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Blas miró con recelo a Arlette que tiraba de su manga para que andase más deprisa. Entre una mano atrapada por la chica, que quería que acelerase, y la otra sujetando a Onza que tiraba en la dirección contraria, Blas sentía que iba a acabar dividiéndose en dos.

-¿Por qué tienes tanta prisa? -preguntó el chico sin ganas, observando cómo la perra se comía las hojas caídas de los árboles que había en el suelo.

-¡Porque tenemos solo tres cuartos de hora para recoger a Álvaro, a mis padres e irnos al aeropuerto! - gritó ella, dándole una patada a una piedra.

-Sabes que por correr estos cien metros no vamos a conseguir nada, ¿verdad? -dijo Blas, soltando un suspiro.

-Que te calles.

Blas rodó los ojos y decidió no protestar mucho más, porque entre el estrés que llevaba Arlette y las pocas ganas que tenía de discutir, seguramente acabasen dando el cante en medio de la calle. Miró de reojo a Onza y puso un puchero al pensar que no la iba a ver en una semana, y era lo que peor llevaba del tener que viajar. Tenía ganas, muchísimas ganas de ir a París a pasar el fin de año, pero iba a llevar realmente mal el tener que separarse de su mascota. Porque aunque llevaba apenas tres meses con ella, se había convertido en un gran despertador mañanero, una gran aspiradora y una gran compañera.

Por fin vislumbraron en la siguiente calle la casa de Álvaro y su perro, Zeus, en la puerta del portal. Blas vio un montón de sitios para aparcar por la calle por la que andaban, y no pudo mas que maldecir internamente a Arlette por no haber aparcado más cerca y tenerle andando como a un tonto.

Arlette saludó con enegría a su novio, Zeus se puso histérico al fijar su vista en Onza y Blas tuvo ganas de largarse corriendo de allí. Sabía que iba a ser mala idea dejar a dos perros juntos, se podían llevar mal perfectamente, era como dejar a Carlos con un mechero, podría acabar con el mundo.

Blas mantuvo las distancias mientras se saludaban, sin quitar la mirada del perro de Álvaro. Saludó con un gesto de cabeza a todo el mundo y no quiso dar más explicaciones.

-¿Dónde está tu maleta?-preguntó Arlette, tan estresada como siempre.

Álvaro se dio la vuelta y miró a su portal.

-En casa.-dijo, encogiéndose de hombros.- Ahora subo a por ella.

-¿¡Ahora!?- gritó ella.- ¡Vamos muy tarde, no nos va a dar tiempo a facturar! Dios mío, ya me dijeron mis padres que os dejara a vuestra bola, pero nooo, tenía que ser yo la buena amiga que se preocupa por todos.

-Ar, tranquila.- dijo Álvaro.- Tardo como dos minutos en ir a por la maleta.

-Dos minutos en los que podríamos estar haciendo cosas importantes.- replicó ella.

-¿Cuántos cafés se ha tomado?- preguntó Álvaro, mirando a Blas.

-Creo que dos.- dijo este, meneando la cabeza.

Al ver que su dueño se dirigía al dueño del otro perro presente, Onza tomó confianzas y pegó un tirón de su correa para acercarse a Zeus. Estuvo a punto de tirar a Blas y de dislocarle el hombro a la vez. Blas miró de reojo cómo su mascota comenzaba a olisquear el hocico del otro, y cómo ambos se empezaban a oler mutuamente. Frunció el ceño al ver que no se atacaban ni nada, creía que iba a tener la excusa de no poder dejarla con otro perro porque era conflictiva, pero no. Parecía que eran amigos de toda la vida.

Álvaro esbozó una sonrisa.

-¡Se llevan bien! Qué genial, un problema menos.- dijo el chico con alegría, se arrodilló al lado de Zeus y le rascó detrás de las orejas.- Le había bajado para que tuviera una primera toma de contacto. Ahora los subo con mis padres, cojo la maleta y nos vamos.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora