Quincuagésima pluma.

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Ángel, ahora tú no estás y yo estoy varado en medio del mar.

Era hora de terminar esa mierda.

Bradlee se incorporó del sofá con algo de flojera y observó el papeleo en su escritorio del despacho. Rascó su ceja izquierda y levantó la contraria, con un signo evidente de incomodidad ante el arduo trabajo que se le había acumulado, tenía que... ¿Hablar en una conferencia sobre la oferta y demanda del último año? ¿Macroeconomía? Vale, que él no era realmente un «economista», de hecho era Ingeniero en Sistemas Computacionales y había estudiado Finanzas y Banca también por lo que, nuevamente, no era un economista así que, ¿por qué le estaban encargando eso a él?

Suspiró.

Aaron entró en la habitación, con un cigarrillo en la mano sin importarle en lo más mínimo el letrero del pasillo que prohibía el acto que estaba consumando, decidió no darle importancia por más que la figura de su hermano le colmara la paciencia por completo. No lo iba a demostrar y tampoco le iba a dar el gusto, no después del acto de la fiesta de sociedad en donde había llegado drogado y vomitó sobre la pierna que se destinaba a servir.

Al menos, lo había hecho en la cocina.

No sabía que hacía ahí, en su oficina, a las diez de la mañana y dudaba de que su secretaria lo hubiera dejado pasar, pensamientos que se confirmaron cuando ella apareció corriendo detrás de él. Suspiró, ya se estaba acostumbrando a eso e inevitablemente, volvió a suspirar aunque sonó más como un bufido.

“Tengo algo que te puede gustar” Colocó una mano sobre su escritorio y la otra en su cintura, entonces esbozó una sonrisa gigante. Quiso rodar los ojos pero no lo hizo, había empezado a recitar un mantra de algo que había encontrado en internet.

“Gracias, Schilling” Le sonrió a la mujer, ella respondió la sonrisa con nerviosismo y soltó una risita nerviosa no tan propia del puesto que desempeñaba, no era una de coqueteo más bien se trataba de una en la que había metido la pata y lo reconocía. “Puedes retirarte” señaló con obviedad y una cierta incomodidad. La mujer asintió y se enroscó el pelo mientras salía, Aaron recorrió la trayectoria de la veinteañera y silbó.

Bradlee se permitió poner los ojos en blanco porque esa acción le parecía patética.

“Veo que te mantienes entretenido sin tu roedor” Bradlee se estaba acostumbrando de más a suspirar por lo que se encontró haciéndolo inevitablemente. “Bueno, a lo que venía” Se remangó el saco y frotó sus palmas repetidamente. “He encontrado a tu roedor.”

“Oh...” contestó. “Que bien”

Aaron enarcó una ceja y entonces tomó asiento en el escritorio, inclinándose a mirar a Bradlee en aquel escritorio, quien lucía completamente normal a pesar de haber sido comunicado del hallazgo de aquel ser que había estado buscando por tanto tiempo.

“Sí, Dylan” afirmó, inclinándose aún más para observar la reacción de su hermano. Bradlee asintió lentamente y Aaron realmente no entendió. “Dylan, el niño que te rompió el corazón hace cuatro meses. Dylan, el de pelitos rojitos” enfatizó en lo último al señalar su cabello y la taza roja de café que pertenecía a Bradlee, este último ladeó la cabeza y alzó ambas cejas, expectante a sus palabras. “Dylan, joder, ¿no decías que lo querías mucho?”

“Capricho” Fue lo único que respondió y Aaron apretó los dientes. Finalmente se puso en pie y empezó a rascarse la cabeza mientras caminaba en un cuadrado.

“Oh, Bradlee...” Juró escuchar un insulto denigrante pero decidió ignorarlo, empezó a firmar un documento. “Bueno, como sea... Te diré esto a cambio de que me permitas añadir un presupuesto fantasma por nuestra hermandad y bueno, porque tu enamorado está hospedado cerca de Capitol Hill pero creo que sería mucho más fácil si simplemente fueras al aeropuerto, es decir, ahí está con sus ojos de ratón triste” Dejó de firmar y miró a su hermano con cansancio. “Está viendo las escaleras mecánicas y-...”

Hola, ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora