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Blas comenzó a parpadear cuando notó que se le movía la mano sola. A pesar de estar dormido, su cerebro razonaba sin problema que él no estaba haciendo fuerza en sus músculos para mover la mano. Entonces notó algo húmedo. Retiró la mano de donde quiera que estuviese con rapidez y se frotó los ojos para intentar apreciar qué osaba interrumpir su sueño.

Entonces visualizó la figura de Onza sentada a los pies de la cama, mirándole con la cabeza ladeada y la lengua caída hacia un lado. Comenzó a agitar la cola con nerviosismo cuando se percató de que su dueño se había despertado y dio un salto en su sitio. Soltó un leve gruñido y se puso a perseguirse la cola, intentando morderla, como demostrando quién mandaba ahí.

Blas torció una sonrisa y volvió a dejarse caer sobre la almohada, pero ya prácticamente despierto del todo. Notó en la espalda el calor que desprendía Carlos y soltó un suspiro mientras intentaba salir de la cama haciendo el menor ruido posible para no despertarlo.
Pero Carlos era un ninja, y en cuanto Blas se movió un centímetro, el rubio, sin siquiera abrir los ojos, le agarró por los hombros y tiró de él para volverlo a acostar a su lado.

–¿Dónde te crees que vas? –murmuró el rubio, restregando la mejilla contra la almohada.

–Si me lo permites, al baño. –dijo Blas, frunciendo el ceño.

Carlos se lo pensó por un momento.

–No creo que sea agradable usar tu cama como váter. – dijo Blas, girando la cabeza para intentar mirar al rubio a la cara.

Carlos apretó los ojos con fuerza y soltó su agarre, mientras le quitaba las sábanas a Blas y se las apropiaba todas para él.

–Ya que tienes tanta energía por la mañana, saca tú a pasear a Onza.– murmuró él, mientras Blas se incorporaba en la cama.– Que llevo yo tres días madrugando por ella, me lo debes.

Blas agitó la cabeza para despejarse y notó el pelo movérsele y haciéndole cosquillas en la frente. Se lo retiró hacia atrás con la mano y se levantó de la cama, con una Onza nerviosa dando vueltas alrededor de sus piernas.

Carlos comenzó a dar vueltas en la cama intentando volver a buscar una postura para conseguir dormirse. Onza se subió de un salto en la cama cuando Blas se metió en el baño y dejó de recibir atención. Le dio un lametazo a Carlos en la cara y este solo pudo agitar el brazo hasta que la perra se mantuvo alejada de él lo suficiente.

–¡Bájate de aquí!– gritó.– ¡Lo vas a llenar todo de pelos!

El animal ladró casi al lado de la oreja de Carlos y él sintió que le perforaban el tímpano. Cogió la almohada con la que había dormido Blas y se la puso por encima de la cara, intentando taparse los oídos.

–¡Fuera!– volvió a gritar, esta vez consiguiendo que el animal se bajase.

Se quitó la almohada de la cara y se tumbó boca abajo, intentando volver a dormirse. Se mentalizó de que nunca había despertado, que todo era una pesadilla creada por espectros del mal que intentaban fastidiarle el sueño.

Consiguió llegar a esa fase entre dormido y despierto a la vez, en la que no te enteras de nada de lo que sucede a tu alrededor, pero en tu cabeza sabes que sigues despierto. Pues bien, eso estresaba mucho a nuestro querido Carlos, porque no tenía noción del tiempo en ese estado y no sabía ni quién era.

Onza volvió a ladrar, esta vez con mucha más intensidad. Carlos abrió por primera vez los ojos en la mañana y se preguntó si habría conseguido dormir algo más, aunque en el fondo tampoco le importaba demasiado.

El problema fue que escuchó la cerradura de la puerta de su casa, y luego cómo la puerta se abría. La perra dejó de ladrar, pero se escuchaban sus pezuñas arañar el suelo mientras caminaba de un sitio a otro. Carlos tuvo que pensar que era Blas, que iba a bajar a pasearla, porque si no seguramente era un ladrón y Carlos no estaba de humor para sacar su sartén y defenderse.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora