de pensar en ti.
Cuando Bradlee fue en busca del pelirrojo, no le gustó encontrarlo con una expresión de tristeza y sin ningún rastro del niño inocente y feliz que había tenido la noche anterior. Si el niño fuera algo como un híbrido en forma de gato, de seguro en ese momento tendría las orejitas para abajo.
Sus ojitos grises mirando al suelo fijamente, sus manos abrazando sus piernas como si fuera lo único que lo podía sostener. Aquel pequeño puchero en sus labios rosaditos le robó el poco control que tenía por lo que antes de reunirse a su encuentro, se desaflojó la corbata un poquito para permitir que el aire entrara un poco en su cuerpo.
Tenía ganas de encerrarlo en una cápsula de vidrio, hacerle una casita de madera y dejarlo ahí sentadito como una de esas bolas de criatales de figuritas de ángeles. Y vale, tal vez tenía una idea de que pedir en un encargo con uno de sus conocidos que era muy bueno en el arte y las manualidades.
“No estés triste, ángel.”
El menor atendió a su voz, levantando la cabeza y regalándole una sonrisa pequeña. Se percató en lo atractivo que se veía el sujeto frente a sí con ese traje negro probablemente más caro que su entera existencia. Bueno, técnicamente su existencia valía alrededor de veinte mil dólares así que realmente no estaba seguro de si un traje podría llegar a costar tan caro pero tomó nota mental de no arruinar ningún traje del pelinegro.
“No estoy triste” Aseguró, cruzando sus piernas en moñito y colocando su dedo índice en los zapatos lustrosos del mayor, dejando marcada la huella de ese mismo dedo y sonrió con picardía. “Tal vez algo desanimado, pero no estoy más triste.”
Bradlee asintió, ofreciéndole la mano para levantarse por lo que el pequeño la tomó sin vacilaciones. La mano de Bradlee estaba entre el término medio de calientita y fría, en el de suave y medio dura, y en el término completo de grande. Tal vez si Bradlee se lo proponía, podría encerrar en sus manos las suyas; el pensamiento lo dejó pensando el cómo sería que el mayor envolviera toda su mano en la suya.
Ni siquiera lo deseaba, pero podría ser interesante.
Tal vez demasiado, tanto que parecía llamarlo a las garras de la curiosidad; tenía gustos raros por lo que cuando se imaginó aquellas manos enredándose entre su cabello con fuerza, no sé sorprendió e incluso le llegó a gustar. Vale, tenía que calmar sus pensamientos; no podía dejarse llevar por aquellos pensamientos o al menos no arrastrar a Bradlee a sus pensamientos masoquistas.
Cuando reaccionó, Bradlee lo estaba mirando fijamente y entonces se dio cuenta que no se había levantado por lo que se incorporó del suelo, llevando consigo el cubito completamente resuelto y se sacudió el trasero una vez levantado.
“¿Cuántas veces lo armaste?” preguntó Bradlee, viéndolo directamente a los ojos. El pequeño se sintió acorralado, como si con ello Bradlee pudiera saber todos aquellos secretos. No le ayudaba haber pensado algo raro acerca del hombre segundos atrás.
“Uh... No lo sé” respondió con timidez, la verdad es que no lo sabía con exactitud, había estado más ensimismado en sus pensamientos morbosos. De tanto desarmarlo y volverlo a armar, tal vez había perfeccionado los movimientos y lo había armado en menor tiempo cada vez. “Pero lo he armado en 30 segundos” agregó, metiendo una mano en su bolsillo y extendiéndole muchos billetes y moneditas.
“¿Qué es esto?”
“Cambio” respondió en un tono parecido a la duda pero sin llegar a ser pregunta, ¿tal vez no debería habérselo dado? Solo eran centavos y billetes que probablemente Bradlee no usaba con frecuencia, se sintió oprimido por aquellos pensamientos. Bradlee iba a reformular su pregunta cuando el pequeño continuó. “El helado estuvo rico, gracias.”
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Hola, ángel.
Romance"Ángel, ¿acaso sabes cómo me rompo mientras caes dormido pensando en aquel que nunca volverá?"