Novena pluma.

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Ángel, quiero ver nuevamente tu cabecita rojita.

Ann lo había ido a recoger del aeropuerto. La chica, con sus tacones rojos, lucía muy emocionada por tener de vuelta a su pareja, probablemente porque eso significa que sería un día lleno de compras y caprichos cumplidos a modo de recompensa ya que, bueno, Bradlee no la amaba y aunque ella lo sabía, mientras no tuviera a alguien que hiciera peligrar sus ostentosos caprichos, todo estaría bien puesto que obtenía de Bradlee todo lo que podría querer: una reputación social, invitaciones a eventos de personas importantes, una familia bien alimentada y agradecida con ella, ropa de alta costura y lo mejor de todo, era Bradlee, el bien parecido Bradlee con aficiones extrañas.

Él la había denominado como aburrida, a Ann no le importó porque tampoco es como si intentará hacer trucos de magia o malabares para llamar su atención, no la requería, su interés era puramente económico y social pero apreciaba a Bradlee como un confidente, como un compañero, solía platicarle de sus problemas y él procuraba escucharla, dando soluciones tan certeras que se valoraban. Era extraño, la manera de ser imparcial y de no involucrarse sentimentalmente pero a nadie le importaba, excepto a Ann.

"¿Y bien? ¿Por qué tenemos un encuentro en el aeropuerto? ¿Iremos a Italia?" preguntó, sorbiendo de su frappé. Ella tenía un afán por esas bebidas, y aun mas cuando supo que a Bradlee le disgustaban. Y eso lo hacía más atractivo.

"No, solo se me antojó" Ahí estaba un millonario prepotente que se veía con ganas de hacer lo que quisiera. Así que decidió picarlo.

"¿A quién vienes a mirar?" Bradlee volteó a verla rápidamente, como si hubiera sido descubierto in fraganti de robarse un dulce, hasta le había cambiado el semblante. Se permitió reír discretamente. "¿Tienes un apego con alguien socialmente inferior?" El hombre se notaba en apuros y pocas veces Ann conseguía acorralarlo, lo sentía como su recompensa por todo aquello a lo que era sometida a causa de salir con él.

"No seas ridícula" Ella se encogió de hombros, tomando de su frappé y acercándose a Bradlee para besarlo cuando notó a un periodista. Un beso casto en donde las emociones se perdían, sólo estaba el pensar cuándo iba a parar. No sintió el flash de la cámara, lo cual era bueno para evitar escándalos de rompimiento, algo que Bradlee no necesitaba en su ajetreada vida. "Me ensuciaste de crema batida, Ann."

La chica se rio, tomando la mano de Bradlee para jugar con sus anillos.

"Mi mamá te vio. Preguntó el motivo por el que le darías a una mujer mil dólares y me pegó. Cree que no estoy siendo buena para ti, Bradlee. Necesito que lo crea así, no quiero regresar a casa" Se notaba desesperada, ¿cómo no iba a estarlo? Era una chica presionada socialmente. Y su mamá la había entrenado para ser una "dama", la chica solía quejarse del machismo al que era expuesta por salir con él, el sexismo al que era sometida por sus ropas, poco había importado para los demás que ella hubiera estudiado derecho, todo se centraba en conseguirse un buen marido. Y ese iba a ser Bradlee.

Él asintió, desviando la mirada a aquella tienda en donde solía sentarse el ángel. Ya no estaba tan seguido, y cuando estaba, Bradlee no estaba ahí, tal vez era un castigo por permitirse que Ann fuese abofeteada o porque su hermano volvió a consumir, sabrá el cielo por qué era castigado así pero quería verlo, añoraba verlo, lo necesitaba. Sería un descanso.

Ángel, ojalá fueras tú el que juegue con mis anillos.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora