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Carlos sacó las llaves de casa del bolsillo y las aireó haciéndolas girar. Abrió el portal y empujó con el hombro, invitando a pasar a Blas y a Celia, la cual, básicamente se había autoinvitado a comer cuando su hermana la dijo que iba a pasar la tarde con Alex. Celia seguía intentando explicarle a Blas quiénes eran Sweet California.

–Coño, seguro que las has escuchado en la radio. Son las tres niñas estas con el pelo de colores.– dijo Celia, tocándose el pelo como si fuera a ilustrar a Blas.

–Ah, ¿son las de 'pa, pa, padapagüe'?–preguntó Carlos.

Que se note que el chaval había estado viviendo un mes entero en Dublín, oye. Era casi bilingüe ya.

–Creo que sí.– respondió Celia.

–¿Y si dejáis de hablar en código?– pidió Blas, llamando al ascensor.

–Sí, ya sé quienes son.– dijo Carlos toqueteando los llaveros del manojo de llaves.– Vi su disco cuando fui a por el de Katy. La del pelo rosa está buena.

Blas frunció el ceño y miró al rubio con cara de pocos amigos. Carlos ni siquiera se percató del comentario que acababa de hacer, era propenso a hablar de esa forma con Arlette sin que nadie se alterase, así que simplemente pasó al ascensor como si nada.

Celia apretó los labios para no reírse por la cara de Blas, mientras este intentaba mentalizarse de que su reacción estaba siendo estúpida e innecesaria. Porque, ¿quién era él para prohibir a su mejor amigo bisexual hablar de los cuerpos de otras personas?

Nadie. Solo era un tipo que no sabía que hacer con un gato viviendo dentro de él.

Acabaría bebiendo agua bendita para asesinar al condenado animal.

Notaba la mirada de Celia clavada sobre él, esperando a que hiciese un comentario de cualquier tipo o que reaccionase, pero él solo sacó su móvil como si tuviera algo interesante que hacer con él para evitar el contacto visual con cualquier persona dentro del ascensor.

–Blas, ¿estás bien?– preguntó Celia, alzando las cejas. Blas asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa falsa.– No te lo he dicho, pero cantas muy bien.

–Gracias.– murmuró Blas, bloqueando el teléfono.

–¿A que sí?– dijo Carlos, rodando los ojos.– Nunca me cree cuando se lo digo.

Blas pensó para sus adentros que quizá Carlos debería irse a la tía buena del pelo rosa a decirle lo bien que cantaba, en vez de a él.

–Y oye, que tú también.– dijo Celia, dándole un codazo a Carlos.– Se me han puesto los pelos de punta escuchándoos cantar.

–Bueno, mis conciertos en la ducha son de Grammy.– dijo Carlos, sacudiéndose el hombro con el dorso de la mano y meneando la cabeza, dándose aires.

A Blas se le pasó un momento por la cabeza la imagen de Carlos duchándose mientras cantaba a todo pulmón, con el agua hirviendo cayendo sobre él y...

Y volvió a centrarse en el móvil como si su vida dependiera de ello.

Las puertas del ascensor se abrieron y Carlos fue el primero en salir, agitando las llaves en la mano y caminando con decisión hacia su casa. Blas tomó aire antes de moverse, y notó que Celia le esperaba. Se puso a su lado y la chica lo miró con la cabeza ladeada.

–¿Hablaste con Arlette?– preguntó la rubia.

–¿Hablar de qué?

–De Carlos.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora