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–¿En qué momento se supone que empezó nuestra amistad? –preguntó Celia frunciendo el ceño, lamentando su vida en ese instante.– Porque tal y como empezó puede acabar, no te hagas ilusiones.

Blas negó con la cabeza torciendo una sonrisa y giró la cabeza para mirar a la rubia, que le devolvía la mirada como si tuviera ganas de aplastarle la cabeza con un piano. Blas volvió la vista al frente y redujo un poco la velocidad que había adquirido con los patines, para que Celia pudiera ponerse a su altura. La chica le alcanzó y alzó las manos al aire, sin poder dar crédito todavía a las palabras de Blas.

Sí, iban los dos montando en patines por Madrid Río para, bueno, mejor no os adelanto nada.

–Pues nuestra amistad empezó por tu culpa, me emborrachaste y tienes que asumir las consecuencias. –se defendió Blas, encogiéndose de hombros.

–Te odio. –sentenció Celia, muy convencida de sí misma.

–¡Oh, vamos, no es para tanto! –dijo Blas, restándole importancia. –Solo tienes que seguirme la corriente, todo saldrá bien, Arlette estará feliz y yo no romperé una amistad de toda la vida.

Blas sonrió con suficiencia satisfecho con su plan, esperando contagiar algo de esa alegría a Celia, pero ella tenía cara de muerto y mil planes en el cerebro para volver a teñir a Blas de azul.

–¿Tu eres consciente de lo que me estás pidiendo?– preguntó retóricamente Celia.– El hacerte pasar por alguien que no eres es delito, Blas.

–No es fingir, simplemente es... Es actuar. La actuación es legal.

–Pero es que el que yo tenga que cargar con el muerto de que tu novio te haya hecho un chupetón no es actuar, es rebajarme a un nivel de puta desesperada.

–Lo primero: no es mi novio.– puntualizó Blas, alzando el dedo índice de la mano derecha y mirando a Celia con las cejas encaradas.– Ni nada parecido. Lo segundo: no te estás rebajando a nada, estás ayudando a tu fantástico amigo, eso es bueno.

–¿No sería más fácil decirle a Arlette la verdad?– preguntó Celia con obviedad.– No sé, es tu mejor amiga, sería la más indicada para ayudarte a salir del cacao mental que tienes en la cabeza.

–Arlette no puede enterarse de mi "cacao mental" así.– observó Blas.– Se merece una cena en un restaurante de lujo y que haga su cama por lo menos durante un mes.

Celia resopló y puso los ojos en blanco.

–¿Necesitas chantajear de esa forma a tu mejor amiga solo para decirle que eres gay?

–No soy gay.

–Es verdad, lo que eres es gilipollas.– dijo Celia, dándole un empujón.

Blas se desestabilizó un momento y dio un traspié con los patines. Estuvo a punto de chocarse con un niño que iba montando en bici y el padre del chaval lo miró mal cuando recuperó el equilibrio. Blas se sintió intimidado y tuvo que coger velocidad para alcanzar de nuevo a Celia.

–Solo tengo que decirla que se me fue la cabeza y... bueno, que me lié con mi mejor amigo.

–Que llevas más de un mes liado con tu mejor amigo, que te ha hecho un chupetón, y a saber qué cosas más, querrás decir.– corrigió Celia.

–No ha habido nada más.– dijo Blas.

MENTIROSO.

EMBUSTERO.

DETÉNGANLO.

–Ya, y como no ha habido nada más tienes pánico de que se entere, ¿no?

–No es por eso, Celia, simplemente no puedo decirlo así como así, sin más.– dijo Blas, negando con la cabeza.– No puedo ni confesármelo a mí mismo. No es tan fácil.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora