Trigésima quinta pluma.

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Ángel, tus expresiones me debaten entre reírme o morir de ternura porque eres jodidamente hermoso.

Dylan estaba más rojo que un tomate y es que, ¡Bradlee lo había invitado a salir con él! Y no era algo que se veía todos los días porque a decir verdad aunque Bradlee tenía un receso en el trabajo siempre hacía cosas del trabajo que realmente no le pertenecían aunque volviendo al tema, estaba realmente feliz porque eso sería como... ¿una cita? Al menos eso quería suponer, realmente quería que ese fuese el caso. No se dio cuenta de cuanto deseaba una cita con Bradlee hasta que él dijo las palabras: “¿Quieres salir conmigo?” y joder, su mandíbula moviéndose mientras decía aquellas palabras con su lengua deslizándose entre sus dientes era demasiado para sus piernas.

Y realmente estaba rojo.

Bradlee lo abrazó con solo uno de sus brazos rodeando con él su cuerpo hasta dejar caer su mano en su hombro, sacándolo de sus pensamientos tan alborotados de Bradlee y su presencia realmente cerca. Podía observar sus ojos sin temor a parecer más toro loco de lo normal, las motitas medio cafés de sus ojos que contrastaban con los ojos felinos que se asemejaban tanto al ámbar pero a la vez no porque tenía un magnífico tono dorado que era capaz de descolocar todos sus pensamientos.

Seattle era precioso, era una ciudad de observatorios, cafés y de la música grunge. Y el centro de Seattle era como bum, rasacielos por doquier que aunque eran tan altos no podían eclipsar el Space Needle porque es lo más destacado de Seattle para ser sincero y de hecho, Dylan pensó que Bradlee lo iba a llevar ahí pero en cambio agarró la dirección del centro comercial y ahí se fueron todas las ilusiones de tener una cita super romántica.

Estaba repelando en su mente, cuando de repente cierto producto llamó tanto su atención que no pudo evitar detenerse de golpe. Y Bradlee no es idiota (bueno, a lo mejor un poco pero no lo es tanto) por lo que sonrió sin remedio, metiendo la mano que se encontraba en su hombro dentro de la chaqueta de Dylan para colocarla sobre la mano del pelirrojo.

Bradlee ni lo pensó al entrar a la tienda de videojuegos que si fuera otra persona, definitivamente le tiraría en cara el calificativo “friki”, sin lugar a dudas. Pero en Dylan era tierno porque lucía como un niño y no como un nini.

“Una consola, la que estaba en el exhibidor, la amarilla con un mono ahí pintada...”

“Pikachu” Dylan lo interrumpió. “El monito es  en realidad una rata, se llama Pikachu y es una 3DS.”

“Oh, vale. Eso” Bradlee le restó importancia mientras miraba con cariño como los ojos de Dylan se resistían a brillar de felicidad pero lo hacían como si de repente tuviera un polvo de hadas a su alrededor. “Y cartuchos, por favor.”

El trabajador mascó el chicle que traía en la boca y asintió, tomando diez de los más novedosos y populares juegos en existencia de la vitrina.

“Vale, ¿cuánto es?” El muchacho dejó de mascar chicle mientras alternaba una mirada entre el pelirrojo que parecía estar haciéndole un altar al hombre que parecía que no se sacaba jamás el traje.

“Tiene que escoger, señor” Dylan dio un paso al frente algo indeciso de que debería escoger por lo que Bradlee lo tomó de la cintura y lo dejó quietecito como una piedra.

“Me los llevo. Todos.”

Y cuando salieron de aquella tienda, Dylan protestaba inútilmente con una sonrisa en el rostro que no le daba crédito a "estar enojado" porque en realidad no lo estaba y la situación estaba muy lejos de al menos parecerse.

“No gastes dinero en mí. ”

“Vale, no gastaré mucho. Solo quiero hacerte feliz, mucho, mucho.”

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora