Carlos agarraba con fuerza su vaso de plástico lleno de café hirviendo mientras contemplaba el perfil de Blas al hablar. Este le iba explicando datos parisinos, sobre por qué una calle se llamaba de cierta forma o batallitas que habían sucedido por ahí. Y estaba resultando una visita turística la mar de fantástica, el rubio no podía apartar la vista de Blas.
Era como un imán que le obligaba a mantenerse estático observando cada mínimo gesto o mueca que hacía; cómo arrugaba la nariz por el frío, la curva que se le formaba en la comisura de los labios al recordar haber pasado por una de esas calles cuando era pequeño, el brillo de sus ojos al ir traduciendo para Carlos los carteles en francés de los negocios de la zona...
Carlos soltó un suspiro y dio un trago a su café, que le resbaló por la garganta y le hizo entrar en calor. Blas frenó de pronto cuando giraron por una esquina, y ladeó la cabeza para mirar a Carlos, al cual pilló en plena fase de observación. Blas frunció el ceño y apretó los labios.
-¿Cuánto has escuchado de toda la charla que te he dado?
-Sí.- dijo el otro sin apenas pararse a pensar en la respuesta.
Blas frunció el ceño y le quitó el vaso de café a Carlos y sin darle tiempo a protestar comenzó a beber. Se tomó unos segundos jugueteando con el vaso, sin devolverlo. Carlos se cruzó de brazos, indignado.
-Si me has estado escuchando, ¿dónde estamos ahora exactamente?
-En París.- respondió Carlos, tragando saliva.
Mentira no era.
-Más específico.- insistió Blas, volviendo a beber de su café.- Dios mío Carlos esto está asqueroso, no tiene azúcar.
-Pues devuelvemelo.- el rubio dio una patada al suelo, a punto de entrar en rabieta.
-No hasta que me digas dónde estamos exactamente.
-Blas, estamos en París, la ciudad del amor, donde los Vengadores nos están esperando en Disneyland, no hay necesidad de especificar nada. Solo deja que fluya.- Carlos trató de sonar como una persona interesante, como si fuera un poeta de la vida.
Blas rodó los ojos y le devolvió el café. El rubio dio un saltito en su sitio y se apresuró a beber. Sonrió de manera exagerada a Blas y se puso a caminar pensando en que iba a ver a Iron Man en un par de días. El castaño se quedó en su sitio observando cómo partía, con alegría demasiado infantil y el pelo, el cual necesitaba un corte urgente, rebotando sobre su cabeza.
Carlos en ese momento se dio la vuelta, extrañado de que Blas no le siguiera. Le hizo un gesto con la cabeza para que comenzase a andar. Blas soltó una carcajada entre dientes.
-Carlos, no es por ahí.- señaló con su pulgar derecho hacia la calle que debían tomar. El rubio refunfuñó y volvió hacia él alegando que había tomado el camino incorrecto a propósito para ver si se daba cuenta.
Siguieron caminando varias calles, ya bastante más concurridas de gente. Carlos observaba a los franceses como si fueran extraterrestres, con su acento tan marcado que parecía que se iban a poner a vomitar en cualquier momento. De hecho, él había estudiado dos años de francés en el instituto, pero al darse cuenta de que le era literalmente imposible aprobar los exámenes de conjugaciones verbales sin copiar, desistió.
Así que el idioma lo conocía. Otra cosa es que le gustara y se acordara de lo más mínimo.
A decir verdad, debería estar atendiendo más al tour guiado que le estaba dando Blas, ya que su cultura sobre París era debida al Código Da Vinci y a Ladybug.
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Que Dios nos pille confesados
أدب الهواةEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...