–El único problema aquí es que eres un puto homófobo de mierda.– dijo Carlos, abriendo la puerta de su casa con una mano, mientras cargaba su maleta con otra.
–¡Yo no soy homófobo!– gritó Blas en su propia defensa.
–Invita a tus amigos a cenar, decían. Será agradable, decían.– dijo Arlette, entrando la última en su casa y cerrando la puerta tras ella.
Carlos se encaminó enfadado hacia su habitación para dejar la maleta y Blas directamente se tiró en el sofá, negando con la cabeza por la sanda de estupideces que estaba soltando su amigo. ¡Él no tenía ningún problema con la sexualidad de las personas! Simplemente le parecía políticamente incorrecto. Lo veía mal y un tanto desagradable, pero no tenía nada en su contra.
Blas decía eso pero, entre tú y yo querido lector, todos sabemos que no es verdad.
Arlette se tiró al lado de Blas en el sofá y le pellizcó un moflete.
–Acaba de llegar, no te pongas a discutir ya.– le dijo ella, apretando la mejilla del chico para que pusiera pucheros falsos.
Arlette odiaba ver pelear a la gente. Pero luego era ella quien empezaba cada mísera pelea por cualquier tontería. Se separó de Blas y se quitó las gafas mientras se inclinaba sobre la mesa para coger su respectiva funda. La abrió y sacó una gasa negra para limpiar el cristal. En ese momento Carlos salió de su cuarto y sin dirigir la palabra a ninguno de los dos se encaminó a la cocina.
Blas chistó irritado y cogió el mando de la televisión para encenderla y ponerse a ver cualquier cosa. Cualquiera, para evitar seguir con la discusión. Pero claro, no iba a parar así como así, porque la historia necesita tensión.
–Carlos, va en serio. No tengo ningún tipo de problema con eso, y mucho menos contigo.– dijo Blas girando la cabeza desde el sofá para buscar con la mirada al rubio.
–Es que creía que teníamos esto más que aclarado.– volvió a protestar Carlos, dando una patada al suelo.– Y me jode que vayas soltando pullitas a cada oportunidad que tienes.
–Blas siempre suelta pullitas sobre todo.– dijo Arlette suspirando.– No hay día en el que no me recuerde el golpe que me dieron en la pila bautismal.
–Lo vi con mis propios ojos. Tengo derecho.– se defendió Blas.
–Tenías tres meses, cenutrio.
–Heteros.– bufó Carlos, rodando los ojos.
–¿Qué tendrá que ver eso ahora?– preguntó Blas frunciendo el ceño.– No vas a dejar el tema, ¿verdad?
Carlos sonrió y se encogió de hombros.
–Es que tú piensa con claridad.– dijo él, acercándose al sofá y tirándose en el respaldo, para quedar al lado de la cara de Blas.– Tú imaginate que tu novia tiene pene, ¿la querrías igual?
–Pues no.– dijo Blas, torciendo una mueca de asco.
–Entonces no estás enamorado de tu novia, estás enamorado de su coño. Cosa que es bastante triste.– dijo Carlos, sonriéndole con ironía.
Blas se pensó seriamente lo que acababa de decirle. Antes habíamos quedado en que el chaval quería a su novia, pero la quería. No exageremos a extremos de amor. Blas no estaba enamorado de ella, lo tenía bastante asumido.
En sus primeros meses de relación, estaba encaprichado. Era algo totalmente nuevo para él y supo aprovecharlo. Pero solo los primeros meses. A medida que pasaba el tiempo, para él cada vez se le hacía más monótona la vida, la cual se basaba en estar estudiando, con su madre en casa, con su tío en la iglesia, y con su novia metiéndole mano a desgana.
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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...