Vigésima segunda pluma.

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Ángel, me das ternura.

Bradlee buscó dentro de sus cajones la baraja inglesa que desde hace mucho no había utilizado, estaban casi como nuevas porque realmente no era un gran fan de jugar con las cartas, no le encontraba el atractivo y la mayoría de las veces siempre ganaba pero quería cumplirle el pedido al niño pequeño por lo que después de hallarlas, las tomó en sus manos y se sentó en la cama frente al chiquillo.

"Apuesto a que no ganas" dijo el pelirrojo. Bradlee se rio, porque la verdad es que no creía que el pequeño le iba a ganar.

"Vale, acepto la apuesta. Si yo gano, tú me harás el desayuno mañana, ¿está bien?" El pelirrojo asintió, luchando con una sonrisa traviesa.

Vale, se la podía jugar. ¿Qué tan jodido sería matar dos pájaros de un tiro?

"Y si yo gano, esa chica nunca pondrá un pie en tu habitación y deberás llevarme a Miami" Bradlee ladeó la cabeza pero asintió, reprimiendo las ganas de abrazarlo fuertemente hasta asfixiarlo. "Probemos primero con pesca."

Bradlee asintió, sonriendo al pensar en los viejos tiempos cuando jugaba con sus amigos aquel juego, se suponía que todos tenían que aprender a jugar cartas o serían considerados estúpidos ricos.

"Ángel, vas primero."

El menor asintió, luciendo algo pensativo mientras miraba las cartas detenidamente una y otra vez. Tenía dos aces, un cuatro, un siete y un rey.

"¿Tienes un cuatro?" Bradlee negó. Dylan tomó una carta del mazo e hizo una mueca al ver ahora un tres.

"¿Tienes un siete?" mencionó a la carta que menos tenía, el pelirrojo asintió y le entregó la carta. "¿Tienes un dos?" Dylan negó, observando detenidamente los movimientos de Bradlee al tomar la carta, observó como su ceño se fruncía.

"¿Tienes un cuatro?" volvió a preguntar, Bradlee negó y entonces volvió a tomar del mazo una carta, descubriendo otro as. Sólo le faltaba uno más o un joker y entonces podría bajar el primer juego.

"¿Tienes un tres?" Dylan respondió con algo parecido a un 'no' y el hombre mayor se aflojó la corbata hasta deshacerla completamente. Tomó otra carta del mazo y esta vez no frunció el ceño.

"¿Tienes un cuatro?" volvió a preguntar, Bradlee negó y entonces el pelirrojo se encogió de hombros mientras sacaba un dos.

"¿Tienes un ocho?" Dylan negó con una sonrisa pequeña. Bradlee podría morir por recibir una de esas sonrisas bonitas.

Y así siguieron por un gran rato hasta que Dylan supo exactamente que cartas tenía Bradlee, hasta podía decir de cuales tenía más y el pelinegro sólo sabía que él tenía un cuatro, bueno, se dio cuenta muy tarde cuando el pelirrojo bajó los reyes y un nueve que había completado la sucesión.

"Oh, niño" se rio al ver la jugada que él seguía. "¿Tienes un dos?" Dylan se los entregó.

A las once de la noche, cada uno tenía seis jugadas bajadas y no había un joker en ningún grupo por lo que uno de ellos tenía dos de los jokers o tal vez cada uno tuviera uno propio pero cuando a Bradlee le salió por fin, un cuatro después de tomar una carta, una mueca lo delató.

"Tu cuatro" pidió el pequeño y el mayor chasqueó la lengua, entregándoselo y haciendo que la sonrisa del pelirrojo se ensanchó y bajó sus últimas tres cartas, robándole una maldición al hombre mayor quien enseñó los jokers. "Gané."

"Eso ha sido algo bajo para mi orgullo, niño" El pequeño se encogió de hombros, mordiéndose el interior de las mejillas para evitar sonreír tanto. "Es la primera vez que me ganan en estos juegos utilizando una sola frase de lo del cuatro."

"Eso es porque jugabas con puros niños pijos, si estuvieras en la calle no durarías para nada. Brent me dijo que así agotas la paciencia del rival, conoces toda su mano, lo cierto es que de esta forma pagué cinco mil dólares estafando a ri-..."calló de repente, vale, Bradlee también entraba en la clasificación de niños pijos por lo que debería pensar en sus palabras. Levantó la mirada para descubrir los ojos profundos del mayor puestos sólo en él y lo incomodó porque no sabía como iba a reaccionar. "Tenía una deuda, pero la estaba tratando de pagar mientras estafaba con ese truco a viejos ricos que solo se fijaban en las chicas en su regazo."

"Bueno, yo no tengo a una chica en mi regazo, así que te admiro, pequeño" Dylan jugó con sus dedos, no sabía si debía seguirle el juego e iba a hacerlo cuando Bradlee decidió abrir la boca. "¿Brent es la persona que esperas?"

Dylan pareció pensarse en si responder o no, evaluando si aquello vendría siendo información que Bradlee debería o no saber. No podía hacerse el interrogante, tenía miedo de qué pasaría si descubría las cruces de su hombro, ¿le sacaría de su techo? Vale, lo habían corrido muchas veces y aunque no de lugares tan preciosos, no iba a ocasionar un gran dolor, al menos horas antes se habría tirado por la ventana para salir de ahí; por el otro lado, no le haría nada de malo comunicárselo a Bradlee, no era como un gran secreto de estado, no iba a caer un muerto por aquello.

"Sí, hace casi un año; él se supone que iba a ir a..." calló nuevamente, no queriendo meter a Bradlee en problemas con cosas ajenas a él, se notaba que tenía sus propios problemas. "A un lugar" Fue lo único que dijo, tratando de guardarse las cosas peligrosas para sí mismo, Bradlee asintió a sus palabras sin poder evitar el enlazar aquella declaración con sus ganas de ir a Miami, tampoco era tan estúpido.

"Puedes seguir yendo a esperarlo, ¿lo sabes, verdad?"

La expresión de esperanza y felicidad en el rostro del pequeño fue realmente evidente, él mostró una sonrisa con todo y sus dientitos; se fijó en como él batía sus pestañas cuando estaba emocionado, como si no pudiera creer algo y eso sólo le robó una pequeña sonrisa que no pasó desapercibida para el pelirrojo, quien ensanchó su sonrisa. Los ojos grises de él brillaban, brillaban como el lamborghini que se había comprado recién pero la diferencia es que el niño realmente parecía muy niño, inocente, tan hermoso que no podía encontrar una comparación aceptable en aquel momento.

"¿En serio?" preguntó el muchacho, acercándose al hombre, sentándose a su lado con ilusión. El mayor asintió, llevando una de sus manos al rostro del menor, delineando con su pulgar la nariz respingona del pelirrojo.

Dylan no huyó, no encontró el peligro en sus acciones. No después de devolverle el alma al cuerpo.

"Sí, ángel."

Dylan sonrió y por un instante las olas gélidas y desilusionadas que abarcaban sus pensamientos, se transformaron en olas tocadas por el sol; se encontró sin saberlo, abrazando a Bradlee por el cuello, presionando su mejilla con la contraria y tratando de contener su emoción al batir sus pestañas rápidamente. El mayor no supo qué hacer ni cómo reaccionar a los besos de mariposa que inconscientemente el muchacho le estaba dando como las que un chiquillo enamorado sentiría en su estómago.

Y lucía tan dulce cuando se separó un momento para estrujarse los ojos, con aquellas mejillas regordetas y con aquel cabello rebelde cubriendo la mitad de un ojo, parecía tan vulnerable que no podía evitar el deseo que emanaba desde el centro de su cuerpo de querer protegerlo. Vale, eso era una vil mentira porque desde que lo vio con aquel beanie en invierno, estaba siendo lenta y plenamente conquistado por él.

Ángel, que dije que no te iba a hacer daño pero en estos momentos quiero besarte.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora