Blas nunca se había sentido tan miserable.
Solo tenía ganas de irse a su casa y rezar tres padre nuestros antes de cenar para irse bendecido a la cama.
Estuvo a punto de cargarse el rosario del cuello de los tirones que le estaba dando por el estrés.
Se había puesto a pasar pantallas en el móvil sin ninguna utilidad desde hacía un rato, incapaz de seguir mirando, pensando en qué hacer. Celia estaba igual que él, al parecer jugando al Candy Crush, por el sonido que emitía su móvil. Porque ahora hasta Álvaro estaba restregándose de mala forma con Arlette y él estaba ahí, solo, con la única compañía de su amiga desconocida viciada al móvil y sus aplicaciones inservibles.
Contó hasta tres antes de levantarse de la silla, y se maldijo por ello cuando lo hizo. Cerró los ojos con fuerza y dio un paso, justo antes de que la cabeza de Celia se levantase para observar sus movimientos.
–¿Dónde vas?– preguntó.
Intentó pensar rápido. No podía decir que iba al baño, porque Celia era Celia y pensaría mal y tendría que dar explicaciones que no podía dar. No podía decir que se iba a casa, porque tendría que despedirse de todos, incluído de Carlos, y no le apetecía demasiado empeorar las cosas.
–Me han llamado por teléfono y aquí hay mucho ruido.– dijo, meneando el teléfono.– Voy a alguna habitación o algo a aislarme, ahora vuelvo.
Celia asintió con la cabeza y Blas esperó que la ira del Señor cayera sobre él por haber mentido de esa forma.
Pero no, ni rayos, ni cuadros caídos, ni nada. Así que cruzó por la parte lejana al barullo del salón en busca de una habitación o del baño, lo que le pillara más cerca, para pensar con claridad en qué hacer.
Carlos silbó para llamar su atención cuando estaba a punto de pasar el salón, Blas tomó aire antes de girarse a mirar.
–¡Ven!– gritó el rubio.– ¡Nos queda vino!
Blas negó con la cabeza y el corazón latiéndole a mil por hora mientras agitaba el teléfono en la mano para excusarse e irse de allí lo más rápido posible.
Se metió en el baño y cerró la puerta detrás de él, todavía escuchando sin problema el escándalo que tenían montado en el salón. Dejó el móvil en el lavamanos y se llevó ambas manos a la nuca pensando en qué hacer, porque empezaba a notar que hasta le dolía la erección por el roce con el pantalón.
Lo que tenía muy claro era que no podía tocarse él mismo. Ni por asomo. Si había algo peor que el sexo fuera del matrimonio, era la masturbación. Y ya bastante mal cristiano estaba siendo últimamente como para pecar de gratis.
Y el que Mónica estuviera a quinientos kilómetros de Madrid le dejaba sin muchas más opciones.
Pensó en qué haría Jesús en ese momento.
Aunque luego pensó en que ese pensamiento había sido una estupidez.
Entonces, toda la mala suerte acumulada en esas semanas, se multiplicó por ocho cuando escuchó que llamaban a la puerta. Entró en pánico y empezó a caminar haciendo círculos por el baño.
–¡Ocupado!– fue lo único que pudo decir.
Pero la puerta se abrió y Blas tuvo ganas, fuera quien fuera, de que ese rayo que le correspondía a él, le cayese en la cabeza a la persona ajena que había osado entrar sin su permiso.
–¿Qué coño haces aquí?– preguntó Carlos, asomando la cabeza por la puerta.
Blas intentó coger disimuladamente el móvil para hacer creíble su excusa.

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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...