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Carlos movía la cabeza al compás de la música que llevaba a todo volumen en sus auriculares mientras cargaba con la nueva despensa para la cocina que se había encargado de comprar él solito. Arlette no le había escrito en más de dos horas y, al ver que ya eran las ocho de la tarde, se replanteó seriamente el que no llegara a casa a las diez.

–Cause your sex takes mee to paradiseee.– cantó mientras buscaba las llaves de casa.

Tuvo que dejar la caja del mueble en el suelo y se le enredaron los auriculares. Soltó una maldición cuando dejó de escuchar la música por un segundo y se vio obligado a desenredarlos para no tirar demasiado fuerte y romperlos. El único problema de Carlos es que le daba bastante asco desenredar cables, para algo tenía a Arlette, ella era su heroína en cuanto a cables se refiere.

Acabó por rendirse y volver a conectar los cascos todavía con el nudo en el cable. Sacó las llaves de casa del bolsillo delantero del bolsillo y, antes de coger la caja, se puso los auriculares. Cargó el mueble haciendo acopio de su fuerza y consiguió abrir la puerta de casa sin volver a soltarlo. Le dio un culazo a la puerta y entró meneando la cabeza con los ojos cerrados volviendo a cantar a todo pulmón:

–Cause you makes me feeeeeeel likeee, I've been locked out of heaaaveeeeen.– dejó la caja ya dentro, en el suelo, al lado de la puerta, porque ya lo montaría luego. Le daba pereza cargarla más tiempo.– For too looooong. For too lo...

Y entonces, al abrir los ojos, se le cortaron las ganas de cantar. Se quitó los cascos con prisa y los enredó todavía más intentando guardárselos en el bolsillo. Frunció el ceño y notó cómo el corazón se le disparaba ligeramente y comenzaba a ponerse nervioso.

–¿Qué haces aquí?

Blas estaba apoyado en el respaldo del sofá, con los brazos cruzados, mirándole con la mirada cansada. A Carlos le dieron ganas de ir a por su sartén y hundirle la cabeza en ella, pero se quedó petrificado de tal forma que estuvo más cerca de salir corriendo y volver a huir como en el centro comercial que enfrentarse a él.

El castaño resopló y negó con la cabeza.
–Tengo llaves. Y es que pensé que Arlette estaría aquí.– dijo, enderezándose en su sitio.–Ya me voy.

Carlos le miró con inquietud mientras pasaba por su lado dirigiéndose a la puerta.

–¿No tienes nada que decir?– preguntó Carlos en tono borde.

Blas frenó su caminata y se giró a mirar a su amigo. Solo tenía ganas de romperse en mil pedazos y llorar hasta que se le deshiciera el alma. Carlos le miraba con tal asco y decepción que consiguió hundir más a Blas en el bache en el que ya se encontraba.

–Lo siento.– susurró.– Muchísimo. Soy la peor persona que existe en el mundo y...– cerró los ojos con fuerza y respiró con agitación intentando calmarse.– Y me repugno de tal forma que no sé cómo puedo levantarme cada mañana.

–No te hagas la víctima.– dijo Carlos, encarando las cejas.

Blas se mordió el interior de la mejilla y le miró viendo cómo había jodido una amistad por completo. Le miró pensando en cuánto le iba a echar de menos en cuanto saliera por la puerta de la casa y no tuviera el valor de volver con una mejor disculpa. Le miró arrepintiéndose por cada mísero comentario que había dicho.

Y se le aguaron los ojos por todas las emociones sin expulsar que tenía en el pecho. Podría gritar hasta quedarse sin garganta y no conseguiría echarlo todo fuera, porque era tanto, tanto el daño que llevaba acumulado hacia terceras personas y hacia sí mismo que no veía nada con claridad.

–¿Estás llorando?– preguntó Carlos, ladeando la cabeza.

Blas suspiró y alzó las manos agitándolas un momento en el aire antes de negar con la cabeza y volver a darse la vuelta para irse de una vez.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora