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–Yo no sé cómo eres capaz de levantarte cada mañana sin que se te caiga la cara de vergüenza.

Blas se llevó una mano a la mejilla para apoyarse sobre ella mientras su tío se dedicaba a despotricar contra él por haberse dejado la tapa del vater levantada.

Aunque ya todos sabemos que el pasatiempo favorito de Eloy era sacar a la luz cada mínimo defecto de Blas, y por suerte o por desgracia, el chico ya estaba acostumbrado.

A lo mejor no era solo que se había dejado la tapa levantada. A lo mejor tenía algo (bastante) que ver el hecho de que Blas se hubiera armado de valor para decirle que las canciones propuestas para el Festival eran todo lo contrario a lo que él quería que los niños cantasen. Además de que los niños jamás se iban a dignar a cantar eso, y menos en público.

–Pues no sé qué más quieres que canten, Blas, se apuntaron a un coro de Iglesia, no a alguna clase de secta cantarina que les lleva por el mal camino.

–Lo primero, creo que si hubieran tenido voz y voto en la decisión, ninguno se habría apuntado al coro.– dijo Blas, soltando un suspiro.– Y segundo, jamás, en los años que llevo con ellos, hemos cantado una canción propiamente religiosa. Lo he intentado mil veces y me tiran las partituras a la cara.

–Si permites que unos niños pequeños te chantajeen de esa forma, vas muy mal encaminado.

–Voy peor encaminado por otros motivos.– susurró Blas.

–¿Qué?

–No, nada.

–No dejas de decepcionarnos, Blas. A tu madre y a mí. Deberías recapacitar sobre tu comportamiento. Como tus responsables no podemos permitir que tengas esa actitud.

Y ahí empezaba otra vez.

Blas tenía una especie de interruptor en su cabeza que cuando se activaba, dejaba de escuchar los sermones de su tío y ponía en funcionamiento continuos asentimientos de cabeza y algún que otro "tienes razón". Posiblemente llevase más de cuatro meses sin escuchar uno de sus monólogos enteros.

Su tío se puso a caminar alrededor de él sin dejar de hablar. Blas se preguntó dónde estaría su madre; necesitaba el más mínimo gesto de apoyo para que el aura oscura de Eloy no le absorbiera por completo. Blas estaba orgulloso y podía admitir con una sonrisa que llevaba varios días con una relación notablemente mejorada con su madre. Eran capaces de mantener conversaciones sin acabar en gritos e incluso disfrutar de la compañía del otro.

Lamentablemente veía que con su tío nunca iba a ser así.

–Tienes que empezar a cambiar.– prosiguió su tío.

Blas era una persona paciente. No demasiado, pero lo era. Pero en cuanto Eloy se ponía a decir tonterías sin ningún tipo de sentido, toda la paciencia y la buena educación que había recibido toda su vida se iba disminuyendo de forma exponencial. Y entonces su cabeza comenzaba a trabajar de una forma un tanto maquiavélica.

La idea que se le ocurrió en ese momento era demasiado incluso si la situación lo merecía.

Pero miró de reojo a su tío, el cual seguía hablando mal sobre él, sobre cómo era y sobre cómo debía ser para acercarse todo lo posible al ideal que el cura tenía de la perfección.

Mientras le miraba completamente en otra parte, planeando una situación hipotética que cada vez tenía más ganas de llevar a cabo a pesar de que se le había ocurrido hacía un par de minutos, apareció su madre colgando el teléfono móvil con una sonrisa torcida.

–Por favor, dile algo a tu hijo que va a terminar por matarme del disgusto.

Blas alzó las cejas ante aquel comentario. No podía creerse que tuviera todas las papeletas para matar a su tío de un disgusto y que no las hubiera usado aún.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora