Trigésima pluma.

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Ángel, espero volver a Seattle pronto.

El amargo adiós a sus días de libre albedrío se evaporaban y se cimentaban sobre una escalera rumbo al olvido. Las sonrisas muertas  y la mirada rota solo le hacían sentir mas culpable de circunstancias extenuantes que no estaban en su poder.

Dylan pasó sus dos manos a lo largo de su rostro, admiró aquel sobre y fue cuando deseó haberle pedido ayuda a Bradlee, le echó la culpa a su cobardía y su inmadurez. Pronto, no supo cómo reaccionar a todo lo que tenía en frente, aquel sobre amarillo dictaba el ritmo de los latidos de su corazón.

Lo abrió.

Era la foto de una marca de nacimiento, uno que conocía muy bien al tener una forma similar a la mancha de Júpiter. Era Brent, era su amado, era una parte de él y no supo con exactitud el momento en el que se deshizo en lagrimas en aquella habitación llena del olor indistinguible de comida y sorbió sus mocos cuando empezaron a resbalarse por su nariz.

Era Brent.

Abrió la carta.

No tardó mucho en leerla, es más, la aventó a los tres segundos y se llevó sus pequeñas manos a la cabeza, tirando de sus cabellos pelirrojos. Amenazó con un suspiro en la punta de su lengua para salir de sus labios rosados, casi podía palpar en el aire el lamento que estaba a punto de darse luz en el viento de aquella noche infortunada​ y se sintió opaco, translúcido, buscando luz en donde era oscuro y se destinaba al fracaso, un náufrago mientras evocaba su voz a un quejido lastimero. Su garganta, irritándose en la desilusión de aquella misiva y pronto olvidó cómo sostenerse por lo que cayó al suelo estrepitosamente del mismo modo que las lágrimas se derramaban sobre sus mejillas.

Condenado, atrapado, peor que un pájaro en una jaula. Le cortaban sus alas del cielo al que estaba acostumbrado volar y no lo había disfrutado sin saberlo; su voz quedó atrapada por un segundo en sus cuerdas vocales antes de soltarse de nueva cuenta. Y gritó, mas no pudo evitarlo porque sintió que el cielo se agrietaba y le hacía perder su balance y estabilidad restante.

Y perdió ante sus emociones, se dejó rendir por el dolor en lloriqueos con un intento sigiloso que fue imposible de hacer, Dylan se perdió en el fuego de su interior, en la llama que empezaba a expandirse por la furia y la tristeza, la melancolía que no le ofrecía descanso y la traición por la que iba a hacer pasar a alguien que le había extendido su mano.

Bradlee le estaba destinando al purgatorio, el peor lugar donde un ángel podría estar. Resignado, hizo la comparación de sus vidas, las alas de Bradlee se expandían libremente y eran pulcras y comparó todo aquello, el infierno personal al que era sometido contra el cielo de Bradlee con tintas infernales, simplemente era mucho; era tanta la diferencia que el aire se atoró en su garganta y fue obligado a toser, entregándose a sus circunstancias sin hacer algo al respecto.

Perdió su espíritu puesto que de antemano carecía de él, en incandescencia, en soledad, en melancolía, en nostalgia por la libertad que dejaba escapar entre sus dedos. Esperó hasta ralentizar su respiración, sin perder el control y deslindándose de su terror en la cruz.

Le dio un nuevo significado al apodo de angel, tan diferente al bien intencionado de Bradlee, una definición que atrapaba su vida en palabras relatadas cruelmente; un ángel vacío, caído, roto, desmembrado, liviano y contempló una rosa que descansaba sobre el marco de la ventana. Resopló, siendo consciente de que ya no estaba ajeno a las espinas de las circunstancias y él se convertía en la espina.

Sus lágrimas descansaron sobre el pastel que había preparado con anterioridad, aquel destinado para Bradlee que terminaba comiéndose él, quiso tirarlo más no lo hizo porque desperdiciaría aquel fruto de su esfuerzo lo mismo con sus esperanzas, no se podía permitir tirarlas a la basura porque ya era algo destinado, estaban ahí sin poder evitarlo.

Lo aceptó con una sonrisa apagada.
Porque no tenía de otra y porque ya no lo soportaba, sólo podía dejarse llevar por el viento del velero de su vida, sin remos y sin una marea que le ayudase.

Ángel, voy a casa.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora