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Arlette se sentó en uno de los bancos de la plaza de la iglesia con el móvil entre las manos, soltando un bostezo. Dio vueltas al teléfono con la mirada perdida en la carretera frente a ella, mirando los coches pasar como si fuera la cosa más interesante de su vida.

Chistó y miró hacia su espalda, a la enorme puerta de la iglesia, esperando con impaciencia que Carlos saliera de buscar a Blas antes de que Álvaro llegase. Sí, era una tontería, pero estaba con los nervios a flor de piel y, a pesar de que tenía ganas de verle, también tenía ganas de ir corriendo a casa a esconderse entre las sábanas de la cama.

Había pasado toda la tarde del día anterior con él, en el centro, caminando sin sentido cual comedia romántica. Y, al menos ella, había acabado con una sensación de felicidad el día que pocas cosas podrían haberla arrebatado. Pero claro, es nuestra protagonista y tiene que sufrir.

Había tenido pesadillas con Álvaro.

Soñó que volvía a salir con él, pero esa vez llevaba a otras dos chicas, las cuales eran ángeles de Victoria's Secret, colgadas de cada brazo. Y el único caso que le hizo a la castaña fue cuando la llamó para que le sujetase el vaso del café helado que le estorbaba para acariciar las plumas falsas que llevaban las modelos.

Se había despertado con sudores fríos y lo primero que había hecho, a las tres de la mañana, había sido ir a comerse una tarrina de helado. Porque ya que tenía asumido que los ángeles estaban más buenas que ella, al menos tenía helado.

Y ahora se sentía una mala persona por haber comido helado y no haber llamado a Carlos en su lugar.

Se pasó las manos por el pelo soltando un suspiro y miró de reojo el móvil, el cual, como si fuera planeado, se iluminó por un mensaje entrante. A la chica le tembló el pulso al abrirlo y leer las palabras de Álvaro.

>Te estoy viendo ;p

Arlette alzó la cabeza para encontrarse al chico corriendo por la carretera para cruzar de una acera a otra sin necesidad de pasar por el paso de cebra. Una señora que paseaba por allí a su perro se le quedó mirando como si acabase de robar un banco, y Arlette estuvo a punto de ir a por ella, pegarla una colleja y decirla que el chaval estaba pillado.

Se levantó del banco y se sacudió los pantalones por hacer algo que no fuera mirarle fijamente hasta que llegase. El chico amplió su característica sonrisa cuando estuvo a unos centímetros de ella, y Arlette notó que se le saltaban los colores de la cara por ese simple gesto. Antes de decir palabra, Álvaro la rodeó con sus brazos por la cintura y y ella, al cogerle por el cuello, se vio obligada a ponerse de puntillas. Cerró los ojos los pocos segundos que duró el abrazo, y luego Álvaro, al separarse, le puso una mano en la mejilla y acarició con ella el pómulo de la chica.

–Hola.– dijo con una sonrisa que le llegó hasta los ojos.

–Soy yo.– bromeó Arlette, siguiendo la letra de la canción Hello, de Adele.– Me preguntaba si después de todos estos años, te gustaría que nos encontráramos.

–¿Todos estos años?– rió Álvaro.– Vaya, sí que me has echado de menos.

Y dicho eso, acercó a la chica hacia sí para darle un casto beso en los labios.

Cada vez que hacía eso, Arlette se sentía un paso más cerca del paraíso.

–¿Habéis encontrado a Blas?– preguntó Álvaro, bajando su mano de la mejilla de Ar hasta su hombro.

–Pues no lo sé. Carlos ha pasado a mirar dentro– dijo ella, señalando a la iglesia.–, pero todavía no ha vuelto. Lo mismo le está convenciendo de salir a que le de el aire, de que no es un vampiro y tal.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora