Decimonovena pluma.

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Ángel, eres lindo.

El pelirrojo suspiró.

Bradlee ya tenía novia, no le extrañaba que no quisiera tenerle a su lado porque era heterosexual y además tenía pareja. No entendía realmente porque había gastado ese dinero en él, no le encontraba sentido a aquello y a menos que fueran realmente ciertas sus palabras, Dylan por un momento deseó que él nunca lo hubiera comprado, no deseaba ser alguien en el que un rico desperdiciara su dinero por algo tan insignificante.

¿Por qué lo había recibido en su casa? Si se supone que tiene novia, su novia debería estar en su cama durmiendo a su lado, no un niño de la calle con un gran peso en sus hombros.

Estaba realmente molesto.

No quería pasar sus días metido en aquel cuarto, ni siquiera debía de estar ahí. Tenía que estar en el aeropuerto, buscando a Brent, ¿por qué debería estar encerrado como sabandija? Sabía que su valor como persona era poco pero tampoco pensaba en que éste iba a ser ignorado.

"Deja de fastidiar, Ann" escuchó. Dylan se sorprendió, no sabía que decir realmente e inclusive el sujeto que conocía como Bradlee no se asemejaba ni en lo más mínimo al dueño de aquella voz que era realmente fría. Si era su novia, ¿no se supone que deberían hablarse bonito?

En todo caso era mal educado, recordaba vagamente que una de sus mamás adoptivas le había dicho que nunca tenía que contestarle así a una persona, sea mujer, sea hombre, niño o anciano. Un punto menos para el mundo de los ricos, si a ella la trataba así y era alguien para él, ¿cómo lo trataría a él?

Bradlee no le había dado motivos para temer, al menos no por el momento pero estos en cualquier momento iban a ser evidentes por lo cual quería prepararse para no desilusionarse. No tenía por qué creer que él iba a ser mejor tratado que aquella chica, un simple pordiosero no iba a recibir un mejor trato y aún si lo obtuviera, diría mucho de la persona.

Se sentó en el piso, reparando en la fría sensación que sintió en su culo y fue entonces cuando notó que se había quedado con aquella prenda con la que había sido forzado a conquistar en vano a un hombre de bien. Cualquier persona podría entrar a aquella habitación, vaya, Bradlee podría entrar a su antojo y no podría decir nada, ¿qué se suponía que debía hacer? No entendía por qué era el blanco de su atención, no le había dado nada, no había hecho nada por él, no era ni remotamente atractivo como aquella muchacha que había visto fugazmente, su belleza era inadecuada, no era propia de los estándares.

Estaba molesto consigo mismo por lo que al acariciar la tela de las bragas, enrojeció con rabia por verse a sí mismo en aquella condición y es que, cuando deambulaba vendiendo polvo de ángeles era libre, estaba amarrado pero su correa era muy larga, tan larga que no le apretaba el cuello y en aquel momento la cuerda le apretaba y lo marcaba, dejándole la piel viva.

Escaneó la habitación y sus ojos se detuvieron en la misma columna en la que había buscado anteriormente, estaba buscando un boxer que ponerse para quitarse aquella prenda que le hacía sentir arrinconado, Jesús, quería salir de ahí. Encontró un boxer, el cual le quedó un poco grande de las caderas pero aquello pasó a segundo plano al notar la textura tan suave y fina de la tela de aquella prenda, una tan diferente a las que estaba acostumbrado: rotas y remendadas más de dos ocasiones. Aquel lujo no lo conseguía entender, ¿por qué compraba tantas cosas y luego las dejaba ahí tiradas?

Aquel bóxer era un respiro que podía soportar, no quería ser alguien que podía ser fácilmente intimidado, nunca quiso ser así y aunque las circunstancias lo empujaban continuamente a ser así, trataba de evitarlo en la medida de lo posible. ¿Qué debería hacer? No se sentía cómodo invadiendo la privacidad de la pareja vestido de forma tan ridícula, que al menos era mejor a la anterior.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora