Blas nunca se imaginó que iba a terminar una clase del coro con una sonrisa.
Mucho menos se imaginó que iba a terminar no solo una, sino ya cinco. Llevaban más de un mes preparando la canción para el festival y aunque les costó dos semanas enteras aprenderse la letra de memoria, y otras dos encajar las voces de cada uno, esa quinta semana había sido el primer ensayo general de seguido. Los pequeños aprendices pegaron un grito y se abrazaron de la emoción al completar la pieza musical, sin poder esconder su emoción.
No se podía creer que todo estuviera yendo tan, pero tan bien.
No podía quejarse de nada: había retomado una relación con Arlette que hacía tiempo que no tenían, esa relación de amistad pura que puede pisotear cualquier otra cosa. Tenía la sensación de que cada vez quería más a Celia; la chica era un torbellino que no paraba quieta y se convirtió en un plus de vitalidad ya necesario para su vida. Cada día que pasaba, se arrepentía de no haber sabido apreciar a Álvaro desde un inicio y le parecía irreal recordar lo mal que le caía al principio, cuando ahora eran uña y carne, como hermanos separados al nacer. A parte, Onza había crecido muchísimo y ahora cada vez que se subía sobre las dos patas para saludar a su amo, era casi tan alta como él.
Y qué decir de Carlos.
Blas tenía completamente seguro que ese rubio, bajito y vegetariano era lo mejor que le había pasado en la vida. Era increíble como sonreía por inercia solo al pensar en él, y en cada mínimo detalle que le recordase a él. Le encantaba abrazar las almohadas del rubio cada vez que iba a su casa porque olían a él. Le encantaba que le cocinase sus extraños platos vegetarianos con toda la emoción intentando mejorar sus capacidades en la cocina cada día. Le encantaba cómo se le achinaban los ojos al sonreír, cómo conseguía hacerle soltar carcajadas de pura felicidad con cualquier comentario aleatorio, cómo alegraba cada habitación con solo poner un pie en ella... Le encantaba Carlos en sí, demasiado.
Así que cuando salió de aquella triunfal clase en pleno febrero, todavía con el frío invernal, y vio a su rubio favorito esperándolo en el banco de siempre, cogió carrerilla para acercarse a él.
Carlos pegó un pequeño salto en su sitio al notar que el castaño ni siquiera le había saludado cuando le estaba cogiendo de las manos, guiándole dentro de la Iglesia.
–¿Qué te pasa?– preguntó el rubio, dando traspiés para seguir el ritmo de Blas.
–Tengo que enseñarte algo.
–Uhh, ¿dentro de la Iglesia?– Carlos torció una sonrisa pícara.– Eres todo un rebelde, señor Blas.
El castaño se rió porque ya pocas veces le afectaban las indirectas sexuales de su chico. Le condujo hasta el piano de cola donde daba clase, donde Celia le obligó a cantar una canción de High School Musical con Carlos, donde le dedicó Just the way you are porque le salió del corazón al mirarle.
–¿Te acuerdas que te dije que estaba escribiendo una canción?– dijo Blas, sonriente, sentándose en la banqueta. Carlos asintió.– Ya la tengo casi acabada. Me falta matizar alguna parte de la letra pero vamos, que ya casi está.
–¿En serio?– dijo Carlos, abriendo mucho los ojos y esbozando una enorme sonrisa.– Necesito oir esa maravilla ya de ya.
Blas cogió aire e intentó quitarse los nervios que tenía encima. Sacó su cuaderno de partituras y lo puso frente a él, y acto seguido cogió un par de folios sueltos con más tachones que frases y se lo tendió a Carlos. El rubio empezó a leer en voz baja mientras Blas terminaba de prepararse.
–¿En inglés? Eres una máquina, tío.– dijo Carlos sin dejar de leer.
–Soy como una caja de bombones, nunca sabes qué faceta mía te va a tocar ver.– respondió Blas, ya preparado para ponerse a tocar.
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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...