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Blas levantó un momento la vista de su cámara de fotos para mirar de reojo al parque de la urbanización de Celia, en el que Marta, Alex, Paula y Javi estaban jugando. Analizó cada uno de sus movimientos como si pudiera descifrar de qué hablaban y por qué se reían tanto. Frunció el ceño ante la alegría de los pequeños, la cual causaba la amargura de Blas.

–Seguro que están planeando algo. –dijo Blas, meneando la cabeza. –Algo malo.

–Estás obsesionado. –le respondió Celia, quitándole la cámara de las manos. –¿Cómo vas con esto?

Blas apartó con desconfianza la mirada de los niños, y se centró en que su amiga le había arrebatado su herramienta de trabajo. La chica comenzó a pasar las fotos y los vídeos de la galería como si fuera suya, y Blas sabía que, aunque intentara quitársela, iba a ser imposible.

–No tengo demasiada imaginación. Lo llevo mal. –dijo el castaño, encogiéndose de hombros.– Y lo tengo que presentar en una semana.

¿No os creíais que Blas iba a la Universidad? Pues mira oye, que sí que va. Y le habían mandado un trabajo y todo: tenía que hacer un vídeo corto sobre "colores cálidos". Sí, colores cálidos. A algunas personas les ponían de deberes analizar oraciones de sintaxis o resolver ecuaciones; pues Blas tenía que grabar cosas de colores cálidos como trabajo obligatorio.

–Haces buenas fotos.–dijo Celia, asintiendo con la cabeza.– No te costará demasiado sacarlo.

–¿Alguna idea?– preguntó Blas, buscando ayuda en Celia. Esta apretó los labios con el ceño pensativo.

–El amarillo es color cálido, ¿no? Bueno, yo soy rubia. Y Carlos también es rubio. Podrías grabarnos la cabeza.

Celia sonrió satisfecha con su idea y le devolvió la cámara. Blas simplemente se mentalizó para no mandar su idea a lo que viene siendo el infierno, porque era malísima. El chico suspiró y volvió a fijar su mirada en los niños, los cuales le estaban mirando de antes. Sintió un escalofrío siniestro recorrerle todo el cuerpo y se le erizó el vello de los brazos. Cada vez estaba más convencido de que esas criaturas eran enviados del diablo para consumir sus entrañas.

Mientras tanto, ellos hablaban en susurros para que, aunque estaban lejos, no pudieran oírles.

–Vale, ¿lo tenéis todo claro?– preguntó Paula, a lo cual las otras dos niñas asintieron.

–Sigue sin parecerme buena idea.– refutó Javi, mirando a Paula.

Esta chistó ya meneó una mano en el aire para que se callase.

–Solo aseguraros de que suda, o se mancha, o algo, ¿si?– volvió a preguntar ella.

–El único problema es si no va a su casa después, ¿y si va donde la francesa?– preguntó Mara.– Medio vive allí.

–¡Pues condúcele, tonta del culo!– exclamó Paula, comenzando a irritarse.– Necesitamos que esto salga bien.

–¿Angy y Lucía ya están en el parque?– preguntó Alex.

–Sí, están con sus madres. Así que tenéis que parecer ser adorables y solo querer jugar, ¿entendido?

Marta y Alex chocaron puños, dando por aprobado el plan. Javi se llevó una mano a la cabeza, negando con ella. Finalmente soltó un suspiro de resignación.

–¿Tu madre viene ya?– preguntó el chico, mirando a Paula.

Esta sonrió victoriosa y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

–Eres el mejor.

–Ya, ya.– respondió él, rodando los ojos.

Entonces los cuatro, hombro con hombro, comenzaron a acercarse a paso decidido hacia Blas y Celia. El castaño tuvo ganas de salir corriendo por si empezaban con las operaciones de exorcismo, y Celia se rió de él por la cara que tenía. Cruzó las piernas a lo indio sobre el banco de madera en el que estaban sentadas y miró a su hermana con las cejas alzadas.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora