Quincuagésima sexta pluma.

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Ángel, sé que no eres feliz.

Dylan estaba nuevamente en casa.

Claire y todas las demás criadas lo veían con cierto rencor, la incomodidad se podía cortar con unas tijeras mientras lo veían desfilar con Bradlee a su lado que arrastraba las maletas hacia arriba.

Lo entendía, sabía que no era bienvenido ahí. Y ni siquiera sabía cómo era que Bradlee le seguía permitiendo estar ahí, ¿por qué lo había hecho? Después de haberle gritado, todo simplemente acabó con un «el taxi ha llegado, Dyl» de parte de Chad, quién claramente le quería fuera de casa. Y Brad era muy buena persona como para dejarlo tirado con todo y maletas.

Dylan se abrazó a si mismo, temiendo por lo que pasaría y mientras se acercaba a la puerta, sintió que debía decir algo. No podía dejarlo así, tenía que hablar al respecto.

"Me iré mañana a primera hora. Lo prometo" declaró, apretando sus codos en sus manos.

"No es necesario" aseguró, abriendo una puerta que Dylan no reconocía, entonces supo que realmente Bradlee le estaba echando de lado. Sonrió con tristeza porque había perdido a su sistema de apoyo y no podía hacer nada para remediarlo porque sería hipócrita. "Puedes quedarte el tiempo que necesites."

Asintió, apretando los labios en una firme línea recta.

"Gracias, supongo" Aquello último apenas fue un murmullo pero fue escuchado por Bradlee, quién volteó a verlo sin disimularlo. Dylan se encogió y bajó la mirada. "Luce muy... Grande" dijo, al ver la habitación. Bradlee se hizo a un lado para hacerlo pasar.

"Sí, para tu comodidad" Dylan no supo que decir por lo que volteó a mirarlo, esbozando una sonrisa incómoda que no le llegó a los ojos. Su sonrisa se partió y entonces dejó de fingirla porque de nada serviría hacerlo. "¿Tienes hambre?" La verdad es que sí pero no se atrevía a pedirle nada al hombre, aún podía notar los rastros de lágrimas bajo sus ojos y bajo la luz que le brindaban las lámparas sobre sus cabezas, podía notar sus ojeras y su complexión delgada. Solo le hería.

Era tan inútil.

"No, gracias" mintió, levantando los pómulos en respuesta. Dió un vistazo a la habitación, a las cortinas color beige y al mosaico que brillaba más que una estrella, los muebles eran sencillos pero hermosos y la madera se veía en perfectas condiciones. Le gustó ver una cama porque hacía mucho que no conciliaba el sueño como debía ser y esa cama lucía perfecta. "Estoy bien así."

Bradlee remangó su camisa y se cruzó de brazos, apoyándose en la pared mientras le miraba con atención. Entonces desvió la mirada cuando Dylan encajó su vista en él, quien solo podía pensar en lo precioso que era aquel hombre. Sacudió la cabeza cuando notó su mente desviarse del punto. Ya ni siquiera sabía cuál era el punto.

"Vale" musitó. "Si necesitas cualquier cosa..." Dylan asintió inmediatamente. Bradlee suspiró y tras llevarse una mano al cabello, salió de la habitación para dejarle solo.

Dylan bufó.

Se deshizo del abrigo, escurriéndolo de sus hombros delgados hasta que tocó el suelo y sus pies se movieron al espejo al otro lado de la habitación. Tenía relieves dorados en el marco que le llamaron la atención y los tocó con la yema de sus dedos hasta recordar lo que debía estar haciendo por lo que, se despojó de su camisa y de sus pantalones, sacándolos fuera de su cuerpo y tras doblarlos, se sentó en la alfombra roja que se extendía frente a su cama.

Poco a poco, se dejó caer mientras sus ojos veían con atención el candelabro con lucecillas en forma de espiral.

"¿Qué carajo estoy haciendo aquí?" Se preguntó con honestidad, el limbo sobre el que caminaba era simplemente un infierno y no sabía si tenía los ojos cubiertos por una venda o era sorprendentemente estúpido. Se levantó de la alfombra y se dirigió a la ventana pero algo le impidió seguir caminando porque terminó sentándose nuevamente en la alfombra, sin poner resistencia alguna.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora