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Carlos cerró los ojos a toda prisa cuando cientos de gotitas de agua salían disparadas hacia su cara. Consiguió apartar la cabeza a tiempo, y esconderse ligeramente detrás de Blas, que fue el que se llevó la peor parte.

–¡Estate quieta! -gritó el castaño, exasperado.

Onza gruñó y chapoteó con las patitas en el agua de la bañera, agitando la cola como si fuera la más feliz del mundo y llenándolo todo de agua. Intentó relamerse los restos de champú que le caían por el hocico, pero Blas le apuntó con la alcachofa de la ducha en toda la cara, para terminar de aclararla.

-Y no te vuelvas a sacudir, por favor. -rogó el castaño, mirándose la ropa empapada por culpa de la perra.

-La próxima vez que quieras bañarla, nos vamos a tu casa. - dijo Carlos, mirando el desastre de baño que estaban dejando. -Arlette me va a matar.

-No podemos bañarla en mi casa básicamente porque tengo plato de ducha, no bañera.- dijo Blas, frunciendo el ceño mientras apagaba el grifo.

-Pues la llevamos al lavado de coches y la damos unos manguerazos.- propuso Carlos, encogiéndose de hombros. Se llevó una mirada de odio por parte de Blas.- ¿Qué? Si la encanta comerse los chorros de agua.

-Cállate y traeme una toalla.- dijo Blas, intentando calmar a la perra todavía nerviosa en la bañera.

-¿Cómo se piden las cosas?- cuestionó Carlos, acercándose a él.

-Por favor.- dijo Blas, mirándole de reojo.

-Repito- continuó Carlos.-, ¿cómo se piden las cosas?

Blas giró la cabeza y se encontró con la cara de espera de Carlos, el castaño rodó los ojos y alzó la barbilla para darle un ligero beso en los labios. Carlos sonrió al separarse y se fue sin decir nada más a buscar una toalla. Blas miró a Onza olisqueando el grifo de la ducha para ver si salía más agua, y torció una pequeña sonrisa al ver lo feliz que era su mascota simplemente con un baño. Ojalá pudiera él bañarse y ser feliz de golpe.

El rubio tiró la toalla al lomo de la perra y esta intentó quitársela a mordiscos. Blas comenzó a secar al animal entre suspiros cansados. Carlos le abrazó por la espalda y apoyó la barbilla sobre su hombro.

-Oh, vamos, anímate.- dijo el rubio.- Al menos piensa que no hace falta limpiar el baño, porque está todo manchado de agua, y en realidad el agua no mancha así que...

-Créeme que soy el primero que quiere animarse.- suspiró Blas.- Pero no puedo, no sé. Te vas mañana y todavía me quedan todas las Navidades por delante y...

-Te he dicho ochenta veces que no tengo por qué irme si me necesitas aquí.- susurró Carlos sobre el oído de Blas.

El castaño se estremeció al notar el aliento del otro sobre su piel, y tuvo que cerrar los ojos y respirar hondo unos segundos para volver a centrarse en la conversación, quitando de su mente que le estaba abrazando demasiado fuerte.

-Y yo te he dicho que tienes que ir. Es tu familia, Carlos, está deseando verte, y tú a ellos. No puedo romper eso.- dijo Blas.

-Tú no vas a romper nada, y menos porque quieras que me quede.

-Por supuesto que quiero que te quedes, pero no. Te vas a ir, vas a disfrutar allí de las fiestas y nos vamos a reencontrar en París. En el fondo es un buen plan, cualquier escritor daría lo que fuera por tener semejante drama sobre el que trabajar.

-Bueno, me iré si me da tiempo a terminar la maleta y a dejar el baño decente.- dijo Carlos, bufando.- Son las ocho y media de la tarde, todo perfecto.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora