005

940 82 127
                                    

Los rituales de iniciación a cualquier equipo deportivo de la Universidad de Arlette estaban condicionados por sus propios méritos. Es decir, cuanto más destacases en el equipo al que quisieras pertenecer, más hijos de puta iban a ser contigo a la hora de iniciarte. Y cuando dijimos que Blas tenía pesadillas por ello, es verdad.

En la iniciación de Arlette esperaron a que se quedase dormida después de la fiesta y la metieron en un bus hacia Zaragoza. Cuando se despertó allí, se cagó en todos los muertos de todo ser vivo existente en el planta, y por eso la chica estaba emocionada con la jugarreta que le harían a las nuevas ese mismo viernes.

Así que todo el equipo femenino se reunió el lunes por la tarde en la casa de la capitana Ainhoa con Blas y Carlos de invitados especiales.

Les sentaron en el rincón más apartado con un brick de zumo como si tuvieran siete años mientras las chicas hablaban de cómo joder la vida a las novatas.

Carlos agitó la pajita de su zumo y lo miró con el ceño fruncido.

–No me gusta la piña. ¿El tuyo de qué es?– preguntó mirando el de Blas. El castaño, que ni siquiera había pinchado la pajita, lo miró sin ganas.

–De manzana.

–¿Me lo cambias?

–¿Y qué hago yo con el tuyo abierto?– preguntó Blas encarando las cejas.

–Te lo bebes.

–No quiero zumo ahora.

–¡Pero yo no quiero el de piña!– se quejó Carlos, dando una patada al suelo.

Blas rodó los ojos y le dio al rubio el brick de zumo de manzana. Carlos sonrió como un niño y no perdió un segundo en pelar la pajita y comenzar a beber. Blas soltó una pequeña risa al ver lo feliz que se había puesto por un simple zumo.

–¿Y si las rapamos el pelo?– cuestionó la voz ilusionada de Arlette en el corrillo del equipo.

–Mejor teñírselo, ¿no?– debatió Cristina.

Carlos miró a Blas con cierto miedo mientras escuchaban la conversación que mantenían.

–Seguro que prueba primero a teñirme a mí para que no haya problemas, no valoro esa opción.– dijo Carlos, llevándose con preocupación una mano a la cabeza y tocándose el pelo como si se lo fueran a robar.

Blas se encorvó en su silla y le revolvió el pelo al rubio. A Carlos le dieron ganas de tirarle el zumo encima porque odiaba que le tocasen el pelo. Pero se dejó, porque Blas era Blas, y era especial.

Pero Carlos no quería admitir que Blas era especial porque si lo decía probablemente saltarían las alarmas y le volvería a decir que está enfermo por gustarle los chicos. Y sabía que posiblemente solo estuviera un poco necesitado en cuanto a afecto se dice, pero... Pero tenía una boca muy besable.

–No creo que te tiña el pelo ni a ti, ni a las nuevas. Va a ser más bestia, créeme.– dijo Blas negando con la cabeza y apoyándose en el respaldo de la silla.– Será de historia de terror, lo estoy viendo.

Por su parte, la cabeza de Arlette daba vueltas pensando en las maldades que podrían hacer dentro de un ámbito legal. Lo de respetar la legalidad era siempre lo más difícil, ¿por qué no podía atar a las chicas con una cuerda a la cintura y que hicieran puenting por una de las Cuatro Torres de Madrid? Porque al parecer era allanamiento de morada e intento de homicidio.

Cobardes.

–Podríamos ponerle un motor a una barca del Retiro y que perdiese el control.– sugirió Cristina.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora