Quincuagésima segunda pluma.

301 38 15
                                    

Ángel, te ves hermoso usando beanies.

Él tenía su gorrito. No sabía si era el mismo de hace años o si lo había comprado exactamente igual.

El beanie estaba en su cabeza y lo llevó en el tiempo a la época en la que conocieron, al ángel recargado en las vitrinas donde se posaba una aureola, aquel dulce ser enternecido en su búsqueda de alguien que, aún tras muchos años, no había aparecido.

Pero nuevamente, el ángel tenía un beanie gris en su cabeza. Y eso era lo importante.

Cubría su cabello rojito, aquel rojo que se asemejaba a las puestas de sol y ahí venía, lo sentía; aquel tamborileo en su pecho que no se mantenía calmado. No le prestó atención al latir frenético de su corazón necesitado, lo ignoró y se permitió fumar un cigarrillo mientras se dirigía a él aprovechando que no estaba la garrapata que últimamente estaba con él.

“¿Hola?” preguntó el pelirrojo. Bradlee soltó el aire mientras trataba que su mente se alejara de los recuerdos que acarreaban el error una y otra vez.

“Vine por Ann” terminó diciendo. Era una verdad aunque su intención nunca había sido recoger a la muchacha, solo quería tener la oportunidad de entablar una conversación con el muchacho de bonitos ojos grises. “Viene desde...” calló, la verdad es que no le había preguntado de dónde venía, solo había atendido a su llamado. “Bueno, su vuelo está retrasado” señaló la pantalla que confirmaba lo que había dicho, bueno, en realidad la pantalla estaba marcando todos los vuelos como retrasados. Era como si Dios le estuviera brindando oportunidades para remendar sus errores.

No creía en Dios pero lentamente, se convertía en un creyente.

“Vale” Fue lo único que dijo el ángel. Miró de soslayo su figura sentada en el suelo, había sacado una paleta de su bolsillo y se encontraba abriéndola para llevársela a la boca. “¿Ann, eh? Que bueno que las cosas estén bien entre ustedes dos.”

Bradlee se sintió avergonzado, como si lo hubieran atrapado en una mentira aunque no lo era.

“Sí...” No supo qué más decir. Era demasiado raro tener esa conversación, se sentía como un extraño con el ángel a pesar de haber sido amantes en el pasado. Si ellos estuvieran solos en la misma habitación, probablemente no podrían hablar para nada, ahora al menos el bullicio de la multitud llenaba el silencio que los rodeaba en ocasiones.

Dylan no le estaba prestando atención, seguía mirando las escaleras mecánicas mientras chupaba la paleta. Era impensable pero se sentía incómodo de estar ahí, como si estuviera en medio de la felicidad de aquel serafín, estorbando en su camino al paraíso y quitándole la gloria.

Entonces su mirada giró a él, nuevamente.

“¿Por qué estás aquí?” Y antes de que pudiese responder, lo interrumpió con su mano alzada. “No digas que es por Ann, eso es una idiotez y ambos lo sabemos.”

“Ambos sabemos por qué estoy aquí” Tiró el cigarrillo al piso y lo pisó, apagándolo. Dylan miró su zapato aplastar el cigarro y su vista se mantuvo ahí, aún cuando Bradlee siguió hablando. “O por quién.”

“Pero, ¿cuál es el caso?” preguntó, extendiendo sus piernas. “Acabamos mal, ya sabes...” Hizo una pausa. “Yo escapando por la terraza a medianoche, encima tomé el rubik y ropa que no me pertenecía.”

“Sólo...” suspiró. “Quiero asegurarme que estés bien, sería un alivio.”

Dylan sonrió de lado, melancólico.

“Estoy bien, tienes que dejar de preocuparte por alguien como yo, Brad” Su vista volvió a las escaleras, tragando saliva ruidosamente.

“¿Alguien como tú?” Dylan asintió. “¿Quién se supone que es 'alguien como tú'?” Se acuclilló, colocando su mentón sobre una de sus manos, inclinándose al ángel para escuchar la respuesta proveniente de sus labios.

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora