Sexagésima primera pluma.

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Ángel, estoy tan perdido.

Dylan dejó de hablar, de repente.

Un día después, se levantó, se quedó sentado mirando hacia nada en específico y sus pupilas carecieron de luz por varios minutos antes de que comenzara a llorar en silencio, sin más, llamando la atención de Bradlee quien dormía a su lado.

“Hey, hey, hey. Mírame, ángel, ven” Lo atrajo a sus brazos, colocando sus palmas sobre sus mejillas y vio con tristeza que la hora había llegado. Dylan lo veía con terror y angustia. “Respira” Continuó, repitiéndolo ahora también como un mensaje para sí mismo. “Respira, ángel”

El muchacho obedeció porque no le quedaba de otra más que hacer aquello pero el pánico seguía tintado en sus expresiones faciales. Su mirada vagó por toda la habitación hasta recaer en el condón tirado en el cesto de basura, en el sudor que aún sentía fresco sobre su cuerpo y en el dolor que le transmitía su cuerpo, entonces una ola de ansiedad le llegó, sin poder evitarlo.

El estómago le dio un vuelco, comenzó a sudar y sentía una profunda presión en el pecho por lo que había hecho. Tembló, sintiendo que las lágrimas le inundaban la cara y notó con el corazón roto como a pesar de su crisis emocional, Bradlee le estaba sosteniendo la mano y la apretaba con mucha fuerza mientras le seguía repitiendo unos ejercicios para mantener la calma y se preguntó, con la mayor de las tristezas, si él se había estado preparando para el momento en el que se arrepintiera de haber estado con él.

Se preguntó, en un momento de lucidez, qué tanto daño le había hecho en su intento de arreglar lo que estaría eternamente roto. Se obligó a tragar saliva, ahogándose porque no podía respirar con normalidad. Tenía el alma destrozada, preguntándose por qué Bradlee había caído en su juego egoísta y preguntándose por qué había caído él en el engaño que su mente traidora le seguía proporcionando.

Lo notó, ¿cómo no pudo haberlo notado? La manera en la que Bradlee lo sostenía cada vez más fuerte, como si temiera que él fuera a desaparecer en cualquier momento o esperando que no saliera corriendo de la habitación. Quería decirle que no iba a huir pero, ¿quién podría asegurarle eso si ni siquiera podía asegurar su estabilidad mental de una vez por todas? Se culpó, no pudo evitarlo y es que aquel hombre de ojos dorados y hermoso cabello negro era la perfecta descripción de su hombre ideal y sin embargo, lo estaba alejando tanto por su incapacidad de ponerse por un momento cuerdo.

Quería dejar de llorar pero no podía hacerlo, se sentía completamente atrapado en la ansiedad que pronto trepó por su estómago y trató de levantarse y correr pero, las sábanas se enredaron en sus pies y terminó estrellándose en el piso mientras vomitaba con furia en la alfombra que valía más de lo que seguramente valdría su persona. Se odió, no pudo evitar que aquel odio por si mismo creciera más porque entonces Bradlee acariciaba su espalda con cariño y le recitaba un mantra para que la ansiedad se alejara de él.

La cabeza le palpitaba, se apoyó en sus codos mientras seguía vomitando y respiró por primera vez cuando Bradlee se alejó de su cuerpo, no siguió con la vista el recorrido de sus pies y después la garganta se le cerró cuando volvió a sentir sus manos sobre él, murmurando palabras de aliento que lo hacían sentir aún peor, ¿por qué? Seguía preguntándose. Se sentía solo, abandonado en aquel abismo interminable que seguía yendo cuesta abajo y no tenía intenciones de terminar; el alcohol en su nuca que debería haberse sentido mejor, se sintió aún peor y se sacudió, rechazando los toques de sus manos tan gentiles.

Bradlee. Bradlee. Bradlee. Él estaba en todas partes, en cada parte de su cuerpo, en su saliva, en sus uñas, en cada poro de su piel y no le disgustaba su toque pero sentía que había fracasado completamente en su amor por Brent, se sentía tan desgastado, ¿qué demonios le había pasado por la cabeza? ¿Por qué no estaba aún fuera del peligro de aquella inestabilidad mental?

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora