Cristina cogió una bolsa de patatas fritas de la despensa de la cocina de Arlette y, esquivando a la chica y a Álvaro, se encaminó al sofá para tirarse de mala manera. Encendió la tele y abrió la bolsa.
–¿Cómo es que Carlos no está aquí?– preguntó la chica, comenzando a masticar.
–Ha ido a recoger a Blas de misa.– respondió Arlette, a punto de cortarse con el cuchillo al trocear un tomate.
–¿No tiene coro?– preguntó Álvaro al lado de la castaña, ayudándola a picar verduras.
–Al parecer se iba a rebelar y bla, bla, bla.– dijo Arlette, rodando los ojos.– Dice que se va a ir sin dar explicaciones, pero no me lo creo. Así que a Carlos le tocará esperar a que termine antes de venir a comer.
–¿Vienen los dos?– preguntó Cristina, girando la cabeza para intentar mirar hacia la cocina.
–Se supone. Lo que no sé es a qué hora llegarán al final. Si Blas consigue huir de su rol de profesor, comemos a las dos; si no, sobre las cuatro.
Álvaro y Cristina pusieron una mueca de dolor al escuchar las dos posibles horas de diferencia entre comida y comida. El chico cogió con las manos su preciado pimiento ahora hecho rodajas, y lo vertió en la batidora. Se sacudió las manos y fue a por algo más que trocear.
–Cris, ¿por qué tanto interés?– cuestionó Arlette, alzando un poco la voz para que su amiga la escuchase bien.
–No, nada. Curiosidad. No les veo desde el partido.– justificó la pelirroja, encogiéndose de hombros.
Arlette miró a Álvaro con una ceja alzada y una sonrisa lasciva dibujada en los labios. Su chico negó con la cabeza haciendo girar el cuchillo en su mano.
–Estás fatal de la cabeza.– susurró Álvaro, apuntándola con el cuchillo.
–Shh, ya verás.– dijo ella, poniéndole un dedo en los labios, para que se callara.– Y oye Cris, ¿cómo es que has sugerido preparar un perfecto menú vegetariano con los ingredientes favoritos de Carlos?
Álvaro giró sobre su propio cuerpo con los talones para alejarse de Arlette intentando sacar información a base de indirectas. Cogió una barra de pan y desgarró el pico con la mano para comérselo. Se apoyó en la encimara y contempló la escena de las dos amigas gritándose entre la cocina y el salón.
–Pues porque la gente habla, Ar, son cosas que se saben.– respondió Cristina, cambiando de canal y subiendo el volumen, para intentar ignorarla.
–Ya, bueno, yo también sé cosas.– dijo Arlette, lavándose las manos en el fregadero y tendiéndole a Álvaro tres tomates más, se acercó a él y susurró:– ves terminando esto, tengo que hablar muy seriamente con ella.
–Deja de hacer de casamentera.– susurró Álvaro en respuesta.
Arlette le dio un empujón cariñoso con el hombro mientras se encaminaba a la puerta de la cocina. Se apoyó en el marco y se giró para mirar a Álvaro:
–La conozco.– dijo Ar.– Y a él también. Y aquí hay tema.
Álvaro negó con la cabeza lanzando un tomate al aire para volver a cogerlo al vuelo, dejó a Arlette jugar a sus juegos de celestina y siguió troceando verdura para el gazpacho.
Ar apoyó los codos en el respaldo del sofá, dejando su cabeza al lado de la de Cristina. Esta, en cuanto se percató de su presencia, dio un salto en su sitio por el susto y se llevó una mano al corazón. Miró a Arlette con el ceño fruncido y ella simplemente sonrió para sentarse a su lado.
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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...