012

806 78 213
                                    

Apagaron las luces de la hermandad cuando los cuatro novatos entraron en el porche con un par de linternas y cara de pánico. No sabían dónde estaban, ni por qué llevaban casi tres horas huyendo de una panda de locos con disfraces mal hechos que querían morderles las orejas.

–Si la Universidad va a ser así, creo que no será para tanto, ¿no?–preguntó uno de los chicos, mientras la linterna le temblaba en la mano.

–Tienes razón, ¿quién necesita estudios para labrarse un futuro?–ironizó Tania, la portadora de la segunda linterna.

Habían llegado a una especie de calle muy larga con muchas casas enormes a cada lado siguiendo un pequeño rastro de lucecitas que se apagaban al tocarlas. Y esto es como todo, los cuatro dijeron "oh, un camino de luces, ¡vamos a seguirlo!"' pero solo les había servido para acojonarse más por las risas maléficas que iban escuchando intermitentemente.

Eran dos chicas y dos chicos, todos de diecinueve años, con las ganas características de chavales que van a empezar la Universidad. A parte de Tania, estaban Iria, Zylen, y Bosco. Frenaron frente a una nueva lucecita parpadeante situada en una verja que se encaminaba hacia la entrada de una casa, donde, en el felpudo, había otra luz.

–¿Y si los locos esos han raptado a los capitanes o algo?–preguntó Zylen.–Lo mismo es una trampa y nos quieren vender a la mafia.

–Tiene razón, quizá solo estemos a unos pasos de morir.–le apoyó Tania.

–Pero ya que estamos aquí, pasamos, ¿no?–cuestionó Bosco. Los otros tres presentes se giraron a mirarle como si hubiera dicho la tontería de su vida.–Cobardes.

–Es solo que aprecio mínimamente mi vida, me gustaría despedirme de mis padres antes, al menos.–susurró Iria, retirándose el pelo de la cara.

–La hostia. Vamos, joder.–dijo Bosco, dándole una patada a la verja, la cual chirrió como si llevase años oxidada. Dio un paso al frente y se encaminó el primero hacia la última luz.

Los otros tres le siguieron cubriéndole las espaldas e iluminando con la linterna  la mayor extensión posible de terreno. Cuando llegaron a la puerta de la casa, completamente a oscuras salvo por la lucecita intermitente, se reunieron en corro debatiéndose a suertes quién la tocaría para finalizar esa mierda.

Por su parte, detrás de una esquina, observando a los novatos, Blas, Carlos y Álvaro se encontraban en cuclillas esperando a que estos dieran el siguiente paso. Tras mucho insistir, Carlos había convencido a Blas de participar en la emboscada por la espalda antes de recibirles. El rubio tendría que perseguirle por la entrada y dispararle con una pistola falsa, simulando matarle de un disparo en la cabeza.

Porque a los zombies hay que matarles con un disparo en la cabeza, ya sabéis. Y Blas solo quería huir de allí y gritar que quería ducharse porque odiaba oler a tierra.

–Vale, van a tocarlo.–susurró Álvaro, poniéndose en pie.–Os espero dentro, chicos.

Y se fue de puntillas hacia la puerta trasera de la casa.

–Odio esto.–bufó Blas.

–Solo tienes que gritar y morir, tampoco es tan difícil.

Blas rodó los ojos y se puso en posición para salir corriendo en cuanto la luz de la entrada se apagase.

Tres de los novatos dieron un paso hacia atrás mirándose entre ellos, deseándose suerte con lo que pudiera pasar.

Zylen tragó saliva antes de cerrar los ojos y tocar la bombillita. Y de pronto todo se quedó oscuro. Y escucharon un grito de garganta profunda más cerca de lo que a ellos les hubiera gustado.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora