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Carlos se negó a abrir los ojos a pesar del estruendo que se escuchaba por toda la habitación. Intentó evitarlo, hacer como si no estuviera, pero la ruidosa sintonía de la alarma del teléfono no cesaba en su intentando de despertar a cualquier persona en la faz de la Tierra. Entreabrió un ojo como pudo, parpadeando repetidas veces para aclarar su visión, e intentó localizar el origen del ruido. Blas, de espaldas a él, se removió en su sitio y estiró el brazo para coger el móvil y apagar la alarma, cosa que Carlos agradeció, porque así no tenía que moverse.

–¿Qué hora es? –preguntó Carlos, soltando un bostezo con la boca completamente abierta. Apoyó su barbilla en el hombro desnudo de Blas y volvió a cerrar los ojos.

Blas refunfuñó ante el contacto y dejó el teléfono boca abajo a su lado en la cama.

–Las nueve y cuarto. –dijo él, contagiándose del bostezo de Carlos.

–¿Y por qué coño tienes una alarma a estas horas? –preguntó el rubio, con la voz ronca. Estiró la espalda echando los codos hacia atrás y sintió que comenzaba a despejarse. Meneó la cabeza y la dejó caer de forma estratégica para que sus labios chocaran con la piel de Blas en los hombros.

–No lo sé.– murmuró el castaño, restregándose los ojos con el dorso de la mano.– ¿Hoy es lunes? ¿Me toca universidad?

–No, es domingo.– dijo Carlos, cerrando los ojos con fuerza para mentalizarse de volver a dormirse.– Ven aquí.

Se tumbó de lado y, con el brazo que no tenía aplastado por el cuerpo, empujó a Blas hacia él, para que quedara tumbado también de lado en frente suya. Blas se acercó reptando por el colchón, todavía medio dormido, y escondió su cabeza entre el hueco del cuello de Carlos, y tomó una gran bocanada de aire, sintiéndose completamente relajado. Carlos se acomodó sobre él y con el brazo que tenía rodeándole, comenzó a trazar pequeñas líneas imaginarias con los dedos sobre la espalda de Blas.

Blas gruñó levemente y notó que se le empezaba a poner la piel de gallina ante las caricias de Carlos, provocándole un cosquilleo que fue como un somnífero, que hizo que estuviera a punto de dormirse de nuevo sin quererlo.

Carlos observó desde su posición el rostro relajado de Blas, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, respirando con tranquilidad. Torció una sonrisa achinando los ojos y se dijo a sí mismo que podría acostumbrarse a eso todas las mañanas.

Si no fuera por la dichosa alarma.

El teléfono volvió a sonar, provocando que Blas diera un ligero respingo en su sitio y haciendo que las uñas de Carlos se clavasen en su espalda por la inercia. El rubio le sujetó y se estiró él para apagar el teléfono de nuevo, estando ya del todo convencido de que no iba a poder volverse a dormir.

–¿En serio eres de los que se pone ocho alarmas en la misma hora con cinco minutos de diferencia para asegurarse de que te despiertas?– preguntó Carlos de forma irónica, hincando un codo en el colchón para mirar desde ahí a Blas.

El chico cerró los ojos y arrugó la nariz mientras se encogía de hombros, esbozando una pequeña sonrisa sin mostrar los dientes que hizo que se le dibujaran dos pequeños hoyuelos en cada mejilla.

Carlos pensó que sí, que podría acostumbrarse a eso cada mañana.

–No sé por qué ha sonado. Lo siento.– se defendió Blas, dejando caer la cabeza sobre la almohada.– ¿A qué hora vuelve Arlette?

–No lo sé. ¿Por qué?

–Por dormir un rato más.– dijo Blas, encogiendo las piernas para quedarse en posición fetal y restregando el perfil de cara que tenía apoyado en la almohada contra esta, buscando la posición para volver a dormirse.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora