–¿Por qué me abandonas el día de mi cumpleaños? –preguntó Blas mirando a Arlette mientras fingía un puchero de enfado y se cruzaba de brazos.
–No te abandono. –protestó ella. – Tengo que estar en la concentración con el equipo a las ocho de la mañana. Si me quedo en casa no me da tiempo a llegar a no ser que me levante a las cinco. – la chica soltó un suspiro y miró el reloj. –Además, técnicamente ya no es tu cumpleaños. Son las doce y cuarto.
Se acercó a Blas para darle un abrazo pasando sus brazos por encima de sus hombros. Soltó un suspiro cansado y estuvo a punto de dormirse ahí mismo, de pie y con Blas dándola palmaditas en la espalda. De pequeña solían decirle que era muy, muy cabezota, y que no aceptaba que nadie tratase de hacer cambiar su mentalidad. Bueno, en ese momento Arlette pensó que si ella era cabezota, Blas era un ladrillo.
No había conseguido que Blas terminase de contarle todo, porque siempre desviaba el tema o hacía oídos sordos. Y la chica se estaba empezando a poner de los nervios con tanto secretismo, porque, joder, era Arlette, su Arlette, ¿por qué no confiaba en ella?
–Saca a Onza a pasear tres veces al día. –dijo Arly, cogiendo por los hombros a Blas al romper el abrazo. –Le gusta perseguir palos. Y corre mucho. Tiene que gastar energía.
–¿No decías que ibas a ignorar por completo todo lo relacionado con la perra? –preguntó Carlos, apoyado en el sofá, frunciendo el ceño.
Arlette le lanzó una mirada diabólica pero un tanto ofendida, porque la había pillado del todo. Rodó los ojos y miró a Blas de reojo antes de despedirse con la mano y salir por la puerta. Blas se quedó unos instantes mirando a la puerta ya cerrada, con la mente completamente en blanco, sin moverse un centímetro.
Negó con la cabeza y dio un respingo cuando la cabeza de Onza comenzó a restregarse contra su pierna. Torció una pequeña sonrisa y se agachó para acariciarla detrás de las orejas.
–Bueno qué.– dijo Carlos, frotándose las manos.– ¿Te quedas?
–¿Eh?
–Yo que sé, como Ar no va a aparecer por aquí hasta mañana a la hora de la comida... No sé. Le he cogido cariño a la perra.
–Le dije a mi madre que iba a dormir en casa.– dijo Blas, alzando una ceja.
Carlos chistó, restándole importancia.
–Pues ponle un mensaje y dile que ya no.– dijo el rubio, acercándose a Blas y enganchando sus manos sobre la camiseta del castaño.
Blas repasó mentalmente durante unos segundos la charla corta pero intensa que había mantenido con Arlette. Se había quedado cerca, tan cerca que no sabía de qué tenía más miedo: si de haber podido llegar a soltarlo todo y cómo hubiera reaccionado, o si de tener perspectiva de futuro y darse cuenta de que nunca iba a poder decírselo él solo.
De pronto, Carlos abrió los ojos como platos y pegó un salto en el sitio justo antes de salir corriendo hacia su habitación gritando:
–¡Que yo tenía otro regalo para ti!
Blas sonrió por acto reflejo y le siguió, pero a paso bastante más calmado. Se apoyó en el marco de la puerta de la habitación del rubio y le vio rebuscar entre sus cajones llenos de apuntes. Finalmente, sacó una cajita con aire victorioso y sabiendo que Blas estaba detrás de él, giró la cabeza cual niña del exorcista y la agitó en el aire con una mueca perversa en la cara.
Blas se acercó con cierto miedo, hasta sentarse a su lado en la cama de Carlos. Cogió el paquete y lo meneó un momento cerca de su oreja, para asegurarse de que no era ninguna bomba, o algo por el estilo.
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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...