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–Señoritas, no es por nada, pero mi coro va a salir tarde porque ustedes se empeñan en enseñarme las cocinas. ¡Déjenme en paz!

–Usted no se preocupe, alguien más se encargará de ellos, ¡usted disfrute del festín!– dijo Celia reteniendo todo lo posible a Eloy.

–Mi coro sale en tres minutos, hagan el favor de dejarme en paz. Si no les encuentro, tendré que anunciar la desaparición por megafonía, esto es bastante más serio de lo que piensan.

Eloy se escaqueó de las chicas haciendo zigzag entre los cocineros. Si os preguntáis cómo habían conseguido entrar en las cocinas sin que nadie sospechara nada, no sabría deciros cómo lo hicieron. La magia de la literatura, supongo. El caso es que Celia y Mónica se pusieron a perseguir al cura Satanás mientras se escapaba como un perro sin correa.

–¡No tenga prisa! ¡Todavía no ha probado la especialidad del chef! Pruebe el hígado de pato, ¡y le envidiarán los platos!– medio gritó Celia mientras perseguía a Eloy.

–¿Esa no es una canción de la Bella y la Bestia?–le preguntó Mónica en bajito.

–Estoy falta de imaginación, hago lo que puedo.

Corretearon detrás de Eloy, pero ya era demasiado tarde, estaban en un pasillo plagado de gente yendo y viniendo como si no hubiera un mañana. Había varias pantallas retransmitiendo el concierto coral en directo. Mónica se enganchó de la manga a Celia cuando divisó al cura y tiró de ella para llegar hasta el hombre. Pero cogieron tal velocidad que sí, se encontraron con él, pero por medio de un choque que hizo que Mónica estampara toda la cara contra el hombro del mal señor.

La chica se llevó las manos a la cara y se quitó la mascarilla que llevaba de disfraz. Se palpó la nariz y al separar los dedos de la cara, vio que le estaba sangrando. Soltó un grito agudo y miró con pánico a Celia.

–¡Me estoy desangrando!

Para ese momento, las chicas eran la atracción principal de todo el pasillo. Celia se acercó a socorrer a Mónica, dándole un clínex para taponar el sangrado, que tampoco era tanto, pero parecía que le iba a dar algo.

El problema es que se había quitado el disfraz, por lo que Eloy la miró fijamente, hasta que finalmente la reconoció. Se acercó hacia ella a paso decidido y enfadado.

–¡Mónica! ¡Qué se supone que estás haciendo aquí!

Mónica se giró a mirar al señor con las manos en la nariz y el ceño fruncido con cara de pocos amigos.

–Esperaba por lo menos una disculpa, sinceramente, que me has roto la nariz.

–Se supone que tu estabas en un convento.– dijo Eloy, sin entender para nada la situación.

–Estoy de baja.– dijo la chica, encogiéndose de hombros.

–¿Qué....

–El caso, señor ex suegro, que estoy aquí por un bien mayor y usted solo está fastidiándolo todo siempre. Así que por favor, coja una silla y mire el espectáculo calladito.

–¿Qué dices de un espectáculo si ni siquiera sé dónde están los niños?

–No preocuparse, los niños están socorridos y atendidos por profesionales. Van a salir al escenario a su hora y vestidos como pubertos normales, no como palomas.– dijo Celia, acercándose al señor con una sonrisa.– Lamentamos enormemente, bueno, en verdad no, que no puedas estar presente.

–¿Y tú quién eres?

–La que sacó del armario a su sobrino.

Celia le guiñó un ojo mientras que Eloy abría la boca poco a poco, sin entender la situación pero odiándola completamente. Estuvo a punto de protestar, pero les sorprendió que de pronto hubo demasiado silencio. Los tres alzaron la vista hasta una de las televisiones que había en el pasillo retransmitiendo el concierto. El escenario estaba en ese momento vacío.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora