Quincuagésima quinta pluma.

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Ángel, he estado aquí un centenar de ocasiones y jamás he sido tan desdichado.

Bradlee entró a aquella habitación ante el escrutinio del sujeto de piel oscura, aquella mirada no era exclusiva hacia él, se concentraba mas que nada en el chiquillo que arrastraba los pies sobre los mosaicos. Su mirada vagaba, sin detenerse en un punto en específico, simplemente dejaba que sus ojos deambularan y que sus retinas capturaran cualquier cosa.

Con sinceridad, Bradlee no tenía ni la menor idea de cómo tratar con él.

“Dylan” pronuncio Chad cuando el aludido se tambaleó ligeramente. Lo tomó del brazo, aún cuando Bradlee lo sostuvo contra su cuerpo y se aseguró de arrullarlo mientras le acariciaba los hombros. “¿Qué pasó?”

El mayor negó, apretando los labios en la frente del muchacho.

“Quiero ir a casa...” hipó. Recordó con crueza la ocasión en la que pensó en él como un ángel tras tener un nimbo tras suyo, ¿quién imaginaría que aquel ángel terminaría más desdichado de lo que ya lo era? Y, en otro momento, Bradlee sería un ojienjuto con todo lo que conlleva pero al verlo a él, sufriendo, simplemente no podía exonerar aquel dolor fuera de su organismo.

Era impío, la piedad se desligaba mientras el ángel derramaba lágrimas silenciosas que ya se había cansado de esconder.

“Estás en casa” aseguró el moreno, desviando la mirada a Bradlee. Entonces Dylan negó con una furia sin objetivo alguno, volvió a negar mientras tomaba su cabeza entre sus manos e irritado, tiraba de un florero que se situaba a su lado en la cómoda de madera.

“¿Casa...?” rio con burla. “¿Cuál casa he de tener yo? Si he desperdiciado tanto tiempo buscando a alguien en otra ciudad cuando siempre estuvo aquí. He dejado años de mi vida a él, sufriendo y llorando cada noche, pidiéndole a un dios inexistente que me lo devolviera, esperé vidas enteras y solo conseguí hundirme en mi miseria y arrastrar a inocentes a mi propia mierda” Talló sus mejillas, apretando sus párpados con fiereza mientras de sus fanales se desprendían lágrimas llenas de vergüenza. “¿Cómo puede tener casa un estúpido como yo, por qué la tendría? Sino pertenezco a ningún lado, ¿a qué tendré el derecho de llamar casa?”

“Mi casa es tu casa, ángel. Siempre” Le aseguró, mirando de reojo a Chad quien miraba con desdén los vidrios rotos en el suelo. “Puedes llamar casa donde yo esté porque mientras yo tenga algo, lo compartiré contigo sin duda alguna.”

“¿Por qué harías eso? ¿Por qué serías tan estúpido y dármelo todo? ¿Por qué no consigues a alguien que te lo dé todo y que te dé lo que realmente mereces? ¿Por qué te humillas y dejas que mis sentimientos te pisoteen? ¿Por qué no puedes dejar de quererme?” lloró en un farfullo. Bradlee bajó la mirada. “¿Por qué sigues aquí?”

“Porque tú me lo pediste.”

Dylan apretó sus labios, coloreándolos de un blanco ante la fuerza que imprimía sobre ellos.

“¿Y si yo te pido que saltes, lo haces?” bramó, empujando a Bradlee fuera suyo. No le entendía, no podía saber qué era lo que realmente quería conseguir, dudaba que fuese un estúpido.

“No lo haría porque no me pedirías eso” declaró con confianza. Dylan levantó la mirada y comenzó a reírse.

“No me conoces, Bradlee. Yo mataría por vivir bien, por estar cómodo y por realizar hasta el último de mis sueños, tú que los puedes cumplir, ¿qué haces con ello, niño privilegiado? Solo te deshaces de ello como un estúpido cuando hay millones que darían todo por tener lo que posees, yo mataría a quien fuese por tener la oportunidad de cumplir mis deseos y que perduraran por siempre” Dylan sacudió la cabeza, entrelazando su mirada con la de Chad, quien solo le veía serio. “Di algo porque si yo tuviera tu voz, la utilizaría para abolir mis desventuras.”

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora