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¿Quién demonios hacía un concierto de día?

De día.

Eloy había obligado a madrugar a los adorables niños del coro que habían dormido un total de ciento cuarenta y tres minutos en toda la noche debido a los nervios. Su plan era reunirse en alguna habitación para superar los nervios juntos, pero los adultos responsables (Blas) y su familia diabólica les habían obligado a irse a dormir a las once. Marta y Lucía tuvieron que callarse todos sus nervios y pensamientos porque estaban compartiendo habitación con los familiares diabólicos y si hablaban posiblemente les harían un exorcismo. Dani y David, compartiendo habitación con Blas, tampoco pudieron hablar mucho entre ellos. De hecho, intentaron entablar conversación con su ex profesor, pero el chico no tenía muchas ganas de existir en ese momento, así que simplemente se dio la vuelta, dándoles la espalda para hacer que dormía cuando en realidad se estaba comiendo la cabeza, como todas las noches desde hacía semanas.

Los que tenían habitaciones individuales habían dormido mejor. Se quedaron hablando hasta tarde pero estaban mejor. Aún así, les hicieron madrugar demasiado.

–Vuestra actuación es a la una y cuarto.– repitió Eloy por quinta vez en la mañana– Nos quedan solo dos horas para revisarlo todo y tenerlo perfecto.

A cada coro le habían cedido una salita para prepararse. Blas estaba sentado en un sofá de la sala, contemplando la situación y sintiendo vergüenza ajena por su tío y pena absoluta por los niños. Realmente ellos no se merecían salir a un escenario delante de tanta gente vestidos como si fueran a hacer la comunión. Si hubieran cantado Somebody To Love al final, Blas les habría vestido con trajes de los ochenta y seguro que les habría gustado mucho más.

Pero Blas no tenía ni voz ni voto en su vida últimamente. Era como un títere obligado a seguir los mandatos de su tío, al cual cada vez le cogía más asco, rencor y odio. El mismo Blas se sorprendía a sí mismo sintiendo tanta repulsión hacia él, pero es que era lo único que le provocaba. No era capaz de sacar ni un solo sentimiento positivo hacia aquella persona que parecía vivir sólo para arruinarle a él la vida.

Blas no paraba de pensar que él no merecía que le arruinaran la vida de esa forma.

El coro entonó una vez más Hosanna en el Cielo para deleite de Eloy, el cual parecía más que satisfecho con la canción coral. Blas tuvo que fruncir el ceño y centrar su oído en otra cosa, porque realmente sonaban como tractores sin engrasar. Cómo se notaba que cantaban sin ganas y que no les gustaba lo que hacían. Por una parte eso le sentó bien a Blas: sabía que él había conseguido encender la llama pasional de los niños por la música, música que les gustaba y podían disfrutar. No eso. Eso era una tortura para los oídos.

El coro le miró con súplica en los ojos, rogando que les sacase de allí lo antes posible. A Blas se le encogió el corazón y no pudo hacer más que bajar la cabeza y sacar su móvil para disimular que estaba haciendo algo. Pero de nuevo recordó que no tenía móvil porque su Satán personal lo había lanzado contra una pared en un arrebato de ira unas horas después de que saliera del armario. Así que su mayor pasatiempo era mirarse las uñas y arreglarse el pelo.

Uno de los teléfonos de alguien del coro comenzó a sonar. En la salita se hizo un silencio sepulcral mientras que sonaba a todo volumen el tono predeterminado de LG. Marta rompió la formación del coro y se acercó de puntillas a contestar. Leyó el nombre de la pantalla y tragó saliva. Miró de reojo a Eloy, el cual la miraba con una ceja encarada esperando a que contestara cuanto antes y poder seguir con el ensayo.

–¿Diga?–preguntó la chica, y escuchó con atención al otro lado de la línea.

Marta, ya estamos aquí.– dijo la voz de Carlos sonando un tanto cansada– Os esperamos donde nos encontramos ayer con Moni, ¿vale?

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora