Trigésima novena pluma.

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Ángel, quiero tomarte por la nuca gentilmente, como si estuviera tocando el más hermoso girasol en este planeta. Y quiero fundirme en tu boca, eternamente.

Que bien se veía.

Con aquella camisa con botones de unas tallas más grandes que las que solía usar. Sus mejillas sonrojadas mientras se escapaba al baño con las orejas de aquel mismo color.

El pequeño se había dormido viendo la televisión que incluso se le había olvidado cambiarse por lo que cuando Bradlee despertó, él optó por desvestirlo y cambiarlo a una ropa más cómoda pero experimentó los primeros problemas en el momento en el que le quitó los pantalones cuando su bóxer se arrastró ligeramente y joder, que piel más suavecita tenía abajito de sus caderas.

Se abofeteó en su mente mientras le despojaba de la camisa de changuitos que traía y le ponía la camisa del pijama, observando las curiosas clavículas del pelirrojo que solo pedían ser mordidas. Que bonito se veía, joder.

Si en algún momento alguien le preguntara, “¿quién es la persona más bonita que has visto?” definitivamente respondería el nombre del pequeño y tierno pelirrojo. Su belleza era inefable, a sus ojos era su persona más deseada y tal vez era por el hecho de que él era prohibido para todo su alcance. Era precioso, como aquellos días nublados en donde no hace frío ni hace calor; era bello como el mar de Hawaii, así de vasto y extenso en toda su personalidad; él era tan magnífico como si marcara a fuego todo a su camino; él asustaba, era el personaje que más miedo le daría en la vida por sus impredecibles movimientos pero él también era el que más disfrutaba de ver, aún sabiendo que iba a asustarlo y llevar parte de su sanidad con él.

En ese momento, los ojitos grises de abrieron y de seguro no tuvo la mejor impresión al ver a Bradlee encima suyo abrochándole los botones. Sus piernas pidieron el encerrar a aquel hombre en su cuerpo pero lo único que pudo hacer fue sonrojarse como un crío y salir corriendo al baño.

Bradlee se echó a reír, imaginando las miles de conjeturas que el pequeño podría haber pensado en un segundo sólo por estar encima de él. Dios, era la fruta prohibida.

Dylan cerró tras él, tratando de ralentizar su respiración inútilmente a su vez que apretaba su cuerpo tratando de olvidar que Bradlee había pasado sus manos por su pecho. Madre mía, estaba seguro de que un día de esos su pene se iba a revelar e iba a tener una erección y adiós virginidad.

“Ángel, te estaba cambiando no estaba intentando hacer algo que no quisieras” Trató de explicar, Dylan podía sentir su sonrisa aún sin verlo, de seguro estaba apoyado al lado de la puerta con aquella sonrisa de lado que solía hacer ante esos sucesos.

El problema es que quiero.

Dylan apenas y abrió la puerta, asomando la cabeza por el pequeño espacio que abrió, bum adivinó; Bradlee lo miraba atentamente con una sonrisa de lado divertida la cual el pelirrojo trató de ignorar pero falló al bajar la mirada avergonzado. Bradlee se acercó a él con la sonrisa completamente fresca, lo tomó de la cintura y rozó sus labios con los suyos, cepillándolos de vez en cuando; podía notar el cuerpo del pequeño estremecerse y temblar bajo su tacto.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora