Vigésima tercera pluma.

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Ángel, tus labios se ven tan suaves.

Bradlee se alejó del pequeño, respirando hondo cuando dejó de sentir el calor del niño pequeño. No podía asustarlo o hacerlo creer otra cosa que obviamente no era, era el inicio de tal vez uno de sus más grandes temores y no iba a ser el causante de una expresión triste en su rostro.

“A dormir” susurró, tomando al niño de los hombros y metiéndolo bajo las sábanas. Dylan lo veía fijamente, observando sus movimientos hasta que el mayor se acostó a su lado.

“¿Y si nos acostamos pero no nos dormimos?” Bradlee arqueó la ceja.

“¿Entonces, qué haríamos?”

Vale, que a esa pregunta le seguían un millón de respuestas por segundo y probablemente no muy santas por lo que despejó la mente al revolverse el cabello.

“Un cuento.”

Bradlee lo miró fijamente, no sabiendo si tomar en serio al niño pelirrojo pero después de todo esa expresión de angelito le podía conseguir hasta las contraseñas de las cuentas de la empresa.

“Érase una vez, una solitaria bestia buscaba a su príncipe. Lo encontró en problemas y lo tomó bajo su custodia, prometiendo cuidarlo como si se tratara de la cosita más hermosa del mundo, supo que debía hacerlo porque no podía soportar dejarlo allí a la deriva. Y prometió no hacerle daño, jamás, aunque eso significara sacrificarse a sí mismo para hacerlo feliz porque ese es su felices para siempre. Fin”

“Eso no es lindo” Bradlee recargó su mentón en su mano, volteándose para ver al niño cobijadito, casi se derritió al ver los cabellos pelirrojos en la almohada, eran tan bonitos. “El otro príncipe no es la cosita más hermosa del mundo, está sucio y lleno de artimañas, además nunca se vivirá un felices para siempre porque soy alguien que trae problemas, que va a terminar despojando cualquier rastro de felicidad que alguna vez tuvo existencia. Siempre lo echaré a perder.”

“La bestia quiere proteger al príncipe al ser más bello que una rosa, un ángel que no se ve todos los días por lo que se siente cómodo a su lado. Tal vez logre que el príncipe se sienta cómodo a su lado, ¿por qué estamos discutiendo sobre esto?”

Dylan se encogió de hombros, la conversación había sido completamente extraña. Básicamente, Bradlee le había dicho que lo veía como un cachorro cuando era un hombre, jodido y todo pero hecho y derecho. ¿Por qué podía expresar así sus sentimientos? En las calles no podías hacerlo porque entonces te trataban de marica.

“Me siento cómodo a tu lado” Terminó respondiendo, no era una mentira. Cada vez que él le hablaba, se sentía auxiliado y no se sentía a la deriva como lo solía pasar, ¿cuánto duraría aquello? ¿Hasta el siguiente capricho del hombre blanco? Tragó saliva, no quería ser desechado nuevamente, quería un descanso de estar vendiendo droga a los universitarios o de estar huyendo de las redadas; decidió abrazarlo con una de las manos, sintiendo como sus ojos se humedecían y se enojó por ser tan sensible.

Se suponía que era un hombre, no debía llorar. Su antigua madrastra le hubiera azotado si lo viera en ese momento, se estremeció de solo pensarlo.

“¿Supongo que eso es bueno?” preguntó, acariciando la cabecita de cabellitos pelirrojos. No dijo nada ante el llanto que avecinaba a derramarse por aquellos ojos cristalinos.

“Lo es”Afirmó, rozando su cabeza con la barba del mayor; tenía​ la voz algo rota y entonces se percató de la noche vacía que se mostraba a través de la ventana; se sentía tan cobarde por estar a punto de llorarle a un desconocido, ya estaba más que dicho que era una causa perdida pero quería aferrarse a algo, no quería caer en el sistema y nunca poder salir de ahí. Se sentía tan perdido, tan desilusionado, en un estado deambulante constante y en medio de sus sentimientos, estaba Brent y la preocupación de en dónde estaba, realmente quería verlo, sólo él lo podía calmar del llanto. ¿Bradlee podría hacerlo? Ni soñándolo, además no podía exigírselo. Quiso aventar todo. “No te conozco en lo absoluto pero muchas gracias por escucharme y ser una buena persona conmigo.”

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora