Cuadragésima sexta pluma.

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Ángel, déjame acercarme a ti.

Ann le extendió la mano a Bradlee, quien se aseguró de dejar un beso en aquella mano con aquel precioso anillo que fue dado cuando empezaron a circular rumores de que Bradlee tenía un amorío con alguna joven. No era cierto, al menos no en la parte referente al pronombre femenino, y además si se ponían en esos moños, la muchacha también lo hacía.

“Estás jodidamente mal de la cabeza” Le aseveró la muchacha mientras miraba su anillo de diamantes, no le gustaba, le inquietaba en su mano y siempre quedaba la marca de aquella pieza. Lo odió con aversión, lo detestó del mismo modo que detestaba perder en un caso judicial, le repudió más cuando vio la mata de cabellos rojitos desaparecer del salón cuando ella posó sus ojos en él. “Estás demente y quieres que realmente te cuelgue en la pared de tu cabaña.”

“Ann” protestó en voz baja. No quería ser escuchado por nadie.

“Me estás pidiendo que esté investigando por el noviecito de tu comadreja, ¿tengo cara de detective privado?” inquirió, terriblemente molesta, incluso más de lo que le había causado ese anillo en su mano. “No, Bradlee, no; es terreno de tu padre y no quiero salir perjudicada de ese punto.”

Bradlee se jaló el cabello, mirándola con desesperación.

“Ann, por favor” volvió a pedir. La muchacha negó con ímpetu. Ya no quería seguir oyendo más por lo que hizo el ademán de irse el cual no funcionó cuando Bradlee la detuvo por el brazo. “Es un favor.”

“Te estoy haciendo un favor al no meterme en esto, seriamente Bradlee, ¿por qué te interesa tanto? No creo que coja muy bien” Bradlee le miró con mala cara. “Vale, me comportaré como una dama” rodó los ojos y contrario a sus palabras, se sentó abierta de piernas. “¿Por qué debería hacer esto? Tú ni siquiera quieres que él regrese, ¿te das cuenta que pasará si lo encuentro? Te quedarás solo, conmigo, con mis cinco perros y con ningún rastro de él.”

“Es Dylan, me importa que sea feliz”

Ann se pegó en la cara.

“Eres estúpido.”

— * —

Dylan veía con recelo a la muchacha que se encontraba bailando con el hombre ahí. Aquella mujer con sus tacones y su vestido hecho a la medida parecía que estaba en el lugar perfecto para brillar y nadie daba a pensar lo contrario, no con tantas sonrisas, copas de vino y gestos de agrado.

Bradlee le sonrió a la muchacha, guiándola con su mano en la espalda mientras saludaban a muchas personas y no quiso ver más. No mientras él estaba en un rincón, servirnos bebidas y mirando a la distancia a la persona con la que había pasado las últimas noches de su vida.

Ann besó la mejilla de Bradlee cuando les tomaron una foto, hubieron comentarios acerca de que eran la pareja perfecta y nadie discrepaba, todos asumían que ambos eran el uno para el otro y que estaban hechos para ser compañeros de vida eternamente.

Así que, cuando la muchacha lo miró, con aquella sonrisa altanera que siempre perduraba en ella, rodó los ojos tan fuerte que incluso le dolieron por el acto. La detestaba y no la quería ver ni en pintura, para nada, por ningún minuto más por lo que se retiró de ahí.

Oh, ojalá se hubiera quedado ahí.

El padre de Bradlee saludó a su hijo, tan feliz de ver a aquella pareja junta mientras que, con gracia, Ann logró disimular su desagrado, Bradlee no pudo hacerlo al apretarle la mano fuertemente a su padre, denotando su furia en aquel movimiento.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora